Leí un excelentísimo documento de Milson Salgado (escritor y fiscal de las etnias en Honduras) sobre socialismo. Un banquete de teoría guiada por la metodología marxista y por las realidades de Honduras. En este mundo hay escritores que saben llegarles al alma de los lectores pero, lamentablemente, son muy poco conocidos o divulgados sus escritos. No sé quién es el camarada Milson Salgado, pero qué me importa saber quién es cuando leo, de su puño y letra, un escrito de incalculable valor científico en un lenguaje capaz de ser interpretado correctamente por cualquiera que lo lea, por los de a pié que caminan las calles con su esperanza al hombre pero sabiendo que son los explotados y oprimidos de siempre.
Conceptos de socialismo hay hasta para tirar hacia arriba. Pero, por encima de todos, hay un socialismo que se corresponde con el sueño más sagrado del proletariado, ese que redime a todos los explotados y oprimidos de todo vestigio de esclavitud social. Ese es el socialismo de los sincamisas. Y éstos están en las fábricas, las minas, los campos, en cada escenario donde la lucha de clases es agravada por la contradicción entre capital y trabajo. Cuándo se logrará el socialismo. No lo sé. No voy a romperme la cabeza ni pensándolo ni intentando descubrirlo. Lenin, al comienzo, lo creyó muy cerca y murió, creo, pensándolo bastante lejos. El proletariado ruso creyó que lo tenía a la vuelta de la esquina y resultó que de esquina en esquina se le fue alejando hasta perdérsele de vista. Los Vietnam no se concretaron ni en la década de los años sesenta del siglo XX ni tampoco en las sucesivas hasta la actualidad. El imperialismo siguió y sigue siendo el rey. Y toda transformación económicosocial necesita de la derrota de toda monarquía como de todo imperialismo.
Bueno, me salí del tema. Decía que leí un excelentísimo documento del camarada Milson Salgado titulado: “El socialismo: una lección aprendida en las calles”. De allí fue que se me vino a la mente escribir “El socialismo: de los sincamisas”. El primer párrafo del documento de Milson Salgado es una maravilla interpretada, paso a paso, de esa combinación maestra de la percepción del diario acontecer con la investigación científica. Por eso nos dice: “El socialismo que profesamos no ha sido fabricado en los laboratorios de la experimentación social como una fórmula de matemáticas al margen de nuestra voluntad humana. El socialismo que defendemos no es una receta importada del extranjero para sanar con presunciones de varita mágica nuestros eternos males sociales. El socialismo que proclamamos no es una herencia adquirida a base de imposiciones culturales como dogmas teóricos que marcan la senda que debemos recorrer. El socialismo que abrazamos no es tampoco el reino de la uniformidad ni la aniquilación burocrática por privilegios de una minoría, de nuestros más sinceros sueños. El socialismo que amamos no es la igualdad por decreto ni la libertad sin pan ni la solidaridad con ventajas, con mendicidades y con filantropía”.
¿Por qué digo de la percepción del diario acontecer? Lo dice el mismo Milson Salgado: “Ese socialismo se aprendió en lecciones de vida en la calle, con la inmolación sagrada de nuestros mártires que le apostaron al porvenir y practicaron el más alto principio de solidaridad humana: Dar la vida por los demás. La lección fue clara, ni las Fuerzas Armadas salvaban nuestra soberanía territorial peor aún la soberanía popular, y ni la policía respetaba nuestros derechos ciudadanos. La una y la otra cuidaban los intereses de la minoría burguesa, la una y la otra defendían las razones de un gobierno de facto que por motivos rastreros, y que lindan con la estupidez humana se sacrificó por las movidas geopolíticas del imperialismo estadounidense. La una y la otra demostraron que salvar las estructuras tradicionales de las clases poderosas era más importante que respetar la vida de los miembros de la resistencia, puesto que estos eran una chusma a la que había que aplastar”.
Si alguien traslada todo el contenido del escrito de Milson Salgado de Honduras a Venezuela, a Colombia, a Bolivia, a Perú, a Ecuador, a Nicaragua, a cualquier otra nación del continente o del planeta, nos damos cuenta en el acto que entra bien por soleares, que se adapta a las circunstancias concretas y verdades irrefutables de este tiempo. ¡Tremendo documento sobre socialismo!, hay que reconocerlo sea quien lo lea de la derecha, del centro, de la izquierda o de cualquier combinación de centro con derecha o izquierda o del mismo centro con más centro.
