En una hermosa composición musical, Fito Páez junto a Pablo Milanes nos conmueven cuando nos dicen: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.”
Nuestro proceso revolucionario está en crisis, de eso no tengo dudas, basta con salir todos los días a las calles y pulsar la opinión de sectores que anteriormente coreaban la consigna “Con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo” y que hoy muestran gran molestia por los niveles de ineficiencia e ineficacia de las instituciones públicas, la incapacidad de contener la tan mentada “guerra económica” y el desate, después de haber solicitado una ley habilitante para luchar contra ella, de la corrupción que se refleja en lo ostentoso y vulgar de la riqueza de algunos funcionarios y exfuncionarios que en su vida, con el salario de empleado público, hubiesen soñado acumular. Lo lamentable de todo esto es que a pesar de ser evidente, la sordera se multiplica, la desconexión de la dirigencia con la base revolucionario y con el pueblo se incrementa, ya que entre otras cosas se limita o restringen los espacios críticos y autocríticos, pero afortunadamente aún existe esperanza.
La esperanza está en esa base crítica y autocrítica que se organiza, la esperanza está en aquellos que están claros que el objetivo es mantener, desarrollar y actualizar el legado de Chávez, construir el socialismo y que Maduro termine el período constitucional. La esperanza se mantiene cuando vemos la preocupación de los militantes revolucionarios por dar respuesta a las demandas sociales, aún a pesar de la ineficiencia e ineficacia de las instituciones públicas, la esperanza está cuando vemos a un pueblo empoderado en torno a los Consejos Comunales y Comunas productivas. La esperanza existe cuando comprobamos que el pueblo aprendió a luchar por sus derechos conquistados para que nunca más sean arrebatados, la esperanza se mantiene cuando Constitución en mano, el pueblo exige y ejerce la democracia participativa y protagónica, la contraloría social y exige transparencia.
La esperanza se enciende cuando vemos a un pueblo conciente de que la lucha bolivariana es una lucha antiimperialista, pero que también es una lucha contra las excusas que ocultan ineficiencia y corrupción y frenan la gran potencialidad productiva de nuestro país. La esperanza se preserva cuando el pueblo ya no se deja engañar ni por el que le ofrece volver al pasado, ni por aquel que barnizado de rojo le dice que todo está bien sin aceptar que existen problemas que deben ser urgentemente superados. La esperanza se enciende cuando la impotencia se convierte en acción, y sobre ello cada día más se suman voluntades para exigir y asumir la revolución dentro de la revolución. Un viejo dogma político dice que el poder no se pide, se toma o se conquista, y eso implica un esfuerzo extraordinario cuando la posición no es ventajosa.
Dentro de la revolución, la confusión ante la incertidumbre hoy se empieza a transformar en esperanza producto del reconocernos como iguales que debemos articular, no sólo para preservar el poder, sino realmente para desarrollar un proyecto propio, autóctono, un proyecto de sociedad que nos haga productivos, que establezca una relación social de producción distinta a la del capitalismo, que nos haga más humanos, y que valore justamente el trabajo.
Está por nacer una nueva etapa de la revolución, y sus nuevos liderazgos aún no son tales, pero ya están entre nosotros. Todo cambio genera resistencia, pero será inevitable que exista un relevo de los mandos del proceso revolucionario, la base lo exige, el pueblo lo exige y la revolución lo necesita, si esto no pasa, estaremos en riesgo de perder todo lo logrado.
Repito: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.”