“Gran política
(alta política), pequeña política (política del día, política
parlamentaria, de corredores, de intriga). La gran política comprende
las cuestiones vinculadas con la función de nuevos Estados, con la
lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas
estructuras orgánicas económico-sociales. La pequeña política comprende
las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior
de una estructura ya establecida, debido a las luchas de preeminencia
entre las diversas fracciones de una misma clase política.”
Efectivamente, cuando
se habla de “líneas estratégicas” estamos ante las pretensiones
de la “gran política”. Y nos recuerda Gramsci que es propio de
diletantes [aficionados], “plantear la cuestión de una manera
tal que cada elemento de pequeña política deba necesariamente convertirse
en problema de gran política, de reorganización radical del Estado”.
¿De que trataría para la revolución bolivariana eso de “una reorganización
radical del Estado”?
En este país de selectivos
desmemoriados y desmemoriadas, es preciso volver a las interrogantes
del referendo por las cuales se convocó a una Asamblea Constituyente
en 1999: “¿Convoca usted una Asamblea Nacional Constituyente con
el propósito de transformar el Estado y crear un nuevo ordenamiento
jurídico que permita el funcionamiento efectivo de una Democracia Social
y Participativa?”
La reorganización
radical del Estado a partir de la “gran política”, su transformación
tenía un claro propósito, dejar atrás cualquier referencia al
Estado liberal (el vigilante nocturno, el Estado mínimo, la democracia
representativa), para lograr que la democracia no fuese pura forma política-procedimental,
sino democracia sustantiva: democracia social y participativa.
Una democracia mucho más afín al espectro de la izquierda que a la
derecha, por cierto, mucho más alejada de cogollos, elites, burócratas,
representantes y oligarquías políticas. Una democracia que interviene
directa y activamente en el sistema económico-social capitalista en
función del bienestar y justicia social de las mayorías. Eso no es
para nada una finalidad política de la derecha.
Convengamos entonces
que la Constitución Bolivariana no habla explícitamente de “Socialismo
Democrático” ni de “Estado Revolucionario”, pero frente a una
Constitución Liberal, o al Estado de Derecho sin adjetivos,
es una Constitución Revolucionaria, porque afecta en gran medida los
valores y reglas constitutivas del ideario liberal-capitalista, entre
ellos introduce el tema de la soberanía popular directa, de democracia
social y participativa, que ha sido tema de grandes controversias históricas
y teóricas.
Tampoco a los mentores
del socialismo burocrático de partido
único les gustará mucho la Constitución de 1999, dirán que es
un artefacto jurídico con demasiadas concesiones al capitalismo, a
los derechos humanos liberales, a la presencia de sectores de iniciativa
privada, etc. Tal vez sueñan con la Constitución Soviética y estalinista
de 1936, matriz jurídica de los regimenes constitucionales de inspiración
marxista-leninista. Sinteticemos, el espectro ideológico-político
de la Constitución de 1999 es mucho más cercana a la izquierda democrática
(aún la radical), y esta alejada tanto de la derecha clásica, como
de la izquierda bolchevique, nos guste o no nos guste.
La gran estrategia, entonces
corresponde a la “gran política” de Gramsci, a la reorganización
radical del Estado que aún sigue siendo un reto pendiente, sobre
todo ante los desvaríos de una lógica de derecha que no es más que
la apología del capitalismo neoliberal, como a una lógica de
cierta familia ideológica de la izquierda, que pretende calcar y
copiar el socialismo real del siglo XX, con todos los errores del
dogmatismo y el sectarismo que lo han caracterizado hasta hoy.
Decía Gramsci que Maquiavelo
examinó especialmente las cuestiones de gran política: creación de
nuevos Estados, conservación y defensa de estructuras orgánicas en
su conjunto; cuestiones de dictadura y de hegemonía en vasta escala,
es decir, sobre toda un área estatal. Aquí Gramsci aclara algo decisivo
en cuestiones relacionadas al concepto de hegemonía: mientras el momento
dictatorial es asunto de la autoridad como fuerza, el momento hegemónico
es asunto de lo universal, el logro de consensos y de la libertad. ¿Cuánta
izquierda autoritaria-burocrática no comprende lo que significa momento
de lo universal y de la libertad, la necesidad de construir consensos
y no sólo la fuerza de la autoridad?
Seamos “realistas”
en política, los momentos de la autoridad y de la universalidad coexisten
en diferentes proporciones, pero no olvidemos la utopía concreta del
socialismo: la emancipación social que presupone la plena libertad
de la persona humana. Si no hay construcción de amplios consensos en
un bloque nacional popular, no se conquista la hegemonía democrática.
