“Tenemos un grave problema de que
no hemos definido, adecuadamente, lo que significa en el terreno
económico lo que significa Socialismo del siglo XXI. Si me preguntas a
mí, a un ciudadano común y corriente, pues el modelo de Socialismo
posible, consistente, además con la Constitución, es una economía mixta,
donde coexisten tres sectores: la empresa privada, la empresa estatal y
las empresas populares, autogestionarias o alternativas. Coexisten,
pero hasta allí. No puedes avanzar si liquidas a las empresas de
producción social, en el sentido de la propiedad ejercida por los
propios trabajadores o por la propia comunidad, ni puedes avanzar
liquidando al sector empresarial privado, sin asfixiar los motores de
crecimiento económico de un país, porque los tres sectores pueden
converger en un proyecto político de crecimiento económico y desarrollo
humano integral. El problema son las señales que envía el gobierno, si
asume que si crece uno es a costa del otro. Es una economía deformada,
donde tenemos una cabeza del sector público demasiado grande, y las
extremidades, que seria la economía popular y alternativa del siglo XXI,
son demasiado pequeñas y atrofiadas. No le tienen ni confianza.”
(Ultimas noticias; 28-11-2010, pag.5)
En
primer lugar, aclaremos porque afirmamos que el modelo de Socialismo
posible, consistente, además con la Constitución de 1999, es una
economía mixta, donde coexisten tres sectores. Habría que analizar al
menos lo referido al Título VI de la Constitución de la República de
Venezuela: Del sistema socio-económico, sin perder de vista su unidad de
significación y sentido (interpretación sistemática del texto
constitucional) con los principios fundamentales: Título I. Para la
finalidad superior de construir una sociedad justa, léase bien, sociedad
justa (no “sociedad de mercado”), en la Constitución nacional de 1999
no se define el régimen socioeconómico de forma rígida.
Allí
se consagran principios de justicia social, eficiencia, democracia,
libre competencia e iniciativa, defensa del ambiente, productividad y
solidaridad, fuera de cualquier dogmatismo ideológico con relación a la
ya superada disputa sobre los roles del mercado y el Estado en la
economía. Que nos guste o no nos guste esto, es otra cosa. Pero la
Constitución marca unos límites precisos tanto a la “sociedad de
mercado” neoliberal, como al “estatismo autoritario” que caracterizó a
las experiencias del socialismo real en el siglo 20.
Ni
Estado-latria ni mercado-latria. Plantea la Constitución que el Estado
no está ausente, que tiene un papel fundamental como regulador de la
economía para asegurar el desarrollo humano integral, defender el
ambiente, promover la creación de valor agregado nacional y de fuentes
de trabajo, garantizando la seguridad jurídica para fomentar, junto con
la iniciativa privada, el desarrollo armónico de la economía nacional y
la justa distribución de la riqueza. Nos guste o no nos guste, es otra
cosa. La Constitución marca definiciones precisas, por más flexible,
abierta y poco rígida que sea, allí hay unos parámetros para la disputa
ideológica. Y en términos del estatuto de la propiedad, la constitución
reconoce: a) propiedad personal, b) propiedad colectiva, c) propiedad de
particulares, d) propiedad asociativa, e) propiedad estatal en el marco
de un clausula fundamental del Estado social: “La propiedad estará
sometida a las contribuciones, restricciones y obligaciones que
establezca la ley con fines de utilidad pública o de interés general.”
Cuando
hablo entonces de consistencia entre el socialismo posible y la
Constitución estamos planteando: en el marco de esta Constitución
(1999), ¿Cuál modelo de socialismo posible? Podríamos hacernos la
pregunta inversa: En el marco de este modelo a1, a2, a3, a4…an de
Socialismo (incluyendo a los socialismos reales, si quieres), ¿Cuál
Constitución? La primera pregunta nos coloca ante relaciones distintas
entre la legislación constructiva, el poder constituyente y el poder
constituido; y la segunda nos abre las compuertas a diferentes diseños
constitucionales con momentos constituyentes completamente abiertos. Y
no estamos en el segundo mundo posible (¿O sí?), sino en el primero. Es
decir, tenemos una Constitución que es un parámetro-límite. Y asumimos
que es nuestro Proyecto-País (¿O no?). Nos guste o no, en el diseño
constitucional de 1999, la relación Estado y mercado, es un medio para
satisfacer las necesidades colectivas; se trata de un equilibrio
dinámico (y contradictorio) entre productividad y solidaridad, entre
eficiencia económica y justicia social, dando grados de libertad a la
iniciativa privada y preservando el interés del colectivo.
