Animales y su dialéctica: ¿y la nuestra qué?

Los seres humanos no sólo tenemos a disposición el método de la imitación, sino que disfrutamos de una capacidad de raciocinio para estudiar, analizar, reflexionar y determinar –dialéctica y científicamente- nuestra manera de proceder individual o colectivamente. Los filósofos de antes, especialmente, invirtieron una buena parte de su tiempo en el estudio y la investigación buscando el origen de las cosas, para que las generaciones que les desplazaran tuvieran conocimiento científico y dialéctico y pudiera servirles de guía no sólo para obtener otros conocimientos, sino para la acción práctica que es la única que hace posible los grandes cambios que se han dado y tienen que darse en el mundo en procura de felicidad terrenal.

  El mundo actual –el humano- es mucho más complejo que en el pasado muy a pesar de los avances científicos y técnicos que se han logrado y muy a pesar, también, de la enseñanza filosófica sobre la importancia que tiene –ahora más que antes- transformar el mundo al servicio dignificante de la humanidad.

  Las leyes de la dialéctica que rigen la naturaleza y la sociedad han sido aportadas por Hegel (al revés) y Marx (al derecho). Si el primero las tenía –como el mundo actual- patas arriba, el segundo –como quiere que sea el futuro- las puso patas abajo y caminar correctamente. El problema central está en la cabeza del liderazgo que decide el destino de la humanidad sobre la base de una economía casi completamente sostenida en la propiedad privada y sus ventajas para el individualismo y sus desventajas para el colectivismo. Seguimos, casi rigurosamente, guiándonos por el método de la imitación, desechando la asimilación correcta de las enseñanzas del pasado que contribuyen a la superación del presente.

¿Los animales podrían darnos una lección de dialéctica?

  Parece mentira pero sí es posible. Veamos ¿por qué?: los seres irracionales, es decir, los que no tienen facultad de raciocinio no sólo obtienen sus conclusiones prácticas tomando en cuenta el silogismo aristotélico, sino que recurren –inconscientemente- a la dialéctica hegeliana.

  Tomemos como ejemplo la acción del zorro, por ser tenido como un animal de una gran actitud de viveza, muy ágil, muy precavido, extraordinario preparador de emboscada y muy objetivo. El zorro sabe que hay aves –como la gallina- y cuadrúpedos –como el conejo- que son de carne gustosa y de proteínas nutritivas. También sabe, el zorro, que esos animales, por naturaleza, tienen reacciones o mecanismos de defensa inmediata y es por eso, que monta cacería muy sigilosa para capturarlos en el tiempo más corto posible, porque de lo contrario se le escapan.

  Cuando el zorro le monta una emboscada a la gallina o al conejo no es sólo porque tiene hambre, sino que sabe que esos animales integran grupos de carne gustosa y nutritiva. ¿Por qué no le monta cacería a un gato o a un ratón? La respuesta es bien sencilla, porque no son carnes gustosas y nutritivas.

  Lo cierto es que no es posible imaginarse –sería una locura o un desquicio mental- que el zorro se haya leído la filosofía de Aristóteles, pero nadie puede dudar que el zorro se está guiando por un silogismo completo. Mientras el zorro, hecho su silogismo, se lanza en busca de capturar la presa decidida para alimentarse bien, millones de seres humanos, por mucho silogismo que los guíe y así se hayan leído completamente a Aristóteles, terminan esperando que la presa gustosa y nutritiva les caiga del cielo y así se mueren desnutridos por el cáncer del hambre.

  Pero el zorro no sólo aplica el silogismo completo de Aristóteles, sino que sin haber leído jamás las leyes de la dialéctica –patas abajo o patas arriba-, las ejecuta con una precisión increíble posiblemente para nosotros los humanos, pero para él es un principio de supervivencia. El zorro puede estar situado tendiendo la emboscada más segura, pero si en ese momento se presenta en su alrededor cualquier animal que lo exceda de tamaño –un lobo por ejemplo-, inmediatamente hace efectiva la otra reflexión que siempre porta con él: la cantidad se transforma en calidad y, por consiguiente, desmonta la emboscada y abandona el lugar, porque sabe que él puede ser la víctima. Eso es una ley de la dialéctica.

Trotsky nos dice que evidentemente las patas del zorro están equipadas con tendencias hegelianas, aunque no conscientes. Eso es una demostración que nuestros métodos de pensamiento –la lógica formal como la dialéctica- no son nunca construcciones arbitrarias de nuestra razón sino más bien, expresiones de las verdaderas interrelaciones que existen en la naturaleza misma. Por eso el universo entero está saturado de dialéctica “inconsciente”. Pero la naturaleza no podía conformarse con detenerse en ese punto. Nos continúa explicando Trotsky, que a partir de allí se produjo un no pequeño desarrollo antes de que las relaciones internas de la naturaleza pasaran al lenguaje de la conciencia de zorros y hombres, y que el hombre llegara a ser capaz de generalizar esas formas de conciencia transformándolas en categorías lógicas (dialécticas), creando así la posibilidad de conocer más profundamente el mundo que nos rodea.

 ¿Qué pasa entonces con nosotros lo humanos que no somos zorros?

  Hemos dejado en poder de los liderazgos políticos casi todo el pensamiento y el accionar que decide nuestro destino. Sabemos que necesitamos del trabajo creador y no explotado, requerimos de una alimentación gustosa y nutritiva, queremos una formación integral, estamos conscientes que es vital un sistema de seguridad social colectivo que garantice una vida con justicia, dignidad y libertad. Pero hasta ese silogismo llegamos conformándonos con que el liderazgo que nos representa se ahogue –más allá del instinto dialéctico- en la rutina académica y la altanería intelectual. Eso sucede en la generalidad de este mundo y una expresión más patética es el proletariado de los países imperialistas que teniendo la posibilidad real de derrocar a la burguesía, asirse del poder y construir el socialismo, lo que hace es resignarse pragmáticamente a los postulados del capitalismo desarrollado.

  Lleguemos a la reflexión del zorro, pero hagamos lo contrario a él cuando huye: para lograr lo que ansiamos debemos transformar la cantidad en calidad, es decir, cambiar el mundo actual por otro donde podamos hacer nuestros sueños realidad... y para eso no debemos huir sino enfrentar la realidad con luchas victoriosas sobre el régimen que nos mantiene en miseria social sin carnes gustosas y nutritivas.

  Por un día seamos dialécticos y no lógicos formales y decidamos emanciparnos y así dejaremos de reflexionar y actuar como el zorro y ningún hombre será lobo del hombre. No permitamos que el empirismo y su hermano de leche, el impresionismo, sigan dominándonos de arriba abajo, porque tenemos necesidad de dejar de caminar patas arriba. Esa es la única dialéctica valedera en este tiempo contra la globalización capitalista salvaje. El socialismo es la síntesis de esa dialéctica no sólo para bien dela humanidad sino, igualmente, para bien de la fauna y de la flora.



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Freddy Yépez


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