Para todos no alcanza

Uno de las objeciones más contundentes hechas al capitalismo es el cuestionamiento de su viabilidad como ideal colectivo. Si por un momento nos olvidáramos de la censura moral a su egoísmo y aceptáramos como meta deseable el ideal de confort capitalista, nos bastaría proyectar su distribución entre los habitantes de un país para darnos cuenta de inmediato de que es inviable: No alcanza para todos.

Veamos, por ejemplo, el trasporte y el ideal consumista de que cada ciudadano tenga su propio vehículo. Si tal cosa ocurriera, las calles se atascarían y las inversiones en autopistas y avenidas serían astronómicas. Pero, hay más: reduciríamos drásticamente el petróleo disponible. De hecho, un economista sostiene que si todos los chinos tuviesen vehículos, el petróleo en el mundo escasamente duraría diecinueve días. Sin contar el efecto terrible que sobre la atmósfera tendría tal intoxicación de gases.

Pero cada decisión va acompañada de sus efectos inevitables en todos los sectores de la población. Destinar los recursos, al fin y al cabo escasos, a determinados usos implica la renuncia a otros usos. Así, la construcción de vías alternas –pongamos por caso la construcción de un segundo piso de la autopista del este en Caracas- supone disminuir los presupuestos para hospitales, escuelas, agricultura u otros usos colectivos. El agotamiento del petróleo en vehículos particulares supone que se ha dejado de usar para plantas eléctricas, para fábricas o para sistemas de acueductos o de calefacción en países urgidos de estos recursos.

En síntesis, para que unos pocos disfruten del vehículo propio se requiere que muchos más carezcan de él. Sólo así funciona.

Este afán termina por distorsionar nuestra relación con las cosas. En realidad, nadie necesita un vehículo. Lo que la gente necesita es ir de un lugar a otro en condiciones de seguridad, rapidez y comodidad. Si contamos con ésto, el peso de lo personal se diluye. Durante diez años de mi vida disfruté de una situación envidiable: Vivía a dos cuadras de una estación de Metro y trabajaba a una cuadra de otra estación. Tomaba en las mañanas el tren y cómodamente instalado leía unos veinte minutos de ida y otros tantos de vuelta. En esos años leí decenas y decenas de libros. Circunstancias me obligaron a vivir en otro lugar de la ciudad y con ello retornar a la pesadilla del automóvil y la locura del tráfico caraqueño. Perdí mis lecturas y mucho de mi tranquilidad.

Las salidas colectivas suenan racionales en asuntos como el tránsito. Y en muchas otras también. El socialismo luce entonces como respuesta racional a los problemas que el capitalismo no puede resolver. Busca soluciones que alcancen para todos.

catiarebelde@gmail.com


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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

 rhbolivar@gmail.com

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