Si repensamos la historia intelectual del siglo XX, notamos que comenzó con tres ilusiones de inmediatez, es decir, de acceso directo a las cosas. Esas tres ilusiones fueron: el referente, el fenómeno y el signo, y dieron lugar a las tres grandes corrientes intelectuales, constituidas por la filosofía analítica, la fenomenología y el estructuralismo.
Ahora bien, la historia de estas tres corrientes es remarcablemente similar, porque en cierto momento esa ilusión de inmediatez se disuelve y nosotros tenemos que pasar de una a otra forma de mediación discursiva. Esto es lo que ocurre en la tradición analítica en las investigaciones filosóficas de Wittgenstein. Asimismo sucede en la fenomenología con la transición de Husserl a la analítica existencial de Heidegger, y es finalmente lo que pasa con la crítica post-estructuralista del signo. Todas estas corrientes, de una u otra manera, están presentes y forman parte de una perspectiva histórica interna de otra corriente intelectual de gran importancia en la formación teórica, que es el Marxismo.
Porque también el Marxismo comenzó a principios del siglo XX como una corriente esencialista que afirmaba un núcleo, último, duro, de identidad clasista para constituir a los agentes sociales y, sin embargo, en cierto momento este núcleo duro comienza a desintegrarse y nosotros tenemos en la obra de Gramsci, que es una de las referentes constantes del pensamiento revolucionario, este momento de transición. Para Gramsci los agentes sociales ya no son las clases sociales en el sentido fuerte del término, sino lo que él llama voluntades colectivas, y esas voluntades colectivas son el resultado de la articulación de una pluralidad de posiciones de sujetos.
Esto quiere decir que los espacios sociales se constituyen esencialmente con espacios discursivos, y esta es la dimensión semiótica de la producción revolucionaria del discurso. Lo nacional popular debe desplegarse como discurso, siempre de raíz, no como simple retórica, en el despliegue de voluntades colectivas, rehuyendo al encierro de convencidos ortodoxos.