Cada ser vivo sobre esta nuestra madre tierra, carga en sus genes la huella de su herencia. Esta es ineludible. Su sello va con cada ente, desde que nace hasta que muere, y se expresa, fundamentalmente, en el aspecto o apariencia de cada individuo. De tal suerte que un caballo se parecerá a su padre y a su madre, diferenciándose a simple vista de otras especies, aún de las más cercanas.
Así sucede con todos y cada uno de los seres vivos, incluida la Pacha Mama. Todo lo que de sus entrañas derive, se le parecerá físicamente. Otros aspectos concernientes al comportamiento y habilidades, dependerán del entorno, las relaciones intra e interespecíficas, y las propias capacidades, entre otros factores. Es así que, de un excelso pintor no necesariamente sobrevendrá un hijo o hija con las mismas virtudes. Ni será, obligatoriamente, una guerrera, el vientre paridor de aguerrida y valiente descendencia.
Por supuesto, hay múltiples posibilidades. Estas devienen de la interacción riquísima entre el individuo y la naturaleza de la que es parte. Puede haber casos de familias enteras con características muy similares. Allí, la herencia, es una combinación de genes, oportunidades, convicciones, necesidades adaptativas y costumbres…Pero, también, hay múltiples y sobrados ejemplos en los que cada individuo de un grupo familiar tiene sus propias cualidades, afinidades y destrezas. Y no por ello, dejan de ser parte de un núcleo.
Así que, la herencia ciertamente nos marca y nos define como individuos. Nos dice a qué especie pertenecemos y qué aspecto tendremos. También puede influir en el potencial para aprender, crecer, etc. El resultado final es el inevitable resultado de la combinación de potencialidades y oportunidades. Entendidas estas como el conjunto de vivencias, relaciones, normas, coyunturas, etc., que se presentan a lo largo de la vida.
En nuestra sociedad, con profunda influencia capitalista, los individuos tienden a desarrollar antivalores como el egoísmo, la competencia, el consumismo, etc. Cambiar esto depende de la puesta en práctica de un sistema de relaciones que promueva la cercanía, el afecto, la solidaridad, la complementariedad y el respeto por la otredad. Vemos entonces que, a pesar de ser todos de la misma especie humana, serán nuestras cosmovisiones las que nos permitirán generar colectivos de encuentro o de aislamiento. Aquí, la herencia social, cobra importancia sustantiva.
Entender que somos, porque existe la tierra. Que somos, porque hay otras especies que nos hacen diferentes a ellas, pero similares a la nuestra. Que somos, en tanto nuestros ancestros han dejado su impronta social en nuestra vida. Que somos, en tanto respetemos al resto de los individuos del inmenso sistema que conformamos. Que somos, porque mama kiye, nuestra amada luna, es capaz de salir, brillar, crecer y decrecer, todos los meses. Que somos, porque vibramos al mismo ritmo que nuestra madre: La Pacha Mama. La herencia de ella es nuestra impronta más profunda…
Cuando entendamos eso, no seremos capaces de seguir viendo a la tierra y a la luna como simples suplidoras de energía, sino como nuestras madres y guías. Nos daremos cuenta que ESA, es la única herencia que debe importar…
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