Nada es más perjudicial en la lucha de clases y, especialmente, en la de carácter político que el uso de consignas de medias tintas, de verdades a medias, farsas o mediatizadas por sueños utópicos. Decir que “sin la burguesía ni patrón: los obreros construimos la revolución”, es un exabrupto, es una posición de la enfermedad infantil del izquierdismo en el capitalismo y en la transición de éste al socialismo. Es, en fin de cuentas, reaccionaria por ser una verdad a medias que conduce a una mentalidad peligrosísima en quienes la asumen creyendo que es una consigna revolucionaria.
Es bueno recurrir a grandes personajes de la historia que mucho nos pueden enseñar sobre el uso de las consignas, porque éstas vienen siendo la síntesis de una línea política. Trotsky en su obra "Hacia dónde va Francia", nos dice: "En política no existen las fórmulas absolutas. Las consignas son concretas, es decir, se adecuan a circunstancias específicas"
Las consignas deben tener una relación directa con el programa y por ello, es importante decir algo sobre ellas, su valor y su papel que han de jugar en la lucha revolucionaria. Las consignas es la expresión sintetizada de la línea política de cualquier organización o partido político; señalan los objetivos que han de alcanzarse y cómo lograrse en la lucha, son síntesis del contenido del programa, por lo tanto, reflejan los intereses –en el caso de una revolución proletaria o socialista- del pueblo y deben corresponder intrínsecamente con el programa revolucionario. Trotsky, agrega lo siguiente: "Lo que es importante, cuando el programa sea definitivo es conocer bien las consignas y manejarlas con habilidad de modo que en todas partes todos usen las mismas consignas al mismo tiempo"
Una organización revolucionaria con una línea política revolucionaria no puede concebirse sin el uso de las consignas. Lo importante es que las consignas sean igualmente una expresión revolucionaria de la lucha y de los objetivos, que eduquen a las masas y que éstas las hagan de su propiedad y las señalen como el querer de sus aspiraciones, es decir, que traten de alcanzar lo que significan las consignas. La organización debe examinar bien la cuestión de las consignas, observar las reacciones de las masas populares, medir cuáles han de utilizarse, cuáles abandonar de inmediato, debe tomar en cuenta la experiencia de las masas, en lo que creen, para poder obtener conclusiones que permitan lanzar las consignas apropiadas y hacer avanzar la lucha revolucionaria. Por supuesto, que las consignas principales de la organización revolucionaria que expresen los objetivos estratégicos siempre serán valederas mientras no sea cubierta la etapa de la lucha que está planteada, pero las consignas tácticas pueden cambiar de acuerdo a las circunstancias que constantemente se transforman en la realidad del acontecer de la lucha de clases, regiones. Una organización que haga mal uso de las consignas corre el riesgo de conducir equivocadamente la lucha y puede llevar a los revolucionarios y al pueblo en general a la derrota.
Las consignas tácticas deben servir, de manera irrefutable, a las consignas estratégicas, pero es importante que la organización revolucionaria domine el arte político de saber cambiar las consignas cuando las condiciones objetivas y subjetivas así lo determinen.
Las consignas revolucionarias tienen que ser un orientador para la acción de las masas, que exprese sus deseos, objetivos. Sin consignas, la organización y las masas revolucionarias marcharían a la deriva, sin cohesión con el programa, ni con las organizaciones populares ni con la táctica. Hay que saber escoger las consignas porque ayudan, en considerable grado, al desarrollo de la lucha revolucionaria en todos sus aspectos (educación en el pensamiento revolucionario, en lo organizativo, en la perseverancia con la revolución). Por otra parte, hay que tratar que las consignas puedan llegar a tiempo, sin retraso, para que las masas sean capaces de obtener una orientación igualmente a tiempo sobre lo qué deben hacer y buscar en la lucha.
Las consignas revolucionarias de la organización política o de un gobierno revolucionario deben tener el respaldo de una práctica y una teoría, porque de lo contrario pueden confundir y desmoralizar a las masas. Se está en el deber de hacer realidad el contenido expresado en las consignas.
Decir que “sin burguesía ni patrón: los obreros construimos la revolución”, es marchar de espalda en el proceso de la lucha de clases y, mucho más, si se pretende enarbolar las banderas del socialismo. La consigna señalada anteriormente ha sido vociferada y escrita por algunos obreros que, de manera consciente o inconsciente, creen estar en capacidad de llevar a feliz término una revolución socialista sin patrón. Incluso, sin asimilar las enseñanzas de la burguesía, fundamentalmente en organización y producción todos los caminos para construir una revolución serían extremadamente tortuosos.
Quienes lanzan esa consigna como un arma de conciencia revolucionaria, proletaria, desconocen por completo el papel del Estado en una transición del capitalismo al socialismo. Y eso es bastante peligroso, porque lo más seguro es que terminan siendo enemigos de un Estado proletario y asumiendo, queriendo o no queriendo, el anarquismo como su tendencia de pensamiento social. Precisamente, el camarada Lenin señala magistralmente las diferencias entre los marxistas y los anarquistas y casi todas se refieren al elemento Estado. Lenin nos dice: “La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente: 1) En que los primeros, proponiéndose como fin la destrucción completa del Estado, reconocen que este fin sólo puede alcanzarse después que la revolución socialista haya destruido las clases, como resultado de la instauración del socialismo, que conduce a la extinción del Estado; mientras que los segundos quieren destruir completamente el Estado de la noche a la mañana, sin comprender las condiciones bajo las cuales puede lograrse esta destrucción. 2) En que los primeros reconocen la necesidad que el proletariado, después de conquistar el poder político, destruya completamente la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva, formada por la organización de los obreros armados, según el tipo de la Comuna; mientras que los segundos, abogando por la destrucción de la máquina del Estado, tienen una idea absolutamente confusa respecto al punto con qué ha de sustituir esa máquina el proletariado y cómo éste ha de emplear el Poder revolucionario; los anarquistas niegan incluso el empleo del Poder estatal por el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria. 3) En que los primeros exigen que el proletariado se prepare para la revolución utilizando el Estado moderno, mientras que los anarquistas niegan esto”.
Un Estado proletario o revolucionario tiene el deber de desplazar a la burguesía como patrón de la economía de la transición del capitalismo al socialismo y de una gran parte de éste. Sin eso, no hay construcción posible de una revolución en el sentido de transformación económico-social. Que el papel de un Estado proletario o revolucionario para aplicar medidas socialistas dependa, esencialmente, de las condiciones económicas en lo internacional o de lo que se conoce como mercado mundial, es otra cosa muy importante, pero muy importantísimo, tomar en consideración para la aplicación de sus políticas o de su programa revolucionario. Pero eso significa que los obreros, en el proceso de transformación de obreros a trabajadores, deben comprender, tener conciencia que en la transición del capitalismo al socialismo y en gran parte de éste, el Estado proletario, igual extinguiéndose como tal, es el principal patrón de los obreros con la obligación de cada día ir mejorándoles sus condiciones socioeconómicas si de verdad se pretende construir el socialismo. De lo contrario, hay que repetirlo, se convertirán en anarquistas de nuevo cuño, siendo los peores enemigos del socialismo. Punto final.