Otra observación de
Gramsci es que la “gran política” es política creadora,
no política de equilibrio, de conservación, aunque se tratase de conservar
una situación miserable: “Concluido el período de la función
cosmopolita, nace el de la "política pequeña" en lo interno,
el inmanente esfuerzo para impedir todo cambio radical.”
Tal vez aquí hay
una conexión inesperada con las tesis de Negri (tan críticamente distante
del uso “eurocomunista” de Gramsci), entre el momento creativo
(constituyente) de la gran política y el momento de conservación
(constituido) de la “pequeña política”. ¿Quiénes son entonces
los “conservadores”? Los que han encallado en el momento constituido
como momento prioritario, los que enfatizan en momento de la fuerza
en la reorganización radical del Estado, los que pretenden conservar
una situación político institucional y una cultura política heredada
de la IV República que hay que calificar de “miserable”. La “pequeña
política” es lo que algunos llaman: “La Cuarta República incrustada
en la Quinta”, lo cual supone que la “pequeña política”
se está tragando a la “gran política”.
Al releer a Reinaldo
Iturriza, y lo que evocaba de Gramsci, surgió además la
estrecha conexión con lo que denomina la “lógica de las dos minorías”
y la “pequeña política”, entremezclada por cierto con el uso (y
abuso) de metáforas bélicas, inspiradas quizás en su predilección
por la caja de herramientas analíticas de Michel Foucault (el “modelo
de la guerra” contra el “modelo jurídico-contractual” predominante
en la concepción liberal) para abordar la cuestión política.
Sin embargo, hay un límite
en la caja de herramientas Foucaultianas, un punto ciego al tratar el
tema de la Universal. Foucault ayuda a destronar los universales, pero,
¿qué cosa hay en su lugar? De nuevo, una gran ausencia para despejar
el asunto de la hegemonía como momento de los espacios de libertad.
Por otra parte, Reinaldo
nos planteó con claridad que el principal desafío a corto plazo
que enfrentaba desde el 2010 la “representación chavista” en la
Asamblea, consistía en superar la lógica
de las "dos minorías",
según la cual tanto el “chavismo oficial” como la “clase política
opositora” libran una pelea irracional y fraticida por cuotas de poder,
al margen de los intereses, las aspiraciones y la voluntad de la mayoría
del pueblo venezolano.
Cuando escuché
el asunto de la construcción ideológico-política de la mayoría,
no dejó de evocar de nuevo a Grasmci. Hay que tomar nota sobre este
primer aspecto: la “gran estrategia” a diferencia de la “pequeña
batalla”, tiene que ver con los intereses, las aspiraciones y la voluntad
de la mayoría del pueblo venezolano.
La política, entonces
(como recordaba aquella lección sintética de García-Pelayo
que algunos han pasado por alto lamentablemente) no era sólo lucha,
conflicto y guerra, sino además un espacio donde se debate y se combate
por el “bien común”, por los “asuntos públicos”, por fórmulas
de “convivencia política”, por interpretar y ser interpelado por
aquellas “necesidades sentidas y aspiraciones del pueblo”, como
nos recordaban los grandes constructores de la retórica populista
venezolana: Rómulo Betancourt y Rafael Caldera.
La “gran fórmula”
populista: ganar elecciones con la demagogia hacia el pueblo, para gobernar
luego con los factores de poder del capital y la derecha ideológica,
no puede confundirse con la construcción del “socialismo democrático”.
Pero hay que recordar la habilidad de Betancourt y Caldera para sintonizarse
con el clima de opinión prevaleciente en la psicología popular.
Basta recordar a Caldera
luego de los sucesos del 27-F o del 4-F, se estaba moviendo en búsqueda
de la legitimidad perdida. Y consiguió una segunda oportunidad, incluso
apoyado por sectores de la izquierda política. Intuía de qué trataba
la cuestión hegemónica y la legitimación democrática del poder.
Obviamente, confundir
estas estratagemas con la construcción del socialismo es parte de la
miseria ideológica de todo un estrato de intelectuales de la IV República,
que supusieron que girar hacia el discurso de la democracia social y
participativa, podía confundirse con el peor legado del “reformismo
socialdemócrata”. No estaban interpretando adecuadamente, ni el acento
socio-ideológico de 1999 que arrastraba el huracán activado desde
febrero de 1989, ni su contenido anhelado, ni su dirección del cambio:
ruptura con el neoliberalismo, ruptura con la partido-cracia, soberanía
y autodeterminación nacional, prioridad de la deuda social acumulada.
