Observado los impasses del actual proceso de transformación y el bloqueo teórico (epistemológico y hermenéutico) del llamado “Socialismo del siglo XXI”, así como de los “marxismos burocráticos”, legados por el seguidismo ideológico a la revolución bolchevique (el marxismo soviético) ó incluso al “marxismo-leninismo” de la revolución cubana, son cada vez más necesarias prácticas interpretativas (ideológicas y teóricas) radicalmente críticas y creativas (pues con esa teoría “revolucionaria” disponible, no habrá actividad revolucionaria alguna); que vayan más allá de prácticas de re-apropiación crítica y selectiva del pensamiento marxiano, que hundan su esclarecimiento a la raíz de los problemas y desmonten los prejuicios de la modernidad euro-céntrica, del colonialismo interno e intelectual.
¿En función de que? De sustentar programas de investigación-acción para la transformación de la sociedad hegemónica. No basta con criticar al neoliberalismo ni al capitalismo en sentido restringido, si no se profundiza en la crítica de la modernidad-colonialidad.
El “marxismo de las carabelas” es un marxismo colonizador, un marxismo que reproduce los mitos del progreso, del desarrollismo, de la neutralidad ideológica de las fuerzas productivas, del productivismo y el consumismo, del occidentalismo e incluso de la lógica de la sociedad adquisitiva.
Además ha sido un fracaso con relación a las proyectos para sustituir formas de dominación estatal, distribuir y organizar las relaciones de poder de manera radicalmente democrática, calcando los mitos hegemónicos que son parte del problema civilizatorio, y que no despejan los caminos para construir vías de solución de los problemas.
Hay quienes suponen que no es necesario ningún debate teórico, que las recetas están hechas para ser aplicadas. Basta repetir a Lenin, glosar al Che, gritar: ¡que viva Fidel!, darle un toque espiritual con una dosis de “teología de la liberación”, colocar algunos aliños para reconocer cierto indo-socialismo ó la llamada afro-descendencia, reivindicar el feminismo de palabra y la ecología del “desarrollo sustentable”, pero manteniendo intacta la falacia desarrollista, sin cuestionar los dispositivos de poder y las estructuras de dominación capitalistas, ni las prácticas que prefiguran la burocracia socialista derivadas de la vanguardia del aparato, del mito del partido-único/capitalismo de Estado, o confundir la contra-hegemonía con la mas burda sumisión ideológica, desechar la ética de la liberación (basta revisar algún trabajo de Sánchez Vázquez o de Dussel) y reducirla a la criatura ideológica del partido comunista de la URSS en tiempos de Kruschev (¿sabe usted que era el código del constructor del comunismo científico?): “conciencia del deber social”.
El cerebro de los vivos sigue aprisionado por las vestimentas ideológicas de tradiciones veneradas como dogmas sacrosantos. Se repiten cuentos, narrativas, argumentos y descripciones que corresponde a las inercias ideológicas de la vieja izquierda despótica (con la bandera imaginaria: rostros épicos de Marx, Engels, Lenin y Stalin, mirando todos a la izquierda), con su sacrosanto cuento de los manuales soviéticos, las codificaciones del partido-aparato, los rituales, la liturgia de los textos y estribillos sagrados, la escolástica de los “profesionales de la revolución”, la repetición de la amalgama de una singular lectura de Marx, los hábitus, en fin: alabado sea el dogma.
La crisis y el bloqueo del socialismo del siglo XXI no solo es práctico, es además teórico. No hay salidas fáciles, no hay populismos que disfracen las debilidades del pensamiento revolucionario, ni hay mesianismos que sustituyan la formación política para el autogobierno de la ciudadanía republicana, no hay estructuras políticas que funcionen como cascarones carentes de concepciones ideológicas renovadas.
Sin sacudir el pensamiento tradicional de la izquierda cavernaria, la revolución se hunde por efecto de sus lastres ideológicos. El agotamiento es parte no solo del reflujo del poder constituyente como multitud movilizada, sino como vacio de tareas del intelectual colectivo.
He allí un grave asunto a ser asumido: sin pensamiento colectivo insurgente no habrá revolución. Con el “marxismo de las carabelas” se la da una nueva vuelta de tuerca al colonialismo interno y al colonialismo intelectual.
¿Se habrán dado cuenta de este pequeño detalle los colectivos de propaganda bancaria y “revolucionaria”, las escuelas de los Partidos-maquinaria, los responsables de construir referentes ideológicos para la transformación?
Por ahora, se reproduce el círculo vicioso del apagón revolucionario. Se requieren varios sacudones. Entre estos, hay uno del que nadie dice sino poco: el sacudón del pensamiento colectivo insurgente.
La burocracia huele que se ha quedado sin coartadas. ¿Dijo usted “militancia socialista” en la primera línea estratégica del PSUV?
Comencemos por limpiar el jardín socialista de toda su basura ideológica. Hay que sacudir el colonialismo intelectual, dejar bien lejos al "marxismo" de las carabelas.
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