Las 3R nacen en el
marco de la autocrítica necesaria, que sin embargo ha tenido precedentes
ampliamente cuestionados por voceros del gobierno y en ocasiones por
el mismo Presidente. Para la reconstrucción parcial de algunos episodios
autocríticos quisiera mencionar a tres personajes y un evento.
Cuando hablamos de
autocrítica revolucionaria tres personajes me saltan a la mente de
manera inmediata: Luis Tascón (expulsado del PSUV), Müller Rojas (quien
renunció al PSUV) y Lina Ron (fundadora y retirada del PSUV), personajes
hoy lamentablemente fallecidos pero que cada uno en su momento fueron
clara expresión de descontento, de posturas críticas, de advertencia
ante hechos que se desarrollaron (y aún se desarrollan con sus matices)
dentro del proceso revolucionario ¿Quién a estas alturas olvida al
“Nido de alacranes” descrito por el viejo Müller, como asiento
del Presidente Chávez?
Por
otra parte, el evento más emblemático de los procesos autocríticos
fue el realizado el 2 y 3 de junio del 2009, ya hace casi dos años,
por el Centro Internacional Miranda (CIM), denominado “Intelectuales,
democracia y socialismo: callejones sin salida y caminos por recorrer”
donde nos reunimos más de 30 intelectuales, académicos y analistas
venezolanos entre otros, comprometidos con el proceso de cambio revolucionario.
El objetivo era examinar y discutir en torno a los principales nudos
problemáticos que enfrentaba nuestro proceso en aquel momento. Vladimir
Acosta, Eva Golinger, Luis Britto, Marta Harnecker, Juan Carlos Monedero,
Luis Damiani, Iraida Vargas, Emir Sader, Michael Lebowitz, Ernesto Villegas,
Santiago Arconada, Rigoberto Lanz, Miguel Ángel Pérez, Carmen Bohórquez,
Víctor Álvarez, Luis Bonilla Molina, Roberto Hernández Montoya, Fausto
Fernández, Daniel Hernández, Filinto Durán, Mario Sanoja, Javier
Biardeau, José Luis Pacheco, Arístides Medina Rubio, Aram Aharoniam,
Miguel Angel Contreras, Gonzalo Gómez, Vladimir Lazo, Roberto López,
Rubén Reinoso, Nieves Tamaroni, Rubén Alayón Montserrat, Elio Sayago,
José Carlos Carcione, Rafael Gustavo González, Roland Denis, Paulino
Núñez y mi persona estuvimos presentes en un espacio ampliamente cuestionado
en su momento (que sometió al CIM a la incertidumbre de si sería cerrado)
y que creo hoy ampliamente reivindicado por la historia.
Una
de las discusiones centrales del debate giró en torno a lo que
es el PSUV, dando así origen a una serie de interrogantes: ¿En
qué se diferencia el PSUV de los partidos políticos tradicionales?
¿Los partidos siguen teniendo sentido en una sociedad compleja? El
PSUV ¿Es un partido que debe tener una dirección única o una dirección
colegiada? ¿Es conveniente que una persona pueda tomar decisiones al
margen de las bases o contra la voluntad de las mismas? ¿Qué futuro
tiene un partido donde las bases raramente tienen la oportunidad de
expresarse? ¿Deben las bases elegir a los miembros de la dirección
o se trata de una decisión no participada en aras de otras razones?
¿No debilita al propio partido que la dirección sea elegida al margen
de las bases? ¿Cómo participan las bases en la elaboración de las
grandes líneas programáticas, de las directrices del Gobierno y del
contenido del socialismo del siglo XXI? ¿No es un problema para el
partido que algunos de los funcionarios que están al frente de áreas
fundamentales del gobierno sean al mismo tiempo los dirigentes del partido?
¿No conduce a la ineficiencia la acumulación de responsabilidades?
¿Y no es repetir un problema del socialismo del siglo XX el confundir
el partido con el Estado?
