El primer gran “objetivo histórico”, dentro de la carta estratégica, para la guía en la ruta de transición hacia el socialismo bolivariano del siglo XXI, lo constituye:
“Defender, expandir y consolidar el bien más preciado que hemos reconquistado después de 200 años: la Independencia Nacional.”
Lo anterior es parte de la propuesta del candidato Hugo Chávez, para la gestión gubernamental 2013-2019.
Es apenas uno de los cinco objetivos expuestos en el documento presentado al CNE para el momento de inscribir la candidatura.
De las cosas que cotidianamente hemos escuchado exponer a Capriles, dentro de un discurso repetitivo, banal, anecdótico y lleno de lamentaciones, lo que prevalece es un llamado a la unidad. El cual, por cierto, repiten a coro los dispares sectores que a aquél apoyan. Lo que lo hace parecer como un buen deseo para el ámbito de sus relaciones y como premisa indispensable, pero difícil de consolidar, para derrotar a Chávez. Llamado que ajeno a la actitud y vivencia de la mayoría de los venezolanos de hoy, ubicada en otra instancia y con otras perspectivas.
Estas cosas dichas hasta aquí, son consistentes para demostrar que, una de las ventajas del chavismo, está en su unidad clasista, humana, programática y estratégica. Lo que se complementa con un liderazgo nada convencional ni resultado de un acuerdo hasta allí, a la vuelta de la esquina, mientras se emparejan las cargas.
El candidato opositor, entre otras cosas, por falta de unidad, además de autoridad moral y, sí un pasado indigno, nada edificante – no hablamos de Capriles, sino de sus antecesores, mentores y sus políticas desgastadas-, se ve obligado a ofrecer lo que el gobierno hace, como lo que llama consolidar misiones, crear empleo, etc., sin decir nada de lo que en verdad se propone por los compromisos a los que está atado y su propia lógica; que es la misma del capitalismo neoliberal que la Europa de hoy revela.
Entonces apela al fantasma de la división que, según ellos, creó Chávez, pasando por alto la trágica historia nacional de guerras civiles, golpes de Estado, persecuciones, torturas, desapariciones e invisibilidad de todo aquel opuesto a la vieja política. La Venezuela de antes de Chávez, era como un paraíso, donde vivíamos hermanados y nada de lo anterior existió; el caracazo, se daría en otro sitio, pero no aquí. Historia que ni ellos mismos creen porque es absolutamente falsa.
Sin embargo, pese a todo lo que dicen – uno no sabe si lo creen -, su objetivo central es la unidad. Pero no la de los venezolanos, porque eso nunca les ha interesado para nada. Si fuese cierto eso, no se podría entender nunca el pasado. La unidad que proclama Capriles, de paso, de la boca para afuera, es entre ellos. Un llamado a no entre devorarse o lo que es lo mismo, que Ramos Allup, deje de hacer de “gatica de María Ramos”, quien parece además ser familia suya; Pablo Pérez, abandone su enchinchorramiento táctico y, Poleo, de verter sus cortos y profundos pozos de veneno. Que Enrique Mendoza salga de su invernadero, mientras espera el golpe y se meta de lleno en la campaña.
Mientras tanto, sin preocupación alguna, con los ejes engrasados, Chávez se da el lujo de apuntar hacia la meta de la independencia nacional y continuar transitando la ruta de transición hacia el socialismo. Estas cosas, pese a lo que en mal discurrir apunta la oposición, revelan que para el chavismo, el problema de la unidad no tiene el carácter, el peso que en el bando opositor.
Plantearse la independencia nacional y los otros cuatro objetivos transcendentes, con la fuerza de cambio que llevan implícita, supone un profundo y ancho acuerdo nacional. Si esta condición no existiese, mal podría el presidente mostrar tanta audacia y ambición, en el mejor y más sano sentido de la palabra.
La oposición con Capriles, apenas aboga por la unidad como condición previa para derrotar a Chávez. Luego en el gobierno, en el negado caso que lleguen a ganar las elecciones, los más vivos arrimarían la sardina a su brasa. O en otro improbable escenario, se reunirían en plenaria de la MUD a repartirse el botín. Y uno sabe que esos aquelarres generalmente terminan en tragedias.
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