Luego del
“gran ensayo” de 1968 a escala mundial, de las revoluciones contra-culturales,
descolonizadoras y anti-sistémicas de 1968, resulta un error seguir
orientándose por los esquemas ideológicos de los monolitos grávidos
de la “socialdemocracia reformista” o del marxismo de aparato: el
“marxismo soviético”.
Desde los
paradigmas de base de la “vieja izquierda” se reproducen los
bloqueos, los estancamientos, los callejones sin salida de las experiencias
historias de los Socialismos Burocráticos.
Por más voluntarismo político y decisiones desde arriba, la inquietud por los deficientes resultados de las acciones desde aquellos “gobiernos progresistas” que pretenden construir nuevas figuras de “Socialismo para el siglo XXI”, sigue planteando la pregunta de si lo que fallan son los diseños mismos: los “modelos de socialismo” que se tienen en mente cuando se actúa en las tareas de su edificación.
Para salir de
estos bloqueos (que son a la vez epistemológicos, éticos, estéticos
y políticos), hay que insistir en la crítica al dogmatismo
y en la necesidad de descolonizar las tradiciones del pensamiento
radical, insurgente, revolucionario que se han diseminado y construido
desde Nuestra América.
Y descolonizar
estas tradiciones (descentrando al “marxismo euro-céntrico”
como única voz revolucionaria) no es una tarea fácil, cuando los actores
presumen de convicciones y prejuicios firmemente instalados, como esquemas
de mentalización: guiones, narrativas, argumentos y representaciones.
El “espíritu
crítico” y el “auto-movimiento del concepto” (que en la filosofía
alemana que inspiró a Marx, era fundamentalmente crítico-radical,
dinámico, cargado de negatividad y lucha), se ha convertido en piedra;
en fin, la famosa dialéctica se ha cosificado, se ha petrificado, ha
sido declarada muerta en la práctica.
Como ha dicho
Einstein: es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Por
otra parte, los aportes del pensamiento complejo de Edgar Morin han
hecho énfasis en la dificultad de pensar el propio pensamiento (auto-eco-reflexión
crítica), en la dificultad de distanciarse de las premisas de nuestro
pensar y de nuestro actuar, en examinar nuestros prejuicios y los estereotipos
que dominan nuestro imaginario social.
A esto se agrega,
la dificultad de pensar críticamente la relación entre pensamiento
heterónomo y autonomía, entre espacios de sujeción y espacios de
libertad, pues es clave para la construcción del nuevo socialismo en
el siglo XXI, no la construcción de masas “fanatizadas” por practicas
políticas ancladas en el “consignismo”, el pragmatismo y los estereotipos
(fascismo social) que reducen la capacidad moral e intelectual del movimiento
autónomo del pueblo trabajador en sus tareas de liberación social;
es decir, la potencia política de las multitudes populares, reconociendo
sus singularidades críticas, o como se dice corrientemente, “pueblo
organizado y consciente” donde exista tanto autonomía individual
como colectiva. Pues el Socialismo participativo y radicalmente democrático
no puede confundirse ni con populismo ni con el fascismo.
La conclusión
es que si las representaciones, conceptos y categorías que manejamos
en el discurso sobre la construcción socialista, forman parte de un
inconsciente social y político que no se cuestiona ni se debate, sencillamente
se aborta la potencialidad del pensamiento crítico y transformador.
Más que pensar,
somos pensados por hábitos y guiones, por el trabajo intelectual de
otras generaciones y bajo otras condiciones, pensados por el automatismo
psíquico, por habituaciones, por viejos paradigmas de base articulados
a una defensa reactiva del Socialismo Burocrático.
Aquí conviene
recordar a Marx cuando señaló (18 Brumario de Luis Bonaparte-1852):
“Los hombres
hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio,
bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas
circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les
han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones
muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando
éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar
las cosas, a crear algo nunca visto, en estas
épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos
en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres,
sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez
venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la
historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo,
la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje
de la República romana y del Imperio romano, y la revolución de 1848
no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición
revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido
un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se
asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse
libremente en él cuando se mueve dentro de
él sin reminiscencias y olvida en
él su lenguaje natal.”
Esta extraordinaria
cita puede leerse complementariamente con un planteamiento muchas veces
olvidado de la crítica al programa de Gotha (1875):
“De lo que
aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado
sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir
precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta
todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el
intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.”
Y agrega Marx
además: “Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de
la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista
después de un largo y doloroso alumbramiento.”
La transición-edificación
del socialismo para el siglo XXI debe prestarle mucha atención a las
huellas y al sello troquelado de la vieja sociedad.
En nuestro caso,
las huellas coloniales y capitalistas dependientes son esenciales para
comprender las condiciones específicas de la transición-construcción
de nuestro socialismo, repetimos un nuevo socialismo (NI calco ni copia,
como decía Mariategui), no la repetición de los guiones del viejo
socialismo burocrático.
Esta ultima
seria la tercera huella, que es mucho menos visible y permanece ausente:
la crítica radical a las experiencias históricas del Socialismo Real.
Se trata entonces
de tres luchas complementarias, y no una sola anticapitalista basada
en el marxismo-dogma: lucha contra la huella colonial (descolonización),
lucha contra la huella del capitalismo dependiente latinoamericano
(post-capitalismo), lucha contra la huella del socialismo burocrático
y el marxismo-dogma euro-céntrico (critica del estalinismo oculto en
nuestras prácticas y discursos de socialismo del siglo XXI).
El mapa, la
cartografía o el plano del “marxismo ortodoxo”, hemos insistido,
no permite edificar el “buen vivir” (suma qamaña en aymara, sumaq
kawsay en quechua) ni la plena existencia humana (Marx en sus
manuscritos económico-filosóficos), pues muchas de sus premisas siguen
ancladas en el desarrollismo, el estatismo autoritario, la confusión
permanente entre capitalismo de estado y gestión socialista, la subordinación
de los movimientos sociales y populares al espectro del “partido-único”,
la utilización de las “organizaciones de base o de masas”
como correajes de las decisiones no consultadas de la burocracia del
Estado, la invisibilización de la prioridad de la cuestión ecológica,
la reproducción del eurocentrismo, el racismo oculto y la negación
cultural, la presencia de un “comisariato político” que en nada
ayuda a los procesos de movilización crítica y autónoma de los movimientos
sociales y populares, el escaso reconocimiento de la diversidad de corrientes,
tendencias y voces críticas en el seno del campo nacional, popular
y revolucionario.
Hemos planteado,
entonces, que la posibilidad del nuevo socialismo para el siglo XXI
pasa al menos por cuatro revoluciones que son interdependientes
y transversales: la revolución democrática (democracia instituyente,
deliberativa y participativa, cuestionando de las múltiples opresiones:
explotación del trabajo, coerción política, hegemonía ideológica,
exclusión social, negación cultural y discriminaciones múltiples),
la revolución socialista (la autogestión económica, las socializaciones
junto a la planificación social y democrática), la revolución ecológica
(el eco-socialismo más que el socialismo desarrollista, industrialista,
productivista y consumista) y la revolución descolonizadora (la critica
radical del euro-centrismo, del colonialismo y la colonialidad en la
reinvención de la emancipación).
Pues de esto se trata, de reinventar la emancipación social y los paradigmas post-capitalistas en el siglo XXI.
jbiardeau@gmail.com