Cuando pasen los hervores y los apasionamientos miopes que provocan las convocatorias electorales del poder, poco quedará en Canarias ni, tampoco, en el conjunto del Estado. Las fuerzas anticolonialistas y anticapitalistas seguirán divididas. Los asalariados seguiremos sin una organización política que nos aglutine. Por no tener, ni siquiera tenemos sindicatos dignos de tal nombre.
Pasadas estas elecciones burguesas, se abre la veda de las conspiraciones y los cálculos ilusorios para las siguientes. No es sino la acción política concebida fundamentalmente como una interminable sucesión de comicios con calendario fijado desde el poder. Y otra vez a empezar.
¿Se ha avanzado algo en la autoorganización popular? ¿Hay atisbos de un partido revolucionario? ¿O de un frente unitario de resistencia popular? ¿Están las viejas momias de la izquierda pequeño burguesa dispuestas a trabajar barrio por barrio, centro de trabajo por centro de trabajo, a pie de obra? ¿Hay alguna expectativa fiable de que se sacudan su eterno gandulismo? ¿Piensan en otra cosa que no sean las sucesivas elecciones? ¿Hay acaso un núcleo revolucionario con un amplio conocimiento de la ciencia política, con una profunda comprensión de la historia de nuestro país y del movimiento práctico?
Cuando no hay nada de eso, solo queda el intentar colocarse en alguna lista, el quítate tú para ponerme yo, el sectarismo, la fragmentación y la desmovilización. Si de ellos depende, seguiremos así por los siglos de los siglos, unas Islas perdidas en medio del océano, sin llegar nunca a la Historia, sin futuro y sin esperanza.
El reformismo es lo que tiene. Subordinación absoluta a la legalidad capitalista. Todo lo más, alguna fantasía de cambiar el sistema desde dentro. No sólo se lo creen, sino que ése es el mensaje que nos mandan a las trabajadoras y a los trabajadores. ¡Participa! ¡Vota! ¡Si es a nosotros, mejor! ¡Fuera del sistema no hay salvación!
Vota y sé sumiso. O sea.