Sin cultura de calle, no hay revolución

Siempre he considerado la cultura y su esencia como la columna vertebral de la revolución, pero no concebida en tono de cafetín universitario, de bulevar o de escenario artístico exclusivamente, sino como un hecho reclamador de enseñanza y aprendizaje a través de la formación en calles.

Es en la educación que no solo se nutre de la calle, sino que regresa a la calle enriquecida en forma de orientación educativa donde se encuentra esa amplia posibilidad revolucionaria.

Nadie dice que un espectáculo sea malo, lo será de acuerdo a su contenido, a sus desviaciones; tampoco se puede decir de un taller, que aunque encerrado y dirigido a un grupo entusiasmado por conocer genera una riqueza mayor.

Pero cuando hablamos de la calle y de las mujeres y hombres que van y vienen por ella, nos referimos a la necesaria obtención de una conducta propia que no solo genera la dinámica de la calle sino que le toca al Estado intervenir con sus orientaciones educativas y formativas para generar un modelo de conducción que se convierta en un eslabón revolucionario efectivo.

Hablando más en directo, observemos a las personas en la calle y nos damos cuenta que hoy día no generan un buen modelaje, por el contrario, su desplazamiento se muestra más inclinado al desorden y al caos.

Esto no lo digo yo porque se me antoja. Independientemente del lado asquerosamente embadurnado con el que viene la crítica por parte de los medios de comunicación, la calle muestra una realidad:

-Personas que de modo permanente ignoran no solo las leyes constitucionales sino las ordenanzas municipales que están más cerca de ellas.

-Al ignorar todo tipo de normativa, la conducta de las personas en las calles es errática, muy desordenada.

- No hay un modelaje positivo que transmitir y en consecuencia, todo el mundo actúa como en estampida. Cada quien por donde mejor le parece.

-La entrada de un nuevo concepto de actuación policial se queda en el discurso televisivo, no se convierte en un instructivo de calle, tanto para la autoridad como para el ciudadano.

-Al observar las calles y avenidas no se observa un orden específico, en el que se respeten las normas del tránsito, las luces de los semáforos, el paso de peatones, de los vehículos y motos, ni se respeta el ambiente y hay carencia de la necesaria intervención de la autoridad, que es la que debe convertirse en orientadora, educadora de un nuevo modelo social de conducción en las calles, no tenemos revolución en la calle.

-Al no existir regla alguna, el caos está presente; es un caos que viene registrándose hace décadas.

-Este mismo caos impacta el desplazamiento de vehículos de motor y personas y envenena el ambiente. Solo basta observar en las horas pico las principales avenidas y calles de Caracas. Caso más demostrativo vemos a la salida del túnel de la avenida Bolívar con dirección al Este y al retorno, antes de entrar al túnel con dirección al Oeste. Los otros casos que ni siquiera detallamos son los relativos a las avenidas Baralt, Universidad, San Martín, Sucre, Páez, etc.

-Si hay, por otro lado, una mala interpretación y/o confusión de los conceptos de Derechos Humanos y la Sanción, priva el desorden y las conductas antisociales. El respeto de los Derechos Humanos es una cosa y el que alguien sea sancionado por violentar las normas es otro asunto.

-Fenomeno similar opera en las parroquias con los servicios de aseo urbano y domiciliario, líneas de camionetas que vienen desde la década del 70 y la ausencia de educación ambiental que hay en la ciudadanía, la cua considera que la calle es la principal receptoría desus desperdicios y sus conductas nada comunitarias.


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Pedro Estacio


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