En la historia se puede observar de revoluciones que derivaron o involucionaron hasta volver a reproducir el viejo sistema, ni por asomo pretendo con este articulo expresar que estas sean las únicas y definitivas causas de un fracaso revolucionario, solo pretendo expresar razones humanas, debilidades que han estado siempre presente en los casos que he conocido.
La revolución es un movimiento de cambio permanente, en procura de alcanzar un fin estratégico, bajo principios éticos de actuación que caracterizan la razón de tal propuesta.
Revolución es desaprender y reaprender, teniendo claridad de la fuerza del conocimiento primario que esta en el pueblo; en sus luchas, necesidades y en su historia; en sus victorias y en sus fracasos; en sus días de gloria y en sus tragedias; así como descubrir la coherencia con que actúan los enemigos del pueblo aquí o en cualquier parte del planeta.
El revolucionario tiene que definir y practicar los conceptos siempre desde los intereses colectivos, desde los intereses del pueblo trabajador y así entender que quienes nos han explotado, todo lo han sesgado; de allí que existen dos visiones contrapuestas; la cultura que subyuga y la cultura que libera, la ética individualista y la ética humanista, la moral capitalista y la moral revolucionaria, la educación opresora y la educación liberadora, el poder para oprimir y el poder para liberar, la política que fragmenta y la política que integra; la libertad para vendernos y la libertad para vivir.
El revolucionario o revolucionaria debe estar en proceso de acción constante pero también en un proceso de reflexión teórica constante; porque no siempre los mismos procedimientos dan el objetivo deseado; de allí esa máxima expresada por nuestro comandante eterno sobre las 3R; Revisión, Rectificación y Reimpulso, que lamentablemente muchos la usan como un eslogan perecedero.
Cuando la o el revolucionario deja de cuestionarse, cuando deja de ponerse en duda y deja de evaluar sus acciones, simplemente se detiene, deja de revolucionarse y por consiguiente se convierte en una pieza inmóvil dentro de un proceso constante de movimiento, se convierte en un obstáculo, en una traba, en un freno. Ya deja de ser el sujeto de cambio para pasar a ser, aun sin que él lo sepa, en instrumento de la colonización, en activista del sistema que queremos cambiar. Y cuando esa práctica se generaliza en el liderazgo y es la rectora en la conducción política, ya la revolución deja de ser revolución.
En el uso del poder también podemos apreciar si hay revolución o no. El poder en revolución son espacios colectivos con potencialidades de estremecer, de derribar las estructuras tradicionales y con la capacidad de construir nueva institucionalidad desde los niveles micros hasta los más complejos. Si el poder deja de ser colectivo y se personaliza, se convierte en prerrogativas de los individuos que circunstancialmente ocupan responsabilidades institucionales; el status quo que se esta intentado transformar, sencillamente como un acto de regeneración biológica se vuelve a reconstruir, y aun cuando se tengan buenas intenciones o nobles deseos no será suficiente para avanzar en el camino correcto, porque una revolución no se hace simplemente con buenas intenciones, hace falta la genialidad como expresión del esfuerzo colectivo.
En la generalizada “aspiración” de los militantes revolucionario a ocupar posiciones o cargos de “mayor responsabilidad” también pudiera apreciarse claros síntomas negativos de una revolución ¿Cual es la aspiración de un revolucionario? Es hacer la revolución. Las posiciones o responsabilidades que cualquiera ocupe es gaje del oficio, es producto del proceso colectivo, pero cuando un militante pone su esfuerzo e induce el esfuerzo de otros en fusión de ocupar una responsabilidad mayor, se rompe la frontera entre la aspiración revolucionaria y las aspiraciones persónales. Comienza esta última a prevalecer, ya el cargo o la posición que ambiciona es tan personal como la aspiración de tener su carro, un televisor o su casa; bajo esa falsa premisa el poder lo ejercerá con absoluta discrecionalidad. Él será, el que quita y pone. Sus camaradas fueron buenos para llevarlo a la posición que ocupa pero sus opiniones ahora no tienen importancia. El poder es su propiedad privada; y lo bueno que haga a través de su responsabilidad, será visto como un acto filantrópico del individuo y toda obra que se ejecute tendrá toda la publicidad a su persona pero no al proceso revolucionario que dice interpretar. Él, es el bienhechor. El soberano, el poder popular, la democracia participativa y protagónica es solo un discurso. Ese poder le pertenece, ¿por qué lo felicitaron? y a nadie felicitan por algo que no sea suyo, lo contabiliza entre sus propiedades y lo ama, lo cuida, lo protege tanto o mas que sus cosas personales y en eso de cuidar se convierte en extremadamente celoso, tan celoso que se ciega y no le tiene tanto miedo al enemigo real sino al camarada, al cuadro interno que pudiera observarle algunas cualidades de liderazgo. Y del miedo pasa a la defensa preventiva, aplicando el ostracismo, el aislamiento, el fusilamiento político de todo el que se perfile como su posible “oponente” interno. Cuando esta práctica se hace común en el movimiento revolucionario, se convierte en ética de actuación, porque todos tácitamente la aprueban; ¿Cuando esto sucede que diferencia hay de la vieja sociedad que queremos cambiar? Ninguna.
Cuando esto sucede la revolución deja de ser revolución.
Abrebrecha y después hablamos
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