El comunismo es: “hambre, prostitución y muerte”

No existe, en los lenguajes que se hablan y se escriben en el mundo, un término o concepto que lleve más palo y más ultraje, de parte de la burguesía y sus seguidores, que “comunismo”. Todo lo que huele a feo, a hediondo, a muerte, a lágrima, a violación de derechos humanos, a explotación, a opresión, se le etiqueta la palabra “comunismo”. De allí, que un sociólogo venezolano lo haya definido como “hambre, prostitución y muerte”.

 Cuando algunos ideólogos, que defienden a capa y espada el capitalismo, les interesa elogiar el socialismo, recurren a ejemplos de algunas naciones europeas cuyos gobiernos se definen o se declaran socialistas, pero que en verdad son socialdemócratas que siguen con verticalidad la visión de mundo que caracterizó a la II Internacional de Vandenvelde y otros de su mismo pensamiento, y le destacan su progreso capitalista. Cuando quieren atacar al socialismo para que nadie siga ese norte, recurren a los ejemplos de la extinta Unión Soviética, el derrumbe de los países del mal llamado socialismo del Este, de Cuba y de Corea del Norte. Y cuando quieren fundamentar el “fracaso” del socialismo y las bondades del capitalismo, recurren a China, donde luego de varias décadas se legalizó y constitucionalizó de nuevo el sagrado derecho a la propiedad privada y a la cual, señalan, se debe todo el progreso que ha tenido la economía china.

 No vamos a dedicar líneas para refutar esa mentira muy mentirosa de que el comunismo es “hambre, prostitución y muerte”. Sin embargo, sólo es necesario decir que nunca, en toda la historia del género humano, se ha materializado en ninguna región del planeta Tierra un régimen comunista propiamente dicho, por lo que todos los argumentos en su contra y que lo condenan como fracaso, no tienen forma de comprobarse. Empero, el capitalismo sí ha dado demasiadas pruebas de atrocidades, de salvajismo –como lo dijo un Papa-, y que no puede resolver las grandes contradicciones y realidades económico-sociales que generan “hambre, prostitución y muerte” en este mundo actual. Que algunos o muchos ideólogos fundamenten sus creencias en que es mejor malo conocido que bueno por conocer, es otra cosa que tampoco vamos a refutar y se les respeta.

 Hubo argumentos, donde se le echó peste al comunismo y se le dijo hasta del mal que va a morir, que llaman poderosamente la atención no sólo por la falsedad de los mismos sino, fundamentalmente, por venir de bocas de estudiosos o científicos que están obligados a trabajar con categorías históricas y, esencialmente, deben sujetarse a las verdades, aunque no las compartan.  Hay argumentos que merecen ser respondidos no para refutarse ni descalificar a sus exponentes, sino para aclararlas, porque tergiversan la verdad histórica. Simplemente, así lo creo. Sólo espero me disculpen el poco conocimiento que poseo sobre las materias expuestas.

 Se dijo que el camarada Lenin sentía una especie de odio y de rechazo extremo contra la pequeña propiedad privada, que la consideraba mucho más dañina que la gran propiedad burguesa. Con modestia digo, cierto que con tardanza, he tenido la oportunidad, por lo menos, de leer unos cuantos textos, libros, documentos o argumentos del camarada Lenin, porque, entre otras cosas, antes sus obras eran obsequiadas de manera gratuita y, en otros casos, se consiguen muy baratas. Tengo a la mano las obras completas de Lenin, porque me las regaló mi compañera y camarada Mariana y sólo le costaron como tres dólares en Cuba, que es lo mismo decir que se las regalaron. Y confieso que en esas obras jamás he llegado a leer lo que se ha puesto en boca de Lenin en relación con la pequeña propiedad. Más bien sí he leído el interés y la preocupación que en vida el camarada Lenin mostró para que el Estado revolucionario o proletario elaborara políticas económicas que permitieran favorecer a la pequeña propiedad pero, ojo con esto, siempre pensado que llegaría ese día en que también desapareciera o corriera el mismo destino que la gran propiedad privada y como toda las propiedades privadas sobre los medios de producción y la riqueza, incluyendo las del Estado que debe extinguirse en el socialismo propiamente dicho.

