Siempre me ha repugnado formar parte de eso que el sistema capitalista ha llamado la “elite intelectual” de la humanidad, porque sólo basta vivir o acercarse a ese espacio transgénico de personajes que acumulan información, que nunca llevan a la práctica o posee una aplicación útil en la realidad, para percibir inmediatamente su afán de impresionar y vegetar a expensas de una imagen casi siempre falsa, encubridora de seres mezquinos que eluden responsabilidades y asumen sin prurito alguno aquella vieja concepción burguesa de dividir el trabajo en material e intelectual, autodenominándose “intelectuales”.
Mi sentido común y mi origen humilde siempre estuvieron presentes para alertarme sobre la práctica de ese tipo de imposturas. Por ello siempre celebré las irreverencias contra estas “personalidades”; más aún cuando amparados en sus círculos de amistades chavecistas, y en nombre de unas supuestas heridas de guerra ocasionadas a ellos o a algún miembro de su familia por la llamada iv república, entraron a formar parte de la “farándula” que se dedicó a defender a ultranza al gobierno, y con él, por supuesto, las prebendas que este les proporcionaba.
A ellos acudíamos inocentemente, creyendo que en algún momento su sentido de la “ética de izquierda” o su “sapiencia”, les impediría tolerar muchos de los desafueros que durante estos quince largos años de “proceso revolucionario” sufríamos o sufrían nuestros hermanos en lucha; y siempre encontramos, si no un gran silencio, una buena excusa para eludir el apoyo directo o indirecto: un bonito discurso para justificar las “contradicciones naturales del proceso”.
Algunos de esos personajes siguen enquistados en el poder; otros, han sido ignorados o sufren los embates de las contradicciones que una vez obviaron, silenciaron o banalizaron. Algunos salen de turismo nacional y anuncian que el lamentable estado en el cual vieron al país, les impide seguir escribiendo en favor del gobierno. Unos claman ayuda a Maduro para que los salve del burocratismo. Otros tantos se dan golpes de pecho acusando ahora (¡Qué fácil!) de corruptos a personajes del chavismo caídos en desgracia...
(¡Aunque Mario Silva nunca se autodenominó intelectual, y siempre proclamó con orgullo su condición de bachiller, aún recuerdo la descarga que hizo en su connotado programa de La Hojilla a unos compañeros que tuvieron la “osadía” y la “cobardía” de enviarle unos mensajes a su celular personal, acusando a Rafael Isea de actos de corrupción!)
Por ello, leer Aporrea en los actuales momentos, y observar cómo muchos de ellos ahora pretenden erigirse en críticos de situaciones ya demasiado evidentes, que no reportan ningún grado de conflicto con la realidad y mucho menos con los actuales poderes jerárquicos, produce náuseas y desgasta indudablemente nuestra determinación de creer en lo mejor del ser humano.
Afortunadamente, las malas experiencias son las que más nos enseñan. Y de este tipo de fenómeno social de una parte de la “izquierda venezolana” y de muchos que se arroparon en ella, hemos logrado extraer conclusiones importantes que de seguro nos servirán o servirán a nuestros hijos para seguir emprendiendo la lucha.
Una de ella tiene que ver precisamente con eso de los rótulos y las etiquetas: intelectuales, izquierdas, chavistas... Términos que ineluctablemente en la práctica devienen en actitudes intelectualoides, izquierdosas y chavecistas, responsables de la actual situación que padecemos los venezolanos más vulnerables.
Otra conclusión -no menos importante- es que la crítica al poder y a sus manifestaciones en las actitudes de todos los actores sociales, siempre debe ser irreverente. De lo contrario, favorece la impostura y alimenta a ese pequeño burgués que al parecer muchos llevan por dentro, y que les impele a tratar de preservar las prebendas personales en desmedro de concepciones libertarias.
Otra conclusión interesante y positiva dentro de toda esta maraña oprobiosa de traiciones a los principios éticos que supuestamente debían guiar las acciones de “camaradas connotados” y “no tan connotados” o de los “escribientes de Aporrea”, es que al menos hoy todos nos conocemos. Sabemos de qué somos capaces, y qué en definitiva nunca podrá esperarse de cada uno de nosotros.
La historia que escriben los pueblos es la única absolución...