Lo elefantes van a morir a su cementerio y no permiten que nadie los acompañe. Es una forma honrosa de salir de la vida.
Los humanos deberíamos aprender a variar nuestra visión política honrosamente, sin que esa variación signifique revertir en ciento ochenta grados aquello en lo que hemos creído, lo que hemos pensado y lo que hemos predicado a lo largo de nuestra existencia.
No se trata, claro está, de negar el derecho que todos tienen de cambiar su perspectiva acerca de cualquier asunto. En este sentido, el cambio es un acto racional cargado de análisis y reflexión. La conversión, en cambio, es más un acto religioso donde entran en juego nuestros fantasmas, temores e inseguridades.
El país está hoy lleno de conversos que contrastan fuertemente con esos seres pensantes que por diversas consideraciones decidieron alejarse d el proceso que lidera el Comandante Chávez. De estos últimos hay unos cuantos, y la mayoría de ellos prefiere el aislamiento, la conversación profunda y crítica sobre lo que acontece, la producción intelectual o simplemente el silencio.
Los conversos, en cambio, corrieron como animalitos sin dueños a echarse en los brazos de la derecha. Un huracán de miedo o de oportunismo les borró en un instante años de reflexión y aprendizaje. Ahora, conceptos como imperialismo, lucha de clase, proletariado y muchos otros les parecen palabras demodé.
El cambio es válido y honorable. La conversión es permitir que nos lleven de la mano al cementerio no de los elefantes, sino de los traidores.
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