Refiere mi viejo Pequeño Larousse Ilustrado que un parásito es una persona, animal o planta, que vive a costa de los demás, como por ejemplo “la tenia” que subsiste a expensa del hombre. De esta palabra deriva “parasitismo”, como la costumbre de vivir a costa de otros. Partiendo de esto, recuerdo un documental que observé por la TV donde evidencié unos pequeños peses persiguiendo una enorme ballena para alimentarse de los numerosos parásitos que atormentan al enorme cetáceo. De igual manera, algunas aves de nuestro llano acompañan al ganado para nutrirse de las garrapatas que los abruman. Esos perseguidores, peses o aves, desparasitan a las víctimas (ballena y ganado) de los cruentos explotadores y les hacen la existencia más feliz a las víctimas de los vividores.
De acuerdo con el párrafo anterior nos damos cuenta que los parásitos han estado presente en todos los procesos históricos de nuestro errabundo planeta azul. Imposible negar que los grandes monarcas, junto con los aristócratas que lo acompañaban, sin dejar de lado las jerarquías eclesiástica, vivían de la explotación de los siervos. Los exprimían hasta que les podían roer el hueso. Tal injusticia era evidente no solo en las monarquías europeas, también en las asiáticas: el zarismo ruso; las dinastías chinas y japonesas; los marajá y los bajá de la India; los faraones, jeques y sultanes árabes en África, entre tantos explotadores, quienes tenían en común el vivir a consta de sus vasallos, es decir, del trabajo ajeno (campesinos, pastores, artesanos…).
Con la llegada de la Revolución Industrial la cosa no se modificó en nada. Con esta innovación económica y política, en las plantaciones se cambió al esclavo por el peón y al artesano, por el obrero de las fábricas. En este proceso reformador el dueño del capital era el nuevo parásito, el encargado de vivir del trabajo del peón y del obrero. Bastaba pagarles a las víctimas un salario de hambre para que el capital invertido se acrecentara. Pero los parásitos no se conforman con la explotación de sus empleados, descubrieron que a través de la venta de sus productos podían encontrar nuevas víctimas y a través de la llamada “oferta y demanda” (una de las leyes del mercado), podían vaciarle el bolsillo a los “consumidores”, es decir, vivir de los pendejos. El parasitismo en su máxima expresión.
Es una verdadera lástima que los avaros capitalistas del norte no escucharon las palabras de Abraham Lincoln quien afirmó: “Nada bueno ha sido o puede ser disfrutado por nosotros sin haber costado trabajo primero. Y, como la mayoría de las cosas son producidas por el trabajo, se infiere que tales cosas, de derecho, pertenecen a aquel cuyo trabajo lo produjo. Pero ha ocurrido en todas las edades del mundo que algunos han trabajado y otros sin trabajo alguno, han gozado de una gran proporción de los frutos. Esto es erróneo y no debe continuar. Asegurar a cada trabajador el producto total de su esfuerzo o tanto como sea posible, es un digno objetivo de cualquier buen gobierno”. Se los aseguro, estimado lector, esto no lo dijo Marx, lo refirió el presidente del país donde están las madrigueras de una gran mayorías de los cicateros capitalistas (parásitos). El diablo en la casa de san Pedro, por algo lo asesinaron.
Hay parásitos de todo tipo. Algunos se alimentan de cosas orgánicas: la sangre (como el caso de los bichitos que acosan a las ballenas y las garrapatas, que asedian al ganado) y otros vegetales que se alimentan de la savia de algún arbusto. Pero en Venezuela hay un tipo de parasitismos muy especial y que no están registrado en los libros de biología, se trata de los parásitos del petróleo. En este caso no son animales ni vegetales, se trata de seres humanos que jamás han trabajado y tienen cuentas en dólares en los paraísos fiscales, a pesar de que nunca han tenido empresas exportadores que negociaran en divisas.