Allí surgió
una acertada “Agenda Alternativa Bolivariana”, para mi gusto un
documento atrevido en su contexto, que se olvida hoy sacrificándolo
por un re-mix mal metabolizado de Lenin con el Che. El viraje de la
“gran política” era entonces hacia la “izquierda social”, hacia
lo “nacional-popular”. El tema de fondo era: ¿Cuál izquierda luego
del desconcierto de 1989: 27-F y caída del muro en un mismo año?
Las señales eran claras: ni neoliberalismo ni socialismo real; tal vez allí, hay una de las aristas misteriosas de lo que ahora llamamos Ni-NI, desacoplados del “chavismo duro”, hastiados y desilusionados de la “primera revolución del siglo XXI”, que tienden a ser decisivos ahora, para la construcción del momento de la hegemonía democrática-nacional-popular.
¿Hay que virar acaso
hacia el patíbulo del centro ideológico para conquistar la
mayoría electoral? En absoluto, lo que hay que clarificar es el
carácter del viraje hacia la “izquierda social” (el campo nacional-popular),
parcialmente des-sintonizada de la “izquierda política”, y sobre
todo, de la izquierda de aparato.
Pero, ¿acaso hay que
virar hacia el derrotero de la izquierda que sigue atada a la fidelidad
ideológica del legado del socialismo real? No lo creo, esta lealtad
huele a naftalina, al viejo dogmatismo, al doctrinarismo y al sectarismo.
Un pueblo libertario le huye a semejantes síntomas de decadencia.
Sin proponer un proyecto
nacional incluyente, donde la igualdad y la justicia social no sean
abandonadas en el cementerio de las ideas, bajo los dictados de la libertad
negativa (defendida por los apologistas del individualismo posesivo
y del neoliberalismo), o de la ausencia de libertades (como en estalinismo)
no habrá construcción hegemónica alguna. Tampoco lo habrá con un
nostálgico retorno al socialismo burocrático del siglo XX. El asunto
es construir la democracia socialista para el siglo XXI, sin
necesidad de lapidar simbólicamente la contribución al debate de gente
muy diversa, incluido el ahora desilusionado Heinz Dieterich.
Por cierto, no basta
una confesión de amores y desamores con la más alta conducción estratégica
del Estado para establecer el deslinde, sino que el asunto sigue siendo
que las ideas político-económicas, por más científicas que puedan
presentarse como acreditadas, pasan por la prueba de las condiciones
históricas. El clima de no-debate, llevó a levantar anclas
al mencionado compañero, ahora mal-tratado por un aparato de difusión
que ha sabido calcar los “buenos modales” de la propaganda estalinista,
además de haber contribuido en menor medida su tono, para contribuir
a no darle viabilidad a sus propuestas. Obviamente, ahora tratan de
liquidarlo en respuesta al “despropósito” de Dieterich de contrariar
al “Comandante-Presidente” (algo que debería ser normal, decirle
a Chávez que “No”, por razones éticas, sin mayores traumas). ¡Una
buena señal, verdad, de “hegemonía democrática”!. Pero esto será
tema de otro comentario.
Nos decía además Reinaldo
Iturriza: “Contrario a la lectura que es común en el
“chavismo oficial” (léase oficialismo), la oposición (o al menos
una parte considerable de sus diputados) no ha llegado a la Asamblea
Nacional a "sabotear", sino a sacar el mayor provecho político
de ese escenario, con miras a las elecciones presidenciales de 2012.”
El anti-chavismo intentará utilizar el Parlamento como caja de resonancia
de “su
táctica de re-polarización, que persigue ganarse el apoyo de parte
de la base social del chavismo, radicalizando la táctica discursiva
de desgaste que viene empleando desde 2007 (abandono del discurso confrontacional,
crítica de la gestión de gobierno, reapropiación del discurso chavista,
etc.) y recuperando el discurso sobre la "despolarización".”
Obviamente llama la atención
un dictum de la “mayoría electoral” para el 2012: si no
se arrastran segmentos significativos de los llamados “NI-NI”, ni
votantes chavistas (o al menos a éstos últimos se los lleva al camino
de su neutralización: abstención), le quedará cuesta arriba a la
oposición alcanzar tanto ventaja como una hipotética victoria. Pero
también le quedará cuesta arriba al “chavismo oficial”.
