El pensamiento burgués y los medios de difusión del mismo han actuado, durante toda la existencia de las relaciones de explotación capitalista, para convencer a la humanidad de que sus ideas son libres y diversas. La igualdad, para ese pensamiento dominante, es identidad o adecuación a lo que el dominador es y hace.
En el capitalismo, las ideas dominantes son una derivación inoculada, sin mucho dolor, por las mismas relaciones de explotación. A diferencia de modos de producción clasistas anteriores, en éste, que no es eterno pero siempre se ha hecho parecer como tal: eterno e indestructible, la ideología dominante no requiere de mecanismos adicionales para su sustento y pervivencia.
Ni siquiera la represión, concebida para salvar al Estado burgués de las amenazas extremas que pudiesen debilitarlo o colocarlo en riesgo, está para apuntalar ideas. Las ideas dominantes, en el capitalismo, son una derivación por consenso de las relaciones de explotación como se producen los bienes materiales y los espirituales también.
El Estado capitalista, entonces, pese a todas sus evidentes perversidades derivadas de la explotación de clases, optará siempre porque el explotado se sienta contento con su explotación. El consenso privará por sobre la represión. Es el estadio ideal de la dominación capitalista. Hasta el propio Libertador Simón Bolívar -evidentemente que sin proponérselo por cuanto no era marxista ni anticapitalista- cuestiona ese dominio por la vía de las ideas más que por el de las armas.
Para ello, el capital ha construido en torno a sus relaciones de explotación, un pensamiento dominante único. Pensamiento que es alienante, en el mismo tenor en el que el trabajador, el proletario, el explotado, el productor de bienes, se aliena, se ajeniza, frente al producto que sale de sus manos o de todo su esfuerzo productivo.
Este fenómeno, complejo y al cual muchísimos pensadores y pensadoras, con Karl Marx a la cabeza, han dedicado críticas y propuestas para vencerlo, sigue vivo. Nuestro Comandante Supremo, Hugo Chávez, así lo detectó. Y es por ello que las claras definiciones estratégicas de la Revolución Bolivariana apuntan también hacia la supresión del pensamiento único, a la reivindicación de nuestras memorias originarias, de nuestra pluriculturalidad y a la creación o evidencia de la multipolaridad, como expresión de la sociedad verdadera, la de las y los iguales. La sociedad o la Patria socialista.
Es por todo esto, que la lucha revolucionaria contra la corrupción, en la que se ha centrado con especial énfasis nuestro líder y Presidente de la República, Nicolás Maduro, debemos entenderla como lucha contra el gran capital y contra el pensamiento único. Si el ataque contra la corrupción no se enfoca hacia el objetivo estratégico, la epidemia social seguirá generando sus mecanismos para reproducirse. Por eso decíamos en un artículo anterior que las acciones en contra de la corrupción deben ir mucho más allá de lo condenatorio, de lo policial o judicialmente sancionatorio, y profundizar el trabajo político y de concienciación que le ofrezca un piso más firme a la Revolución Bolivariana y a la construcción de la Patria socialista.