Existen los ideólogos y, especialmente, los políticos que nos llaman a que no nos ocupemos de analizar las dificultades ni las causas de las crisis que se suscitan en el mundo, alegando que así como vienen, se van. Otros, un poco más sofisticados, nos plantean que no debemos ocuparnos en criticar la estructura de la sociedad (base del modo de producción capitalista) y, mucho menos, a que perdamos tiempo en pensar en otra forma de organización social (socialismo) que sustituya al capitalismo, porque ya demostró su imposibilidad de hacerse realidad con buenos modales. Y existen quienes persisten en seguir creyendo que el capitalismo es el mejor modelo para la humanidad y hay que hacerlo popular, pero nadie sabe cómo, con qué y para quiénes sin afectar los intereses económicos de la burguesía y del estamento alto de los sectores medios de la sociedad.
Pero lo que más preocupa y, quizás, muy pocos políticos o ideólogos de los pueblos se estén dado cuenta de ello, es que en la actualidad existen no sólo los Hayek (opuestos a todo control sobre la sociedad o a tratar de dirigirlas hacia un determinado desarrollo histórico) sino, los más peligroso aún, los que se mueven por los países imperialistas como los nuevos Spengler y Nietzsche alimentando espíritu nazista en movimientos políticos organizados en las grandes ciudades europeas y de Estados Unidos. Y están ganando espacios políticos especialmente en sectores jóvenes de sectores medios de la sociedad que se encuentran frustrados de no haber alcanzado sus metas soñadas en corto tiempo al padecer las angustias o incertidumbres de la ruina económica de sus padres.
Las recetas de propaganda diseñadas y ejecutadas para crear el mayor odio concentrado posible contra el comunismo, pareciera que las sacaron de la mente nefasta de Spengler, ese que decía que el hombre es un animal de presa. Decía, igualmente, que quien no tenía capacidad de odiar no era hombre, y la historia la hacen los hombres. Hasta cierto nivel de conocimiento y, fundamentalmente, de política eso es completamente cierto porque el odio es una fuerza que como el amor entran en el juego de la lucha de clases. Pero para Spengler lo que debía odiarse era todo aquello que odia el nazismo: las razas inferiores, el comunismo, los homosexuales, las prostitutas, los mendigos, los judíos, los proletarios, los estamentos más empobrecidos de la sociedad. ¡Una pelusa de odio! Sépase esto: Spengler eyaculaba de alegría y placer siguiendo las directrices del Führer Adolfo Hitler. El mundo pagó bien caro las demencias de los dirigentes nazistas dominando una buena parte del planeta. No es extraño que Obama, Sarkozy, Berlusconi, Cameron y otros gobernantes de capitalismo avanzado tengan una plena coincidencia de odio contra todo lo que no se someta bajo la suela de sus zapatos y, especialmente, contra el comunismo.
El nazismo es una negación del humanismo y es el dominio de una aristocracia que se caracteriza por la obediencia de los muchos de abajo a los valores morales de los pocos de arriba. No se nos olvide que los Nietzsche dicen: “El socialismo es la tiranía de los más humildes y de los más estúpidos, llevada a sus más extremos límites; es el resultado final de las ideas modernas y de su latente anarquismo. El Cristianismo, el Humanitarismo, la Revolución Francesa y el Socialismo es todo una misma cosa”. Es como decir que la chicha es igual a la limonada o como el aceite igual al vinagre. Es un abecedario de confusión donde se puede escribir Londres y se pronuncia Constantinopla o se escribe mentira y se pronuncia verdad y resulta aprobado el interrogatorio.
La figura descollante del nazismo tiene que ser cubierta por un hombre monstruo de poder que pueda cumplir con una misión monstrua, según Nietzsche. Lo fue Hitler, lo fue Mussolini y lo fue Franco. Los partidarios del nazismo se alegran de la militarización de la sociedad y de su anarquía interna. Para Nietzsche el mundo tiene que ser “… una maravilla de poder sin principio ni fin; un poder de efectiva y descarada majestad, no sujeto a nada salvo a sí mismo. Un poder que está en todas partes y que en todas partes despliega sus fuerzas y su voluntad, uno y múltiple a la vez, ya remontándose a lo alto, ya hundiéndose en los abismos; un mar de tumultuosa y torrencial potencialidad, un mar eternamente cambiante, retornando eternamente, mediante inmensos ciclos de recurrencia, en el flujo y reflujo de sus formas, que pasan desde la máxima sencillez hasta la máxima complejidad… Feliz como lo que debe eternamente retornar, como una conversión que no conoce la saciedad ni el cansancio: un mundo en perpetua auto-creación, en perpetua auto-destrucción, un mundo Más Allá del Bien y del Mal, sin fin ni finalidad”. ¿Acaso Obama, Sarkozy, Berlusconi, Cameron y otros pocos gobernantes de países capitalistas desarrollados no piensan igual a Nietzsche? ¿Quién puede explicar científicamente lo que es más allá del bien y del mal? ¿Será el Cielo o será el Infierno?
Alguien dijo, no recuerdo quien, que el error de los filósofos de cementerio no reside en la creencia de que el capitalismo está condenado a desaparecer, sino en no percatarse de los dolores de parto de un orden nuevo que es inevitable. Cuando, comprobado todos los fracasos y la imposibilidad de volver hacer cosas buenas, se ofrece popularizar un modo de producción destinado a morir de vejez apresurada es, sencillamente, debido a que sus huesos y músculos no responden a lo reducido de los latidos de su corazón. Pero quienes se sienten en una esquina a jugar dominó, echándose sus cervecitas bien frías, para esperar que pase el féretro con el cadáver del capitalismo lo más seguro es que primero los sepulten a ellos cansados y frustrados de tantas partidas concluidas sin darse cuenta del tiempo que han perdido bajo una borrachera indescriptible.
Pues, cuidado con los Spengler y los Nietzsche que andan por el mundo pescando en río revuelto. Mientras tanto, los indignados siguen indignados pero el capitalismo no ha comenzado a temblar aun perdiendo equilibrio en sus piernas y brazos.