La democracia socialista que no llega...

"La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente". (Rosa Luxemburgo)

 
Hay señales despóticas en las filas del campo bolivariano. Y no se prestará uno a un corifeo idiota de silencio ante las mismas. Y lo mas grave no son los síntomas sino el “mar de fondo” de las mismas. Perdida de apoyo popular correlativa a la pérdida de rumbo de la revolución bolivariana. Ausencia de debate entre socialistas, con graves consecuencias para la rectificación y la aplicación de todas las R que quieran enunciar. Calco y copia de una mezcla de populismo en clave cesarista, con una suerte de tropicalización del estalinismo más rancio.  

Algunos preferirán cerrar los ojos, taparse los oídos o la boca, optarán por decirse a sí mismos: ¡Camarada, déjese de vainas, aquí no esta pasando nada! Pero está pasando, y seguirá pasando mientras no exista una re-conducción radicalmente democrática del proceso bolivariano.  

Cuando se activó  la vorágine legislativa de diciembre (con sus luces y sombras), ya se anticipaba una crisis de desproporción entre el volumen legislativo y la ausencia de participación del pueblo organizado, movilizado activamente en la defensa protagónica de cada iniciativa legislativa. Muchas de las leyes aprobadas tenían una trayectoria de caída libre, de arriba-abajo, y no como uno supone que podría hacerse en una revolución democrática y socialista mas o menos consistente con la idea de democracia protagónica revolucionaria, de abajo-arriba, contando con sólidas iniciativas, deliberaciones y consultas de las bases de apoyo populares movilizadas, con entusiasmo, en un flujo ascendente de cierta efervescencia revolucionaria, encarnando fuerzas de emancipación social.  

Sobre todo, porque son leyes que le competen directamente: son la mayoría de estas leyes, al menos nominalmente, del “poder popular”. Obviamente, al escuchar estos enunciados, no faltarán los rancios estalinistas con sus críticas a los que llaman las “desviaciones del ultra-democratismo” y sanbenito de los “anarcoides”. Sobre todo, porque los espíritus estalinistas no saben ni aprenderán ni un carajo del espíritu libertario que recorrió la experiencia vital de un Marx o un Engels, por ejemplo, o la capacidad de iniciativa de los soviets en 1905, más allá de los que diseñaran o pensarán desde las direcciones de corrientes bolcheviques o mencheviques. Sobre todo, de aquellos que se autoproclaman como “vanguardia” del proceso.  

Muy bien. De esa historia de vanguardias esclarecidas, que se van desconectando casi imperceptiblemente de una acertada interpretación de las necesidades y demandas sentidas de los sectores populares, hay todo un largo legado. De allí, que no sorprenda la superioridad del Presidente Chávez en este terreno, frente a la “línea de segundo mando” y los llamados “cuadros intermedios”, cuya capacidad de iniciativa tiende cada ves más a cero. “Esperando instrucciones”, podría titularse cualquier película tragicómica a futuro de todo un “destacamento de cuadros revolucionarios” que podrían transformar las condiciones actuales del reflujo de las fuerzas revolucionarias ante la estrategia de avance paulatino y sostenido de la derecha. Pero están paralizados: ¡Esperando instrucciones de arriba, camarada! Esta es la cuna del espíritu decrepito y derrotista del burocratismo.  

Por tanto, habrá  que recordar como cada 15 de enero se cumple el aniversario de los asesinatos de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht, los dirigentes históricos del ala izquierda de la socialdemocracia alemana. El 15 de enero de 1919, el culatazo del fusil de un soldado del viejo ejército del Káiser ponía fin a la apasionada y apasionante existencia de una de las figuras más destacadas del movimiento socialista europeo: Rosa Luxemburgo.

