Más allá de la “pequeña política” hay debates que merecen mayor receptividad social. Rigoberto Lanz nos diría: ¡no nos hagamos ilusiones! Las condiciones que impone la mass-mediatización de la política, nos sugiere que en las autopistas de la información circula con gran velocidad la estupidez. Aquellas expectativas que el filósofo posmoderno Gianni Vattimo(“La sociedad transparente”), fueron luego matizadas: no todas las interpretaciones son las voces de la diferencia o la explosión de subculturas antes silenciadas. Siguen existiendo hegemonías y contra-hegemonías. Los poderes, decía Barthes, son legión. Hay lógicas de dominación por doquier, atravesando las condiciones de producción-recepción de los discursos (Lanz-Verón dixit). Pero llama la atención, en medio de las turbulencias que afectan al capitalismo, o al Capital (Meszaros dixit); que aparezcan indicios de debate, algo esencial para apalancar la cultura democrática. Diálogos polémicos que desbordan la estrechez de miras de los parroquiales acontecimientos de la política venezolana. Pues esto último es lo que abunda: ¡mucho ruido y pocas nueces! Por tanto, me interesa destacar la reemergencia del espectro de Marx en algunas plumas, porque se trata de gente cuya función “intelectual” no deja dudas, gente que mueve ideas-fuerzas, que influyen en menor o mayor medida en procesos selectivos donde finalmente se asumen decisiones: ¡para bien o para mal! Cuando Naim publica en el diario El País: “Malthus, Marx o Mercado” (3-7-2001), “Epidemia de malas ideas” (10-7-2011) y “Choque de clases” (17-7-2011) no deja de llamar la atención la reemergencia del espectro Marx. Algo que Emeterio Gómez trata de conjurar con su obsesiva cruzada anti-marxiana, sobre lo cual pudiera tener el conocido efecto de saturar el mensaje machacado, derivando en implosión. Demasiado simple, ha dicho Lanz. Contrastándolo con Naim, así pareciera. Sobre todo al recordar aquel texto de Keynes: “Las ideas de economistas y filósofos políticos, cuando tienen razón o cuando se equivocan, son más poderosas de lo que generalmente se cree. En realidad, el mundo es gobernado por algunas de ellas. Hombres prácticos, que creen que están bastante exentos de cualquier influencia intelectual, son, por lo general, esclavos de algún economista muerto.”(J. M. Keynes; 1936). Agregaríamos, esclavos de algún “gran pensador fallecido”. Vayamos al grano. Naim plantea su inquietud: ¿El crecimiento de una clase media con mayores medios de consumo en países pobres llevará a una catástrofe para el planeta? Se pasea por las tesis Malthus, Marx o Mercado, soltando lo siguiente: la catástrofe que imagina Malthus pasa parcialmente por la respuesta Marx (la distribución del ingreso depende de manera significativa de “factores políticos”). Si muy pocos consumen demasiado y demasiados consumen muy poco, entonces Marx tiene razón, hay severos conflictos distributivos: “hay que obligar a que haya una distribución más igualitaria del consumo. Y eso lo tiene que hacer el Estado, casi seguramente por la fuerza.” ¿Te volviste loco Naim?, cero concesión a Karl Marx…diría Emeterio. Pero Naim matiza, evaluando además la eficiencia de los mercados y la generación de incentivos: “Las respuestas tecnológicas estimuladas por el mercado pueden llegar tarde para evitar graves daños sociales y medioambientales. La exagerada intervención del Estado para corregir desigualdades asfixia la aparición de soluciones que solo los mercados pueden generar. Y si son desatendidas, las fallas de los mercados pueden hacer el planeta invivible. Las ideologías rígidas no ayudarán a encontrar salidas. Hay que echar mano de todas las ideas, inventar otras nuevas y darle rienda suelta al pragmatismo y la experimentación. En el pasado, la humanidad halló soluciones para problemas sin precedentes. No hay por qué suponer que no las volverá a encontrar.” Ni Marx ni Keynes, entonces, son “perros muertos”. Tampoco Hegel y aquella Aufhebung (Emeterio dixit). No hay que estar tan fascinados por cambiar de santo y seña: de Kant o Hegel, a Nietzsche o Heidegger, más o menos vulgarizados. Frente a las ideas-fuerzas no hay que presuponer actitud necrófila alguna, simplemente están allí flotando como espectros. Cuando Vásquez (“No hay revolución sin mentiras”; 9-7-2011) ó Herrera (“En países donde el Estado es todo, la sociedad civil es un peligro”; 26-6-2011) traen a colación a Hegel y Marx, para desmantelar el mito de que ésta revolución tenga algo que ver con Marx y su filosofía de la libertad, colocan un tema al debate, fortaleciendo los pivotes democráticos. Ambos señalan la impronta del legado del “marxismo soviético” y de las “prácticas despóticas”, prototípicas del socialismo real en los síndromes mal metabolizados de una izquierda perezosa que claudica su potencia en el farragoso culto a la personalidad. La democracia participativa y la soberanía popular directa son cosa distinta y no debemos olvidarlo. De allí que falta releer aquella anticrítica del heterodoxo Karl Korsch, para retumbar en algunos oídos fofos: “El socialismo es, en su meta y en todo su camino, una lucha por la realización de la libertad”. Una libertad espiritual real para todos y para cada uno, sobre todo para los esclavos asalariados, física y espiritualmente sojuzgados, pese a toda la democracia y libertad de pensamiento que se pueda invocar formalmente en la “sociedad civil burguesa”, como en las “Constituciones aéreas” (URSS-1936) del Socialismo Burocrático. Profundizar e inventar nuevos espacios de libertad, más allá de las filosofías del prefijo (post-), allí hay algo sustantivo que debatir.