Los sobresaltos que generan las doctrinas

La zona que delimita una doctrina pudiera ser el resultado de la energía innata que ella posee, así como de su predisposición para ir adelante y desplegarse. Y también por las ideas oscuras o creencias falsas entre las que (y contra las cuales) actúe o se establezca  dicha doctrina. Son pues dos formas de energía dinámica que, atrayéndose y repeliéndose, señalan el contorno y la trayectoria de lo que debiera llegar a constituir, a la larga, un cuerpo doctrinal.

Pero al parecer las doctrinas, lo mismo que los individuos y los pueblos, viven dentro de un tablado de zozobras y en un inacabable ambiente de problemas además. Y no sólo por el dilema de ser o no ser, sino también por el de ser y querer siempre ser… Por lo que entonces, dedicarse por ejemplo a averiguar sobre cómo evoluciona una determinada doctrina, no vendría a ser más que historiar su propia agonía.

También pudiera decirse, que toda doctrina participante implica una función ofensiva y defensiva, pues el deseo de conservarse y el propósito de triunfar se dan (o deben darse en ella) al mismo tiempo, pero pudiéndose hacer la salvedad de que, cualquier triunfo, por decisivo que parezca, no vendría a ser más que el arpegio de una nueva periquera que habrá de formarse…

Pero el paraje que en el casillero estratégico-espiritual puede ocupar una doctrina, no se conforma por lo inevitable ni por la acción libre de algo en particular. Los factores verdaderos y determinantes de ese paraje, vendrían a ser más que todo el carácter y la vitalidad de las ideas y creencias que estuvieren reinando y a los que, frente a ellas, debe por tanto manifestar sus propósitos la doctrina que recién llega con la consiguiente elaboración de un plan de campaña; lo que la obliga por supuesto a tener que reclutar aliados que muchas veces no son los más anhelados y resignarse, de muy buen talante, a las eventualidades coyunturales.  Y por último, a tener que desechar todo cuanto no sea juiciosamente imperioso para la defensa y conquista de los objetivos que se ha propuesto.

Cuando se hace el arqueo del itinerario de una doctrina, podría advertirse que en ella se van produciendo callos a la par de que se van operando también extirpaciones que constituyen señales inequívocas de que, a su paso de avance, los perros le han venido ladrando fuerte… Porque en una doctrina, en la que no se den tales correcciones, debe considerarse como no viable o cuando más utópica; vale decir, como condenada a un eterno gravitar de realidad sin vida y, por tanto, ponerse más allá del alcance de la fe humana.

Así pues que, lamentarse de que un cuerpo doctrinal se haya desviado de su orientación inaugural, es una ingenuidad que pudiera perdonarse si no fuera porque revelara una boca arriba ignorancia de la vida y de la historia, ya que lo único que no alcanzaría desviarse de su intención primigenia, sería justamente la utopía, y que tal realidad no tendría porque parecer extraña, dado que  la utopía es lo único que no puede echar anclas en la realidad, vista la razón muy válida de que siempre logra esquivar airosa la corrosiva acción del tiempo y el espacio. Y que, debido a esto, pues, todo cuerpo doctrinal habría necesariamente de contener un elemento utópico, que es el que lo obligaría a retomar el rumbo cuando éste se estuviera perdiendo. Vendría a ser este valor, de utopía entonces, nada más que un correctivo de la función de mantener ante nuestros ojos la imagen de un bien espléndido que nos resulta, tanto más atrayente, cuanto más inalcanzable lo veamos.

Y resulta que para aguijonear el entusiasmo humano, nada más eficiente entonces que la esperanza de un augusto mundo que se mantiene oculto tras el virtual collado  que nos resulta el  horizonte. Pero tampoco esto para entregarnos al estéril deleite de una tan racional construcción que luego nos haya de resultar  tan desprovista de vida como un triángulo equilátero… Habría que tomar en cuenta para ello que, si bien la estrella le sirve al navegante para orientarse, no es que tampoco constituya su muelle de atraque.

Y a una conclusión inmediata a la que pudiera arribarse, por consiguiente, sería que de esas perennes luchas lo más probable es que ninguna doctrina logre salir ilesa, por lo que deba concebir y ejecutar tácticas que, de suyo suponen la existencia de una presión incuestionable dentro de cada particular situación, por la que debe transitar la doctrina en su espíneo camino hacia la victoria.

Y aparentemente, de esas presuntas luchas es que se vale el imperio para trazarle a la oligarquía de aquí  la estrategia de pretender hacerle ver al pueblo venezolano, y al mundo, que esa fulana doctrina denominada Socialismo del Siglo XXI, o Bolivariano, es inconveniente porque no garantiza la paz pública debido a que, la que ellos propulsan (pero que no se atreven a definir cabalmente) es la alternativa para garantizarla, hecho que constituye quizás la mayor falsedad que han pretendido y seguirán pretendiendo articular dentro de su guerra de desgaste para la que le sirven, rastreramente, los medios privados de comunicación. Porque ellos muy bien saben que, su única “doctrina”, es volver a sojuzgar al pueblo  y que el pueblo, con su doctrina socialista bolivariana que ha internalizado, no se va a dejar. Esto pareciera no admitir discusión.

Así es que nadie debe por tanto desesperarse ni dejarse confundir, sino mantenerse en su puesto y hacer su labor, porque la lucha promete ser larga, y culebrera.


canano141@yahoo.com.ar


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Raúl Betancourt López


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