Incluso,
el Estado tiene el mandato de orientar las políticas macroeconómicas y
sectoriales para promover el crecimiento y el bienestar. Además, el
Estado se compromete a ejercer acciones prioritarias en sectores
económicos específicos para darle dinamismo, sustentabilidad y equidad
al desarrollo económico, tales como la actividad agropecuaria, la
pequeña y mediana industria, el turismo, el sector de cooperativas y
demás formas de la economía popular. La actividad de producción de
alimentos queda establecida como esencial para el país, consagrándose el
principio de la seguridad alimentaria en función del acceso oportuno y
permanente de alimentos por parte de los consumidores.
En
el Plan Nacional Simón Bolívar (2007-2013), que es un primer plan de
transición y edificación del Socialismo del Siglo XXI, se establece en
lo relativo al modelo productivo socialista, lo siguiente: “El Modelo
Productivo Socialista estará conformado básicamente por las Empresas de
Producción Social, que constituyen el germen y el camino hacia el
Socialismo del Siglo XXI, aunque persistirán empresas del Estado y
empresas capitalistas privadas.”
Los objetivos
de este modelo de edificación del socialismo implican expandir la
economía social cambiando el modelo de apropiación y distribución de
excedentes, fortaleciendo los mecanismos de creación y desarrollo de EPS
y de redes en la Economía Social, fortaleciendo la sostenibilidad de la
Economía Social, estimulando diferentes formas de propiedad social, y
transformando empresas del Estado en EPS. Incluso allí aparece un
gráfico (Ver Plan Nacional Simón Bolivar).
No
puede ser más explícito el documento cuando plantea: “El Estado
conservará el control total de las actividades productivas que sean de
valor estratégico para el desarrollo del país y el desarrollo
multilateral y de las necesidades y capacidades productivas del
individuo social. Esto conlleva identificar cuál modo de propiedad de
los medios de producción está mayormente al servicio de los ciudadanos y
quienes la tendrán bajo su pertenencia para así construir una
producción conscientemente controlada por los productores asociados al
servicio de sus fines.”
Sin embargo, el
equilibrio dinámico y contradictorio entre estos tres sectores, así como
entre las diferentes formas de propiedad social, es justamente la
característica definitoria de una “economía de transición al
socialismo”. La coexistencia de tres sectores, implica además definir un
tercer aspecto: la concentración, el monopolio y el oligopolio,
aspectos que están negados en nuestra constitución de 1999: ni
monopolios, ni el abuso de la posición de dominio y ni de las demandas
concentradas. Economía mixta para una sociedad justa y radicalmente
democrática, con un Estado regulador sometido a la contraloría y la
democratización social. He allí la posibilidad de un horizonte
socialista distinto al del socialismo real del siglo 20.
¿Qué
esta ocurriendo? Una posible confusión entre enemigos, adversarios y
aliados. No hay 5 millones de “oligar-burgueses”. No los hay, ni
siquiera en la estructura socio-psicológica de la sociedad. No tenemos
la misma estructura de clases, ni socio-demográfica ni socio-ideológica
de la sociedad rusa de 1917 (un pequeño detalle de nuestros nostálgicos
“leninistas a la carta”). Tampoco de la de Cuba de 1958, ni la de China
de 1949. Comencemos por analizar el carácter específico de la formación
social venezolana de 1999, en contraste con enarbolar una “plantilla” o
“chuleta” de otras experiencias de construcción socialista. Ni las
situaciones de clase ni las posiciones de clase son idénticas. De allí
que las correlaciones de clases y de fuerzas tampoco lo sean, ni desde
un punto de vista dinámico-coyuntural ni histórico.
¿Estamos
avanzando? ¿En cuál dirección? ¿Con cuáles contenidos? ¿Con cuáles
alcances? ¿Con cual sector empresarial privado estamos tejiendo
alianzas? ¿Con monopolios, oligopolios, transnacionales, pequeñas y
medianas empresas, con empresas familiares? ¿Estamos avanzando en las
empresas de propiedad social directa; es decir en el régimen de
propiedad colectivo? ¿Estamos fortaleciendo el Capitalismo de Estado o
el Socialismo de Estado? ¿Está claro el esquema de coexistencia
dinámico, sus tensiones y arreglos institucionales? ¿Y que ocurre con el
movimiento de trabajadores, empleados y campesinos en este esquema?
¿Estamos claros en la transformación del antagonismo capital-trabajo?