Todo comenzó con la llegada de los españoles al país que forjaron en su sistema monárquico un grupo de venezolanos (los mantuanos) que vivían a expensa de la política y de la mano de obra de los esclavos que trabajaban en sus plantaciones. Una vez finalizada la guerra de independencia, la cosa no cambió mucho para los indios, negros y zambos. Algunos generales triunfantes en la guerra de libertadora, al lado, como siempre, de los mantuanos (los aristócratas de orilla), continuaron parasitando las arcas del estado y a los campesinos, dado que nuestro país era netamente rural. Así continuaron durante la presidencia de Páez y prosiguieron su labor parasitaria en los gobiernos posteriores. De seguido, bajo los gobiernos de los Guzmanes, fue cuando el parasitismo coronó, se institucionalizó y se hizo doctrina dentro de la oligarquía criolla. Los Guzmanes parasitaron a Venezuela esquimalmando todo lo que podían robar del erario público y los oligarcas criollos, chupaban de esos rapaces (del padre y luego el hijo) las sobras que estos se dejaban succionar. Parásitos de segundo grado. Es sorprendente la cantidad de “apellidos de linaje” de aquellos oligarcas criollos que hicieron “buenos negocios”, a costa de las arcas del estado al lado de los gobierno de esos presidentes depredadores. En el presente sus herederos disfrutan de inmensa fortunas mal habidas, los mismos que hoy abogan a gritos por el fin del control de cambio.
Ciertamente los descendientes de aquellos depredadores del erario público aprendieron de sus abuelos y sus padres. Una vez que reventó el primer pozo de crudo, la vena parasitaria, que no había mermado, se desarrolló de manera descomunal. Ya no les importó si en el país había democracia o dictadura, si el gobierno era adeco o copeyano, lo único que les interesaba eran los dólares provenientes de la importación petrolera. No había necesidad de producir en el campo, era más fácil importar; para qué necesitábamos fábricas si todo lo podíamos importar del norte. Los parásitos de la oligarquía se arrastraban ante los presidentes de turno y reptaban ante las compañías petroleras norteamericanas sin rubor alguno. Hacían préstamos en dólares, lo sacaban del país hacia los paraísos fiscales en donde obtenían mejores réditos. Actualmente mucho de ellos entran en el negocio de la lavandería, hasta compran los cupos de las tarjetas por la sed insaciable por el billete verde.
Por fortuna llegó el chavismo y que no se entienda como un grupo de personas militando dentro de un partido político. El chavismo es un concepto, una doctrina, una idea basada en los valores y enseñanzas de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Zamora para resolver los problemas de los venezolanos. No es marxismo, ni castrismo, mucho menos comunismo, es un socialismo forjado en la mente de un hombre que comprendió los problemas de los humildes. Una sistema basado en el concepto del trabajo, el repartimiento equitativo de las riquezas, la solidaridad, la equidad de la justicia, la incorporación de los excluidos a las decisiones del gobierno local, estadal y nacional (el poder popular). El socialismo de mi comandante Chávez es de pura raigambre criolla, porque seguramente Marx nunca pensó en la existencia de una oligarquía parásita, incapaz de generar ideas para el desarrollo de un país. Solamente Hugo vislumbró soluciones para enfrentar a una cáfila de vagabundos que lo único que hicieron fue parasitar, parasitar y parasitar. Revisemos los últimos cien años y nos podemos preguntar: ¿Dónde están los grandes proyectos agrícolas que subsanaran los problemas alimenticios de la población? Era más fácil importar, para eso los importadores necesitaban dólares. ¿Dónde están las grandes industrias textiles y de calzados? No eran necesarias, era más fácil importar. ¿Por qué no se consolidó una industria automotriz? Para qué, era más fácil ensamblar carros para que las empresas capitalistas norteamericanas nos vendieran las partes de sus vehículos, los cauchos, la gasolina y el aceite. Para los oligarcas había dólares, pero para resolver los problemas de los excluidos (educación, salud y vivienda digna) los gobiernos de la cuarta republica no tenían divisas. Otra pregunta sencilla: Si la oligarquía parásita no tenía empresas exportadoras para negociar en divisas extranjeras ¿De dónde carajo sacaron los billetes verdes depositados en el extranjero? La repuesta es muy sencilla: de los dólares que chuparon de los diversos gobiernos. (Dictadura o democracia representativa, eso no importaba). Finalmente llegó Hugo y el chavismo y por fortuna, el presidente MM está dispuesto a continuarlo por lo siglos de los siglos. Son los desparasitadores del país que junto al poder popular acabarán con el parasitismo que tanto daño nos ha causado.
Otro más: a mis amigos y lectores les informo que la nueva edición (formato electrónico: editorial librosenred) de mi libro “Antología de la estupidez” esta a la deposición. Parafraseando a Confucio comento: “si alguien habla mal de mi se deberá a que leyó “Antología de la estupidez y si alguien habla bien de mi se deberá a que leyó “Antología de la estupidez”.