A pocos días después de los resultados electorales del 14 de abril, y de presenciar el garrafal del Comando Simón Bolívar de salir a las calles, deben empezar las reflexiones y explicaciones de lo sucedido desde las diferentes posiciones. Lo ideal sería evaluar concienzudamente lo positivo y lo negativo que ha dejado esta jornada para quien votó por la continuidad del proyecto de Chávez en la figura de Maduro, quienes votaron por Capriles, y quienes votaron nulo o por una tercera opción, los cuales por primera vez en mucho tiempo pudieron jugar un papel determinante en los números. Hoy creo imperioso pensar un poco en lo acontecido; el balance no creo que sea alentador para quienes apoyan el proceso Bolivariano, para quienes, como yo, no creen en el proyecto de la oposición política actual.
No puede ser alentador porque por primera vez, a nivel electoral, se produce tal paridad en los gráficos y vemos la torta partida en dos, además de sentir, detrás, a milímetros, la respiración del contendiente en la carrera por los votos. Creo que todo esto nos debe llevar, por fin, a una profunda reflexión que nunca se ha hecho porque “no habido tiempo” o al parecer no ha sido necesaria. Creo que, lamentablemente, todo esto es producto de un proceso de desgaste que se viene agudizando desde hace tiempo y que ha sido señalado en muchas oportunidades, pero al parecer nunca ha estado por encima de las coyunturas políticas. Esta vez también, luego de la lamentable decisión de la dirigencia opositora. Sin embargo, no puede quedar de lado el contundente fenómeno de que en sólo seis meses haya crecido de esta forma el contrapeso. ¿A qué se debe esto?, ¿cómo explicarlo? ¿Sólo podemos achacarlo a que un significativo sector de la población estaba más comprometido con la figura de Chávez que con el proyecto que llevaba en marcha? De ser así, ya esto demuestra una debilidad bastante significativa.
Por lo menos en un primer vistazo dado a las redes sociales, y aparte de los mensajes en contra de diversos hechos de violencia recientes, ya pueden verse las mismas actitudes mostradas anteriormente en momentos de dificultad: soberbia, arengas de autocrítica desganadas y poco convincentes, triunfalismos anacrónicos y acusaciones confusas. Todos los señalamientos dirigidos a sectores del pueblo, pocos o ninguno a los dirigentes. Infiltrados, conciencias compradas, traidores, gente sin compromiso ni principios ideológicos, entre otros, han sido los epítetos utilizados para los supuestos responsables de esta victoria amarga. Hasta ahora no he visto ningún señalamiento a los graves problemas en la gestión, a la atolondrada actitud del gobierno en la solución de los problemas, en la sistemática invisibilización de la crítica y la autocrítica responsable, la exacerbación de lo emotivo por sobre lo ideológico. Nada de eso. Todavía está la intención de minimizar problemas que son estructurales y que van más allá de las colas, el desabastecimiento y los atracos, y que son sólo la punta de un iceberg. En el fondo crece un enorme nódulo de desorden, de desorganización, de ineficiencia, de impunidad, de burocracia; en el fondo hay un atascamiento, como cuando un automóvil intenta salir del lodo y por más que acelere no logra moverse.
Pregunto: después de la resaca y la agitación de estos días, ¿volveremos a plácida somnolencia que nos queda cuando vemos cualquier programa del canal del Estado, Venezolana de Televisión? ¿Esperaremos que un Mario Silva, Pérez Pirela o alguno de esos grandes y decadentes tutores mediáticos de la institucionalidad nos indiquen lo que debemos hacer de ahora en adelante y quiénes son los responsables? ¿Seguiremos siendo cómplices de una política vista como espectáculo de tarima, de paredes pintadas de rojo, de slogans, de fotos intervenidas y de toda clase de banalidades? ¿Seguiremos asistiendo y aceptando la política de pancarta, de tribuna, de una miss Venezuela conversa al chavismo, de un animador que ahora es camarada aunque ostente una grosera opulencia?
Lo que pasa es que andamos día noche hablando de las manipulaciones, carencias y arbitrariedades de los otros, que ciertamente son demasiadas. Lo demás no se toca, no se remueve, no se ventila para no hacer bulla, para que no salga luego en Globovisión. Sólo después de los reveses es que se habla de las cacareadas “R”, de la autocrítica, pero siempre con grima, a regañadientes. Sólo dura unos días, es sólo una brisa que pasa; luego el gobierno sigue haciéndose el desentendido, como si esa estrategia de hacerse de la vista gorda estuviera dando resultados, pensando que es mejor negar hasta el final, que aceptar y ocuparse. Supongo que esta vez sólo nos quedaremos con el asunto de qué tan violenta y fascista es la oposición y en ese tema pasarán meses: horas de discursos, de programas de televisión con explicadores de oficio a quienes se les olvidarán los temas de fondo. Es cierto que ahora la gobernabilidad puede que se haga más difícil, pero eso no puede ser la nueva excusa. También podemos pensar que los resultados son consecuencia de los altibajos propios de la marea electoral. Tal vez sea mejor pensar así, tal vez dé menos pánico. Tal vez sea más entretenido comenzar una cacería de brujas para detectar a los “infiltrados” que están las empresas estadales que increpar a los alcaldes, gobernadores y ministros con nefastas gestiones.
Y sigo haciéndome preguntas, preguntas que no son nuevas: ¿seguiremos dejándole la crítica del acontecer político sólo a los personeros más malintencionados de la oposición?, ¿seguiremos haciendo invisibles a aquellos que hacen planteamientos serios y responsables sin ningún otro propósito que el de hacer aportes a la solución de nuestros problemas más complejos? ¿Hasta cuándo esa idea de que todo el que critica es sospechoso de traición? ¿Por qué en tan pocos meses se perdieron tantos votos?, ¿sólo porque hay gente enojada por no conseguir algunos rubros en los supermercados? ¿Será que no somos nada sin la presencia de un líder carismático? ¿Será que somos tan dependientes de una manera de hacer discursos?
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