Sobre todo basta resaltar la afirmación de la capacidad creativa, autónoma y espontánea de las clases trabajadoras, de las multitudes plebeyas y populares en nuestras geografías de experiencia, criticando al “leninismo organizativo” y su tendencia corrosiva hacia el centralismo burocrático. Hoy cuando podría hablarse tanto de la contraposición entre partido-maquinaria y partido-movimiento, es la maquinaria la que sigue dominando la escena política del campo bolivariano. Desde mi punto de vista, la vorágine legislativa de diciembre fue la más patética manifestación del partido-maquinaria, de los diputados y diputadas engranadas a la concepción y lógica disciplinaria del partido-maquinaria. Desde el punto de vista de la realpolitik, todo bien entonces camaradas, pero desde el punto de vista de los saldos en los asuntos espinosos de la conquista de mayor espacio de hegemonía popular y legitimidad democrática. ¿Cuándo se avanzó? Una pregunta ingenua, seguramente. 

La visión de Rosa Luxemburgo sobre la importancia de la autonomía de las masas, de las multitudes, del pueblo trabajador para la construcción del socialismo y su concepción no instrumental de la democracia representan un recordatorio obligado para comprender la diversidad de orientaciones existentes entre los revolucionarios. Al mismo tiempo, obliga a reflexionar sobre la intensa marginación a la que fue sometido su pensamiento por parte de las izquierda hegemónica ya disciplinada bajo las fórmulas de la III internacional estalinista.  

Para recordar la figura de Rosa Luxemburgo parece especialmente oportuno un breve análisis de sus opiniones sobre la cuestión democrática, planteadas en su célebre folleto La revolución rusa, demostrativas de la actualidad y vigencia de su compromiso político y moral. Escrito en 1918, dicho texto expresa simultáneamente su solidaridad con la revolución rusa y una ardorosa defensa de la democracia socialista que expresa la inseparable triple dimensión del pensamiento y la obra de Rosa Luxemburgo: socialista, demócrata y revolucionaria. Si el siglo  que  pasó algo nos dejó, fue la dificultad de mantener este triple compromiso entre mantener la revolución, el socialismo y la democracia.

 
Rosa Luxemburgo, por ejemplo, comprendió la continuidad entre el proceso de 1917 y la anterior revolución de 1905. ¿Comprendemos acaso en nuestro caso la continuidad entre la resistencia al neoliberalismo, la insurrección popular del 27-F y el poder constituyente de 1999, con una construcción radicalmente democrática del nuevo socialismo? En su primera aproximación señalaba "...una vez en la brecha, la energía revolucionaria del proletariado ruso emprenderá, con la misma lógica ineluctable, la vía de una práctica democratizadora y social radical y adoptará de nuevo el programa de 1905: república democrática, jornada de 8 horas, expropiación de los grandes terratenientes...". 

Contra el chovinismo guerrerista que se incubaba como sentimiento en la opinión pública, Luxemburgo vincula expresamente la revolución con la lucha por la paz: "... Pero de ello emana en primer lugar para el proletariado socialista de Rusia la más urgente de las consignas, indisolublemente unida a todo lo demás: ¡Fin a la guerra imperialista!" (Cartas de Espartaco).  

Pero a pesar que Rosa Luxemburgo se sitúa en el campo de la solidaridad con la revolución de octubre: "El levantamiento de octubre no solamente ha servido para salvar efectivamente la revolución rusa, sino también para salvar el honor del socialismo internacional"; desde el principio Rosa Luxemburgo es consciente de la tragedia que supondría el aislamiento de la revolución (carta a Luise Kautsky del 24 de noviembre), del cual culpa a las direcciones chovinistas de la socialdemocracia. Asimismo, mantuvo diferencias y recelos con las orientaciones bolcheviques a la paz separada con Alemania, que condujeron a la paz de Brest-Litovsk. La solidaridad y el compromiso revolucionario no se hacen desde una actitud de crítica complaciente, como decimos en criollo, con el jalabolismo de siempre.  