Sin duda, la “lógica
de las dos minorías” enfrenta severos riesgos, si la línea política
a seguir es la intransigencia fanática y sectaria por liquidar al campo
de la blandura y la diversidad democrática, la otra parte de la escena
política. Frente a la táctica de oposición de “triangular” temas,
símbolos y discursos de la revolución bolivariana para su propio provecho,
no cabe aparecer enarbolando aquellas ideas de la revolución rusa o
cubana, donde intentaron despotricar de todo proceso eleccionario, calificándolo
como un asunto burgués. La re-polarización democrática y mayoritaria,
se inclinará hacia donde se perciban menores muestras de sectarismo,
dogmatismos ideológicos y desconexiones con las demandas nacional-populares.
Otra cosa sería apalancar una re-polarización minoritaria, convertirnos
en una minoría derrotada, claro está: “teníamos razón pero los
medios manipularon al pueblo”.
Esta es la línea
política sectaria por excelencia, la que llevó a la izquierda
grupuscular venezolana a convertirse en la capilla del “abstencionismo”
y de la “derrota”. Así derrotó Betancourt a la izquierda insurgente
en los años 60, tanto en el terreno del consenso de masas y de la legitimación
política, y en el terreno de la contra-insurgencia militar.
Recordemos, Betancourt logró crear una cuña de división entre la izquierda social y la izquierda política (aprovechando sus errores) para su propio rédito político, le quitó el “agua a la pecera”, y el movimiento insurgente se vio cada vez más aislado por la combinación gubernamental del uso de la fuerza (dictadura) y del consenso de masas. Una lección maquiavélica de Betancourt ante los errores de una izquierda político-militar insurgente, que no pueden volver a cometer, por una presunta fidelidad ideológica a la memoria de la revolución rusa o cubana.
En tal sentido, dándole
vuelta al argumento de Reinaldo Iturriza, el objetivo fundamental de
la política electoral hegemónica para el 2012, pudiera interpretarse
como convertir al adversario en “minoría democrática legitima”,
no discriminándolo ni liquidándolo, sólo esto: colocando su proyecto
y su política en una situación de clara desventaja política, ideológica
y electoral.
Sabemos que la dialéctica
de la revolución y la contrarrevolución, opera en el trasfondo de
este aparente escenario constitucional, pacífico, democrático y electoral
que se desenvuelve en el país. Pero, si el asunto es re-polarizar
en sentido sectario y dogmático no se encontrará el camino de
la hegemonía democrática.
La “convivencia política”
está marcada por antagonismos, y la lucha llevada hacia los extremos,
inevitablemente conducirá a trastocar la “política domesticada”
en “guerra abierta”. Para unos: la explosión de la “lucha de
clases” y de la táctica de la “lucha armada”; para otros, la
“cruzada final” contra el “comunismo totalitario”. Si este es
el escenario, lo que hay no es despliegue de una política radicalmente
democrática en búsqueda de la hegemonía nacional-popular, sino
retrogradación a lo códigos ideológicos de la “guerra fría”.
Algunos compañeros y
compañeras prendidos de los códigos de la vieja izquierda, fruncen
el ceño cuando les advierto que “radicalizar la revolución” en
esta dirección, implica darle una patada fulminante a la Constitución
de 1999. Y se someten a sus reflejos condicionados, cuando escuchan
que la vía de posibilidad para profundizar la revolución constituyente
activada en 1999, sin convertir el texto constitucional en un coleto
maltrecho, es con una estrategia de “radicalización democrática”.
Esto implica saber diferenciar la vía venezolana del camino leninista de 1917 ó de Fidel en Cuba en 1959. Sólo esto: saber diferenciar, particularizar, comprender la especificidad histórica. Si no es así, será no sólo la lógica de las dos minorías, sino que serán las pasiones de las circunstancias del 17 ó de los 60 del siglo XX, las que tomaran el timón del conflicto. Y eso nos llevará al lugar del “ningún lugar”. Por allí, encallará en barco revolucionario, pués hay marea baja en las relaciones de fuerzas mundiales y demasiados “arrecifes” ocultos, en el “campo minado” de una hipotética trayectoria de “viabilidad revolucionaria” a la rusa ó a la cubana.
Cuando Reinaldo Iturriza habla del Chávez que le gusta: "re-politizado"
que se lanzó a la calle dispuesto a ser interpelado por el pueblo,
no está hablando del Chávez burocrático (el que busca apoyar a sus
operadores políticos más desconectados del hastío popular); está
hablando del
Chávez "cable" entre el pueblo y el Estado, para latiguear
al Estado, para interpelarlo;
el látigo-Chávez que volvió a “ubicarse en el
único lugar desde el cual es concebible una revolución: por "fuera"
del Estado instituido desde hace 40 años, no sólo reclamando y recuperando
el legítimo derecho a cuestionar radicalmente al Estado esclerosado
y corrompido, sino reivindicando esta crítica como una obligación”;
el Chávez que rectifica, que muestra los límites de la táctica discursiva
opositora (vestirse con traje de centro-izquierda para fines demagógico-electorales),
todo esto implica volver al lugar de la
“gran política”: la reorganización radical del Estado.