 Si alguien tenía una claridad científica y revolucionaria del papel de las clases y de los sectores sociales en la transición del capitalismo al socialismo era, precisamente, el camarada Lenin. Bastan pocos ejemplos para demostrarlo. Ciertamente, Lenin sí creía en la dictadura del proletariado y sin ésta el socialismo es una fantasía como lo sería, igualmente, concebirlo sin la abolición de las clases. Entiendan lo que dice Lenin: “Para abolir las clases, es preciso, primero, derribar a los terratenientes y a los capitalistas. Esta parte de la tarea (es verdad que se refería a Rusia pero no por ello deja de tener valor para todos los procesos transicionales del capitalismo al socialismo) la hemos cumplido, pero es sólo una parte y, además, no es la más difícil. Para abolir las clases, es preciso, en segundo lugar, suprimir la diferencia entre los obreros y los campesinos, convertir a todos en trabajadores. Eso no es posible hacerlo de golpe. Es una tarea incomparablemente más difícil y, por la fuerza de la necesidad, de larga duración. No es un asunto que pueda resolverse con el derrocamiento de una clase cualquiera. Sólo puede resolverse mediante la reorganización de toda la economía social, pasando de la pequeña producción mercantil, individual y aislada, a la gran producción colectiva…”.

También nos dice Lenin, que: “Por último, los campesinos, como toda la pequeña burguesía en general, ocupan también bajo la dictadura del proletariado una situación intermedia: por un lado, representan una masa de trabajadores, bastante considerable (y en la Rusia atrasada, una masa inmensa), unida por el interés, común a los trabajadores, de emanciparse del terrateniente y del capitalista; y, por otro lado, son pequeños hacendados, pequeños propietarios y comerciantes. Tal situación económica provoca inevitablemente su oscilación entre el proletariado y la burguesía…”. Por lo cual, el camarada Lenin sostenía que “En relación a esta clase –o a estos elementos sociales-, al proletariado le incumbe la tarea de dirigir, de luchar por la influencia sobre ella…”. Lo que no se encuentra en las obras de Lenin, o por lo menos no lo he leído por lo cual no asumo postura de poseedor de las verdades, es recomendaciones de reprimir, acabar de un solo golpe con la pequeña propiedad, no prestarle ni atención ni ninguna ayuda del Estado, sino más bien lo contrario, desarrollar políticas económicas que le permitieran desarrollarse e ir formándose una conciencia de la necesidad de la economía colectiva planificada. Incluso, Lenin iba más lejos: condenada las políticas administrativas y legislativas precipitadas e imprudentes contra esos sectores. Y, por si fuera poco, el camarada Lenin, en sus críticas a los que creían que el socialismo se podía construir en Rusia aislándose del contexto internacional y aplicando medidas radicales contra todos los sectores o clases sociales, decía, entre otras cosas, lo siguiente: “El mal está precisamente en que se plantea de una manera equivocada el problema de la actitud del comunista respecto a los especialistas, del administrador respecto a los científicos y literatos. En el problema del plan económico único, lo mismo que en cualquier otro problema, hay aspectos –y siempre pueden surgir tales aspectos nuevos- que requieren ser resueltos sólo por comunistas o que exigen enfoque sólo administrativo. Pero es pura abstracción. Y ahora, este problema lo enfocan de una manera errónea en nuestro país precisamente los literatos comunistas y los administradores comunistas: ni unos ni otros han sabido comprender que, en estos casos, hay que aprender más de los especialistas y científicos burgueses y jugar menos a la administración burocrática”. De tal manera, que Lenin no es el pintado como el monstruo que arrasaba y devoraba a los pequeños o medianos productores por simple creencia de que el socialismo es la abolición de las clases. No puede, en ninguna transición del capitalismo al socialismo o bajo una dictadura del proletariado, aplicarse la misma medida económica o política económica a los sectores medios de la sociedad que a la burguesía, esa gran propietaria de medios de producción que, de acuerdo a las circunstancias concretas tanto de carácter internacional como nacional, deben ir pasando (a través de expropiaciones, confiscaciones, nacionalizaciones o indemnizaciones) a propiedad estatal antes de ser propiedad social.

Igualmente, cosa que no debería ser pronunciado por un sociólogo ni por un economista, se habló a diestra y siniestra de clase media. Seguramente, no lo sé, los grandes pensadores marxistas hayan utilizado, en pocas oportunidades el término mezclado de “clase media”, pero lo que sí mencionaron en muchísimas oportunidades fue “pequeña burguesía”. Lo primero que debemos hacer es destacar la concepción más científica de clase social, y esa se debe, fundamentalmente, a Lenin y no a Marx y Engels. Lenin la define como: “Grandes grupos de hombres (ahora hay que incluir la mujeres para ser más exacto) que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en el sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios reproducción (relaciones que en su mayor parte las leyes refrendan y formalizan), por el papel que desempañan en la organización del trabajo, y, consiguientemente por el modo de percibir y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen”.