A mediados del año 1918, Rosa Luxemburgo decide sistematizar sus posiciones críticas respecto a la política bolchevique. El aspecto fundamental que preocupaba a Rosa Luxemburgo eran las consecuencias que para el futuro de la lucha socialista podía tener una lectura apologética y unidireccional de la revolución rusa por la tendencia de sus dirigentes a formalizar y teorizar lo que sólo podían ser posturas históricas-contingentes.  

Rosa realiza en su obra una severa advertencia contra la utilización de la experiencia bolchevique como un modelo universal para el socialismo, tal como podríamos realizar en la actualidad, para no calcar y copiar de manera sumisa y servil las particularidades y especificidades de la experiencia de la revolución cubana, o para no repetir los errores de la transición democrática al socialismo en el Chile de Allende, para citar sólo dos referencias centrales de muchas inquietudes presentes.  

Su folleto  La revolución rusa está, por consiguiente, orientado al futuro. "Bajo la teoría de la teoría de la dictadura de Lenin-Trotski subyace el presupuesto tácito de que para la transformación socialista hay una fórmula prefabricada, guardada ya completa en el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser enérgicamente aplicada en la práctica. Por desgracia -o tal vez por suerte- no es ésta la situación. Lejos de ser una suma de recetas prefabricadas que sólo exigen ser aplicadas, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico yace totalmente oculta en las nieblas del futuro. En nuestro programa no tenemos más que unos cuantos mojones que señalan la dirección general en la que tenemos que buscar las medidas necesarias, y las señales son principalmente de carácter negativo..." (La revolución rusa, RR en adelante, p.210).

  
De allí la importancia de insistir en la crítica al imaginario jacobino-blanquista que inspiró al pensamiento y acción de los bolcheviques, en contraposición a Marx y Engels, que siempre estimularon la praxis de las mayorías, de las multitudes proletarias de entonces, en clave de radicalización democrática.

 
Hoy sabemos que el tema de la democracia es el aspecto sustantivo de su contundente valoración crítica de la política de Lenin y Trotski y de los riesgos que conllevaba para el futuro de la revolución. Mientras los bolcheviques defendían la consigna de ¡Todo el poder a los soviets! y al mismo tiempo, la convocatoria de una Asamblea Constituyente, Rosa Luxemburgo cuestiona el viraje adoptado por los bolcheviques al disolver el Parlamento y restringir el derecho de voto. Admite que la Asamblea Constituyente podía no ser verdaderamente representativa, pero afirma que en ese caso la disolución debería haber ido acompañada de una convocatoria de nuevas elecciones, realizando una defensa expresa de la existencia de instituciones representativas bajo un gobierno que se proclama socialista

Su posición es meramente táctica o de realpolitik, sino de principio y se refiere a la necesidad absoluta de que el socialismo se desarrolle sobre la base de instituciones democráticas. Muchos comentaristas de esta obra han señalado acertadamente que su contenido planteaba la necesidad de la compatibilizar el Parlamento y los soviets (o consejos); junto a la necesidad permanente de derechos democráticos incondicionados. Como es historia, ambos elementos son justamente graves debilidades de las experiencias del llamado “Socialismo real”. 

La tendencia de los bolcheviques fue otra, hacer de la necesidad virtud, para  acabar defendiendo un "socialismo" antidemocrático o si prefieren un “colectivismo despótico”. Frente a una frase de Trotski ("Como marxistas nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal") contesta: "Es cierto que nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal. Ni tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del socialismo ni tampoco del marxismo.... Lo que realmente quiere decir (esa frase) es: siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa, siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad  y la libertad formales. Y no lo hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera a no contentarse con la cobertura sino a conquistar el poder político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la democracia".  

¿Socialismo democrático-participativo? El contenido del socialismo para Rosa Luxemburgo es entendido como una ampliación de la democracia, no su limitación, extendiendo la intervención en la vida pública a masas de población que nunca habían sido partícipes de su destino. Por otra parte, el socialismo no puede establecerse por decreto. Nadie posee las soluciones para todos los problemas, ni un método infalible.  