Ciertamente, hemos puesto tanto esfuerzo al servicio de informar de
la “pequeña batalla” y la “pequeña política”, “que nuestros
sentidos se han venido atrofiando: con nuestros ojos pegados a las pantallas
y nuestras manos saltando de primera página en primera página, nuestro
olfato político ya no nos alcanza para percibir que el hastío por
la política, y en particular por los políticos, afecta a parte considerable
de lo que durante todos estos años constituyó
la base social de apoyo a la revolución. Hastío por los políticos
que, por momentos, nos hace recordar a la Venezuela que hizo posible
la insurgencia del chavismo.”
Lo que algunos llamaron “anti-política” fue en realidad búsqueda y encuentro de una política creativa y constituyente, fue retorno de la gran política hecha por pequeños y humildes seres que le retiraron abruptamente su apoyo a cualquier ambición de la vieja “clase política partidocrática”. Esto puede ocurrir también con el “oficialismo”, con la burocracia política del PSUV, del PCV ó de cualquier izquierda política aferrada a una deformada interpretación leninista de convertirse en “Destacamento de Vanguardia”, descuidando los flancos, el cuerpo motriz y la retaguardia. Se trata de puro voluntarismo, rebobinado de doctrinarismo estéril, dogmatismo ramplón y sectarismo atroz.
Si el chavismo significó la progresiva politización del pueblo venezolano,
fue porque hizo visible la fuerza multitudinaria de los invisibles
y dio voz a los que nunca la tuvieron. Ciertamente, allí radica
su grandeza: ser multitud protagónica y no sólo masa de maniobra
electoral de un pequeño centro político de dirección
Reinaldo acierta cuando señala que el hastío por la política y por los políticos tendría que ser la medida de sus miserias. Porque hay hastío allí donde el chavismo no se siente visibilizado, cuando su voz no es escuchada, cuando sus demandas son ignoradas. Y cuando dice hastío, dice desconexión profunda entre los llamados “destacamentos de vanguardia” y toda su potencial “base social de apoyo”.
Si el chavismo significó la quiebra histórica de la vieja clase
política, mal haría su conducción política calcando la subcultura,
estilos, métodos y procedimientos de la partidocracia cuarto-republicana.
En eso consiste empantanarse en las trincheras de la pequeña batalla
y de la pequeña política. ¿Quién mostrará el rostro del chavismo
descontento? ¿Quién escuchara su voz? ¿Quién atenderá sus demandas?
¿O es que acaso hay algo más subversivo que el mal gobierno, que el
político que roba o que mucho dice y poco hace?
Nunca perdamos de vista
la "gran estrategia", planteaba Chávez en alguna circunstancia.
Gran estrategia que, si quiere decir radicalización democrática, pasa
porque nuestras pantallas sean una expresión de lo que ha hecho victoriosa
a la “multitud chavista”. Debemos, no sólo aprender a proyectar
la buena obra de gobierno, sino conectar su consistencia con el avance
de un proceso revolucionario de nuevo tipo. ¿De qué vale sabernos
ciertamente la principal fuerza política del país, si no somos capaces
de actuar como fuerza política revolucionaria?
Reinaldo Iturriza culminaba
sus reflexiones de la siguiente manera: “(…) las circunstancias
nos obligan a reforzar los frentes de batalla que hemos descuidado,
nos obligan sobre todo a retomar la calle, el barrio, y en general todo
espacio donde se expresa hoy el hastío por la política, el chavismo
descontento.”
Sin embargo, el asunto para la gran política no es sólo el “chavismo descontento”, sino construir la universalidad de la mayoría nacional-popular. La gran incógnita de la conducción política de la revolución bolivariana es si sabrá reconectarse con la iniciativa del gran polo patriótico, y esto implica ser interpelado no sólo con los “nuestros”, sino con el “país descontento”, con el “pueblo hastiado”, con quienes no quieren el “retorno de la cuarta”, ni una quinta que es puro “cuento, simulacro, pote de humo y máscara”. En eso consiste una “re-polarización mayoritaria”, en construir hegemonía democrática.
jbiardeau@gmail.com