Parte
de las coincidencias sobre este tema para aquel momento (juzgue usted
la vigencia de lo planteado hace dos años) se centraron en asumir que
el PSUV debería contar con una dirección colectiva. Que articule efectivamente
con los movimientos sociales de base (no que los utilice en tareas electorales
o como correa de transmisión del Gobierno), que derrote el mal del
clientelismo partidista y que instituya las bases de un verdadero partido
revolucionario reconociendo la libertad de crítica y profundizando
la democracia dentro del partido.
Otro
aspecto medular que se analizó en el evento fue al Estado, los dilemas
planteados sobre este aspecto fueron los siguientes: Si el Estado ha
sido el instrumento que utilizó el neoliberalismo para imponer sus
propuestas ¿Tiene que ser también el instrumento para liberarnos del
neoliberalismo? ¿Es el Estado una herencia colonial que hay que superar,
en otras palabras, no es continuar un debate colonizado el hablar del
Estado? ¿El Estado nos devora cuando lo utilizamos o puede ser un instrumento
válido para la emancipación? ¿Es posible refundar el Estado? ¿Hay
un Estado simbólicamente débil en Venezuela? En caso de que el Estado
sea débil ¿es eso una debilidad o una fortaleza en Venezuela? ¿Este
Estado puede conducirnos rumbo al socialismo o por el contrario es un
freno para ello? ¿Se trata de debilitar el Estado actual o de fortalecerlo?
¿Se trata de inventar un nuevo Estado que puede llamarse comunal o
socialista? ¿Cuáles son los rasgos del Estado comunal?
De igual manera hoy podríamos preguntarnos cuánto hemos avanzado en la transformación de un Estado heredado que después de 12 años lo hemos hecho más grande y por ende más ineficaz, a pesar de los avances legislativos de la estructura formal del Poder Popular y el Estado Comunal.
El último elemento de dicho evento, apuntó a los modos y formas en
que se debe articular la crítica. En el evento se asumió que incluso
entre los intelectuales comprometidos con el proceso, la crítica ha
perdido parte del espacio que le corresponde, especialmente entre aquellos
con alguna responsabilidad institucional. No es difícil encontrar en
los medios del proceso comportamientos del socialismo del siglo XX en
los que se acusa de “contrarrevolucionario”, de “agente de la
CIA” o “quinta columnas” a cualquier persona, incluidas personas
con una incuestionable semblanza revolucionaria que formula críticas
en voz alta. Esto debilita fuertemente al proceso, pues el Gobierno
deja de recibir insumos para su ajuste, al tiempo que se va construyendo
una verdad “oficial”, que se repite aun sin creer en ella, y una
verdad popular silenciada pero más real.
Esta pregunta se repitió con frecuencia en el encuentro: ¿Es posible
que avance una revolución que no hace de la crítica el principal de
sus motores?
Después
de dos años, casi la totalidad de las interrogantes y conclusiones
de este evento están vigentes, e incluso han pasado a formar parte
del discurso de algunos voceros oficiales o como parte de los reclamos
del mismo Presidente sobre el proceso, sin embargo, algunos de los ponentes
del encuentro fueron estigmatizados y en la actualidad han sido desplazados,
así como lo fueron Tascón, Lina o Müller en su momentos.
El
proceso revolucionario, hoy más que nunca necesita una corriente crítica,
que formule propuestas, que esté comprometida con los ideales revolucionarios,
pero no atada a la reproducción del discurso oficial, que permita generar
los alertas sobre posibles desvíos y acciones que corrijan el rumbo.
Sin embargo, la arrogancia de nuestro proceso a veces sólo permite
que se hable de las 3R y 3R² o de la crítica necesaria cuando el líder
las menciona, para después reposar en un estado de letargo que va allanando
el camino al fracaso, como consecuencia de la miseria de aquellos que
ven la crítica propositiva y comprometida como un obstáculo para alcanzar
o mantener su cuota de poder.
Me
permito aclarar que, a sabiendas que toda crítica debe proponer rutas
resolutivas, sin embargo me veo en la obligación de ser tautológico
al hablar de una “crítica propositiva” y además “comprometida”
para que no quepa duda alguna sobre la postura política de quien escribe.
Estamos a tiempo de resignificar la crítica dentro del proceso y crear reales canales que permitan no sólo tener espacios de catarsis para la reflexión, sino espacios concretos de acción para la rectificación del camino hacia el socialismo.