Lo
que he planteado es que “no puedes avanzar si liquidas a las empresas
de producción social, en el sentido de la propiedad ejercida por los
propios trabajadores o por la propia comunidad, ni puedes avanzar
liquidando al sector empresarial privado, sin asfixiar los motores de
crecimiento económico de un país, porque los tres sectores pueden
converger en un proyecto político de crecimiento económico y desarrollo
humano integral”.
Hablo de motores de
crecimiento económico, no en un solo motor anclado en los grupos
económicos de poder (FEDECAMARAS). Es malamañosa la insinuación, de que
yo afirmo sólo que “el gobierno está liquidando al sector empresarial
privado”. Esta estrategia de descontextualización es la que usa
cualquier periodista tarifado de Globovisión, por ejemplo. Saber leer es
comprender la “cadena sintagmática y paradigmática” de las frases en
sus conceptos. Lo otro es meter gato por liebre. ¿Me comprende amigo
Efraín? ES completamente falsa su interpretación, con los aliños
retóricos: “Es indudable que en su planteamiento no existe la noción de
coexistencia debido a que le atribuye mayor importancia -en cuanto a
efectos sobre el conjunto del sistema económico- a uno de los factores,
en este caso al sector empresarial.” ¿Indudable para quién? Será para
usted, con todo respeto:
“El problema son las
señales que envía el gobierno, si asume que si crece uno es a costa del
otro. Es una economía deformada, donde tenemos una cabeza del sector
público demasiado grande, y las extremidades, que seria la economía
popular y alternativa del siglo XXI, son demasiado pequeñas y
atrofiadas. No le tienen ni confianza.”
Me
parece que usted lee lo que desea escuchar y no lo que yo estoy
planteando. Le respondo: ¿Cuál es el tipo de Empresa privada que subyace
en el pensamiento de tan importante entrevistado? La que aporta
crecimiento económico para construir una sociedad justa y radicalmente
democrática. El resto se lo dejo a su “comentario malo-mañoso”:
“De
acuerdo con la transcripción que hace el periodista es claro que se
refiere no a la empresa como entidad jurídica, ni a su planta física, ni
al rubro o producto que genera. Se refiere implícitamente a los
empresarios. Es decir, a sus dueños, accionistas, gerentes, etc. Los
describe como garantes del rumbo económico del país, por supuesto más
importantes que los otros dos factores de la tríada. ¿Quiénes son ellos
en el pensamiento de Biardeau? Productores, emprendedores, "dadores" de
empleo, altruistas, circunspectos, ajenos a la diatriba política,
amantes del orden y el progreso.”
Al parecer
hemos aprendido de la “oligar-burguesía” y sus medios de desinformación
algunas de sus malas-mañas. Y las utilizamos peor que ellos. No
cínicamente, sino hipócritamente: “Dando fe a la duda ya que se trata de
una entrevista podríamos pensar que sí los utilizó pero el periodista
los obvió. En todo caso debería aclararlo so pena que se considere que
su discurso es "malamañoso".
¿Dijo usted
malamañoso? Terminemos con el llamado a la militancia constructiva, que
no puede sino ser unitaria en la diversidad y en la controversia. Una
pequeña opinión de Atilio Borón sobre el socialismo-siglo 21. En este
ultimo aspecto otorgamos significación a su nuevo texto “Socialismo
siglo XXI ¿Hay vida después del neoliberalismo?”. Una contribución de
altísimo valor intelectual y político para la nueva coyuntura. Sobre
todo para considerar las ideas acerca de los cambios en los regímenes de
propiedad en las transiciones al socialismo.
Plantea
Boron, por ejemplo: “(…) La propuesta de avanzar en la construcción del
socialismo del siglo XXI es una invitación que no debe ser desechada.
Claro está que, en el terreno económico, se trata de un socialismo
superador de la anacrónica antinomia “planificación centralizada o
mercado incontrolado” y que, en cambio, abre espacios para la
imaginación creadora de los pueblos en la búsqueda de nuevos
dispositivos de control popular de los procesos económicos, dotados de
la flexibilidad suficiente para responder con rapidez al torrente de
innovaciones que día a día modifica la fisonomía del capitalismo
contemporáneo.”
Dice Boron: “Un socialismo que
potencie la descentralización y la autonomía de las empresas y unidades
productivas y, al mismo tiempo, haga posible la efectiva coordinación
de las grandes orientaciones de la política económica. Un socialismo que
promueva diversas formas de propiedad social, desde empresas
cooperativas hasta empresas estatales y asociaciones de estas con
capitales privados, pasando por una amplia gama de formas intermedias en
las que trabajadores, consumidores y técnicos estatales se combinen de
diversa forma para engendrar nuevas relaciones de propiedad sujetas al
control popular.”