Para Rosa la solución de los problemas sólo puede proceder de la fecunda corrección de los errores cometidos, la cual sólo es posible sobre la base de la libertad de crítica y de la más amplia iniciativa popular. "El sistema social socialista sólo deberá ser, y sólo puede ser, un producto histórico, surgido de sus propias experiencias, en el curso de su concreción, como resultado del desarrollo de la historia viva, la que (al igual que la naturaleza orgánica, de la que, en última instancia, forma parte) tiene el saludable hábito de producir siempre junto con la necesidad social real los medios para satisfacerla, junto con el objetivo simultáneamente la solución. Sin embargo, si esto es así, resulta evidente que no se puede decretar el socialismo, por su propia naturaleza, ni introducirlo mediante un "ukase". Exige como requisito una cantidad de medidas de fuerza (contra la propiedad, etc.). Lo negativo, la destrucción, puede decretarse; lo constructivo, lo positivo, no. Territorio nuevo. Miles de problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a la luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados. La vida pública de los países con libertad limitada está tan gobernada por la pobreza, es tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espiritual. (...).Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales".  

La democracia es el único medio  para poder limitar los errores inevitables en toda dirección política: "El control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen. La corrupción se torna inevitable (palabras de Lenin...). La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, etc. Nadie lo sabe mejor, lo describe de manera más penetrante, lo repite más firmemente que Lenin. Pero está completamente equivocado en los medios que utiliza. Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror, todas estas cosas son sólo paliativos. El único camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, por la democracia y opinión pública más ilimitadas y amplias. Es el terror lo que desmoraliza".

  
Por otra parte, se trata de una defensa de la libertad sin los complejos de verse etiquetada como liberal o como pequeñoburguesa. Las libertades públicas no son algo accesorio, sino el aire mismo imprescindible para poder hablar de algo parecido al socialismo. "Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase trabajadora, el Estado socialista, en cambio, de opresión a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista deja de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no necesita del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la dictadura proletaria ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede existir".

De forma consistente con las posiciones defendidas ya desde 1903, Rosa Luxemburgo rechaza el jacobinismo político y valora en el más alto grado la autodeterminación e iniciativa de las masas. Esa capacidad constructiva de la sociedad sólo puede desarrollarse con libertad política, cuyo fundamento es el derecho a diferir, a criticar, a oponerse: "La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la "justicia", sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la "libertad" se convierte en un privilegio especial".

La ausencia de democracia conduce a la degeneración política: "Cuando se elimina todo esto, ¿qué queda realmente? En lugar de los organismos representativos surgidos de elecciones populares generales, Lenin y Trotski implantaron los soviets como única representación verdadera de las masas trabajadoras. Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y de experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad, dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas. En el fondo, entonces, una camarilla. Una dictadura, por cierto: no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos (¡la postergación del Congreso de los Soviets de periodos de tres meses a seis!). Sí, podemos ir aun más lejos; esas condiciones pueden causar inevitablemente una brutalización de la vida pública...".

La revolución  de Octubre ha alimentado la vieja tentación jacobina (y su consecuente fracaso) de la izquierda y su tendencia a intentar sustituir los procesos sociales de aprendizaje, empoderamiento y autonomía de masas por las iniciativas de pequeñas camarillas políticas, y la auténtica dinámica de las transformaciones de la sociedad por un control administrativo. Sobre dicha base, la contrarrevolución estalinista estableció su régimen despótico-burocrático.  

En todos los sentidos, las opiniones expresadas en La revolución rusa derivan de la lucha en favor del socialismo y de la democracia que había manifestado Luxemburgo a lo largo de toda su trayectoria; por ello este escrito aparece como su auténtico "testamento" político.  

Un testamento que contiene una trágica advertencia sobre el triste destino del socialismo si olvida su intrínseca necesidad de democracia y libertad. Un estremecedor aviso que no puede seguir siendo marginado y silenciado. Para no repetir los mismos errores.

 


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Javier Biardeau R

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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