La burguesía es una clase social como lo es el proletariado y ambas, retratadas magistralmente en el concepto de clase de Lenin, son las clases fundamentales del capitalismo. No existe en el capitalismo una clase social media, eso no aparece en el lenguaje de un sociólogo o un economista objetivo o realmente científico y menos de un marxista Todas las clases, que no son ni la burguesía ni el proletariado, se van degenerando y hasta desaparecen con el desarrollo industrial. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels, hablan de capas medias, donde incluyen al pequeño industrial, al pequeño comerciante, al artesano, al campesino y agregan: “… todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado”.

Se sabe que en el capitalismo existe una pequeña burguesía alta, otra media y una baja. Son muy pocos de la primera que llegan a ser de la clase burguesa como pocos del medio llegan a la alta y casi nadie de la baja llega a la media, mientras que la mayoría, ahora con el dominio de la globalización capitalista que cada día concentra más los medios de producción y la riqueza en menos manos, sucumben, son arruinados y no les queda otra alternativa que asumir la lucha del proletariado por su emancipación social.

Y por último, en el programa donde le echaron peste al comunismo y a la posibilidad del socialismo en Venezuela, se concluyó diciendo que el régimen socialista o comunista es uniforme, opresor y malviviente si desaparecen las clases sociales. Bueno, ese es un criterio eminentemente de explotador y de opresor pero no de explotado y oprimido. No fueron ni Marx ni Engels o los marxistas los que primero se pronunciaron sobre los beneficios de una economía planificada y colectiva donde no cunda, para nada, la anarquía, y donde se rija el comportamiento humano por la solidaridad. No, fue Saint-Simon y otros socialistas utópicos y, especialmente, Roberto Owens, quien invirtió toda su fortuna en crear felicidad para sus trabajadores y quedando arruinado demostró su utopismo, porque no comprendió la esencia de la lucha de clases como motor de la historia humana hasta ahora. Saint-Simon dijo: “La anarquía actual de la producción, consecuencia del desarrollo y atrocidades de las relaciones económicas sin una regulación uniforme, debe dar paso a la organización de la producción y del trabajo. La producción no será dirigida por patronos aislados, independientes los unos de los otros, que ignoran las necesidades económicas de los hombres (agreguemos: mujeres); la producción de enfocar la vasta esfera de la economía social desde un punto de vista más elevado, la regulará del modo que resulte más útil para la sociedad entera, entregará los medios de producción a las manos apropiadas para ello y se preocupará, sobre todo, de que exista una armonía constante entre la producción y el consumo…”. Lenin dijo sobre lo dicho por Saint-Simon, lo siguiente: “Estamos todavía lejos de que se cumplan estas palabras de Saint-Simon, pero nos hallamos ya en vías de lograrlo: es un marxismo distinto de cómo se lo imaginaba Marx, pero distinto sólo en forma”. Hoy, pudiéramos nosotros decir que aún no estamos en vías de lograrlo: una idea distinta de cómo se lo imaginaba Lenin, pero distinto sólo en forma. En fin: ese es el camino, no hay otro, vencerá temprano o tarde, pero vencerá y el socialismo, como primera fase de la sociedad comunista, será la gran realidad o verdad que sustituya para siempre al capitalismo, aboliendo las clases sociales, extinguiendo el Estado y superando satisfactoriamente todas las contradicciones antagónicas capitalistas. ¡Amén!, y que así sea pronto.

Que las personas comunes y corrientes, como uno mismo, que no tenemos ninguna formación científica ni académica, que más bien somos empíricos por naturaleza y de muy escasos conocimientos, hagamos uso y –con el perdón de los especialistas- hasta abuso de algunos términos para definir objetos o sujetos no es mayor cosa, no representa mayor peligro para la ciencia, pero que expertos en el conocimiento (como son el sociólogo y el economista) jueguen con las categorías y que por la A nos vendan o nos enseñen la B o por el 1 el 2, no es justo, no es correcto, eso es anticientífico y no contribuye a la formación educativa ni de conciencia de la gente. Bueno, no podemos aspirar que los ideólogos de la burguesía o del capitalismo le formen la conciencia revolucionaria al proletariado en el deber de hacer la revolución para construir el socialismo. Eso sería como pedir peras a los olmos. Pero aun así, el capitalismo ha creado las condiciones necesarias para el socialismo: la técnica, la organización y el proletariado. Por eso, desde el punto de vista de las condiciones objetivas, el país que está más cerca del socialismo es Estados Unidos pero, al mismo tiempo, es el que está más lejos desde el punto de vista de las condiciones subjetivas.



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Freddy Yépez


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