Todo esto lo dice con
conocimiento histórico de causa: “Uno de los problemas más serios que
tuvo la experiencia soviética, y todas las que en ella se inspiraron,
fue el de confundir propiedad pública con propiedad estatal. Uno de los
desafíos más grandes del socialismo del siglo XXI será demostrar que
existen formas alternativas de control público de la economía distintas a
las del pasado. Pero es preciso tener en claro que, tal como lo dijera
en su tiempo Rosa Luxemburgo, el futuro, especialmente para los
sobrevivientes del holocausto social del neoliberalismo, es el
socialismo o, en caso de que no logremos construirlo, lo que resta es
ser testigos de la perpetuación y agravamiento de esta barbarie que pone
en peligro la sobrevivencia misma de la especie humana. Estamos ante
una situación crítica en la cual, como dijera Simón Rodríguez, “o
inventamos o erramos”.
Plantea Boron: No hay
modelos por imitar. El neoliberalismo impuso el “pensamiento único”
sintetizado en la fórmula del Consenso de Washington. Pero hay otro
“pensamiento único”: el de una izquierda detenida en el tiempo y que
carece de la audacia para repensar y concretar la construcción del
socialismo rompiendo los moldes tradicionales derivados de la
experiencia soviética. ¿Por qué no pensar en un ordenamiento económico
más flexible y diferenciado, en el que la propiedad estatal de los
recursos estratégicos y los principales medios de producción –cuestión
esta no negociable– conviva con otras formas de propiedad pública no
estatal, o con empresas mixtas en las que algunos sectores del capital
privado se asocien con corporaciones públicas o estatales, o con firmas
controladas por sus trabajadores en asociación con los consumidores, o
con cooperativas o formas de “propiedad social” de diverso tipo –como
las que se están impulsando en la Venezuela bolivariana– pero ajenas a
la lógica de la acumulación capitalista?”
Reconoce
Boron que no se trata de un experimento sencillo. Que está sujeto a
múltiples contradicciones, pero “¿quién dijo que la construcción del
socialismo sería, como en su momento lo observara Lenin, algo tan simple
como bajarse de un pulcro tren alemán cuando un no menos atildado
conductor del convoy anunciase: “¡Estación de la revolución socialista.
Todos abajo!”.
Para Boron, estas ideas sobre
la propiedad social dependen de un Estado políticamente fuerte, dotado
de una gran legitimidad popular y muy bien organizado. Concebir el
socialismo como un dogma inalterable no sólo en el plano de los
principios, lo que está bien, sino también en el de los proyectos
históricos, lo que está mal– salta a la vista, porque significaría la
consagración de un suicida inmovilismo, la negación de la capacidad de
autocorrección de los errores y una renuncia al aprendizaje colectivo,
condiciones estas imprescindibles para el permanente perfeccionamiento
del socialismo.
Boron cita acertamente a Marx y
Engels en La ideología alemana, texto que por cierto no había analizado
muchos de los ortodoxos bolcheviques: “para nosotros el comunismo no es
un estado de cosas que debe implantarse con arreglo a unas premisas
imaginadas, o un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros
llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de
cosas actual” (Marx y Engels, 1968: 54). Ideas sociales en movimiento,
diría Simón Rodriguez. En otro pasaje de ese mismo libro Marx afirmaba
que “la revolución social del siglo XXI no puede sacar su poesía del
pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea
antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. La
revolución del siglo XXI debe dejar que los muertos entierren a sus
muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido” (Marx, 1973).
Y
refiriéndose a Cuba dice Boron: En la actualidad, la legitimidad de la
Revolución descansa sobre dos pilares: el liderazgo de Fidel, como
heredero indiscutible del legado martiano, y los logros obtenidos
especialmente en los campos de la salud y la educación. Pero ninguno de
estos dos pilares es eterno y, como afirmara el propio Fidel en el ya
mencionado discurso, una revolución como esta, que ha probado ser
imbatible desde afuera al resistir medio siglo de agresión imperialista,
podría llegar a sucumbir producto de sus propios errores; o a
suicidarse si no tiene la audacia necesaria para encarar los cambios que
se requieren para garantizar su supervivencia y la consolidación del
socialismo. Boron cita un interesante texto de Fernando Martínez
Heredia, El corrimiento hacia el rojo, el cual permite penetrar en el
análisis de los problemas más urgentes y graves de la Cuba actual
(Martínez Heredia, 2001).Como para profundizar el debate, alejándose de
estériles descalificaciones que no contribuyen a pensar en profundidad
los retos del socialismo para el siglo XXI.