La inmensa mayoría de pueblos que siguen al camarada Chávez, al camarada Evo, al camarada Correa (por citar solo tres gobernantes) conforma eso que en la Revolución Burguesa Francesa de 1789 se llamó los sincamisas, pero que en este tiempo después de muchas generaciones que se han ido y otras nuevas que han llegado, ahora bajo el poder del capitalismo terriblemente salvaje, siguen siendo los sincamisas o como los describe Milson Salgado los sudorosos a trabajos y sol, la chusma, la de pelos revueltos y hambres ambulantes. O en otras palabras: a los que le ofrecen castillos comerciales en un cielo de consumo a cambio del infierno de los míseros salarios de los trabajadores manuales.
Luego de leer y degustar muy exquisitamente el documento del camarada Milson Salgado más me he convencido de lo que un día dio por significado de marxismo el camarada León Trotsky. Este dijo: el marxismo no es sólo el fruto de lo mejor de la economía inglesa, la filosofía alemana y el socialismo utópico francés sino, igualmente, de las luchas, huelgas, victorias y derrotas, flujos y reflujos del proletariado y de los pueblos por el logro de sus reivindicaciones de todo género. ¡He allí el por qué el socialismo es el de los sincamisas o, en palabras de Milson: una lección aprendida en las calles! Y en las calles están las fábricas, las universidades, los caseríos del campo, las minas y la práctica social.
El socialismo es una larga fase de un régimen que Marx y Engels denominaron Comunismo. Larga, porque nadie sabe a ciencia cierta cuándo el proletariado de las naciones de capitalismo altamente desarrollado será capaz o se decidirá hacer su Revolución. El socialismo no se construye de la noche a la mañana y, mucho menos, de la nada porque ésta no existe. Por eso los países donde se ha producido Revolución (en el sentido de toma del poder político) ninguno ha podido salir enteramente de la transición del capitalismo al socialismo, aunque nadie les niegue el progreso que algunas naciones (caso Rusia y China) han tenido desde el punto de la tecnología y la organización social del trabajo. Claro, ahora son declaradamente capitalistas y que otros vayan con su socialismo a otras partes del planeta. La economía de mercado no está dispuesta a rendirse sin pelear a las pretensiones del socialismo.
La Revolución, para triunfar, es también perseverancia de los sincamisas, de lecciones de calle, de luchas donde unas veces se triunfa y en otras se cae derrotados, es la continuidad del pensamiento revolucionario que va generando conciencia en las fábricas, en los campos, en las universidades, en los barrios, en los centros deportivos, en los teatros, en los cines, en las playas, en los sancochos donde todos meten sus manos en su cocinamiento. En fin: la Revolución es cosa de clase, de vanguardia, de partido político, de ilustración de cabezas donde el proletariado tiene la primera opción. Por eso el socialismo debe ser, en primera instancia, para los sincamisas, independiente de lo que piensen algunos (muchos o pocos) de ellos en relación con las estrategias esenciales de la Revolución.
Quizás, el último párrafo del excelentísimo documento del camarada Milson Salgado pueda generar polémicas pero es tan llamativo y tan oportuno que vale la pena citarlo textualmente. Nos dice: “Hoy la conciencia es nuestra mayor arma. Con la conciencia movemos las montañas de imposición y de encubrimiento, con nuestras conciencias los corazones generosos siembran la paz que genera la solidaridad, y al mismo tiempo siembran la guerra de las ideas en la que desenmascaran permanentemente los planes insidiosos de los que tratan de crear un mundo a la medida de sus pequeñeces y sus mezquindades. Por la conciencia sabemos que la libertad es un discurso hueco si no hay pan, y si no hay condiciones humanas para vivir y para pensar. Por la conciencia sabemos que no somos libres si no tenemos la información y los medios auténticos para ejercer la libertad. Por la conciencia sabemos que somos capaces de reunir todas nuestras diferencias, todos nuestros sueños y todas nuestras más caras inquietudes, y que no tenemos nada que perder más que nuestras cadenas que nos han atado a nuestra milenaria desidia y a nuestros tradicionales y heredados miedos”.