Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, no ha tenido empacho en decir que el libro escrito por Piketty es “el mejor libro de economía del año, y quizás de la primera década del siglo XXI”.
Los ricos se hacen más ricos; los pobres, más pobres
Durante las últimas dos décadas, el economista francés Thomas Piketty, ha estudiado la evolución de las desigualdades económicas en veinte países de diversos continentes. Esto es, describe cómo una proporción muy pequeña de la población se apropia de la mayor parte de la riqueza generada por la sociedad y, a la inversa, como la gran masa termina recibiendo porcentajes pequeños en la distribución. Esta tendencia se ha acentuado a grados escandalosos, como ocurre en EEUU en las últimas tres décadas del siglo XX: El 1% de los estadounidenses se queda con el grueso de la riqueza generada por el país y lo que llega al 99% restante son migajas y exclusión.
El estudio abarca desde el siglo XVIII hasta nuestros días y se centra en la distribución del ingreso y la riqueza en esos países. Responde a preguntas tan importantes como la relativa a las proporciones desiguales en que se distribuye el ingreso nacional entre el que va a manos del trabajo y el que va a manos del capital.
Demuestra como la desigualdad es inherente al capitalismo, es estructural, forma parte esencial de su dinámica y conduce a situaciones de injusticia y de desamparo social intolerables. Todo esto se traduce en un gran poder en manos de una minoría oligárquica que convierte en mentira los principios de democracia y de justicia que la sociedad proclama, pero que no tienen expresión real en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Marx tiene razón
Los datos históricos analizados arrojan lo predicho por Marx a propósito de la concentración de capital y la depauperación del conjunto de la sociedad en función de los privilegios de los propietarios del capital. Desnuda la mentira de que el crecimiento económico de la sociedad lleva emparejada el crecimiento del bienestar de todos sus miembros. Más aún, señala cómo el ritmo de crecimiento de la desigualdad entre el trabajo y el capital se acentúa en las últimas décadas y es el sustrato real de la crisis actual del capitalismo.
Esta demostración no es cualquier cosa. Sobre todo, cuando en la década de los setenta, fue el argumento negado por quienes justificaban la claudicación y la renuncia al papel de vanguardia de la clase obrera en la lucha por el socialismo. Arriaban sus banderas diciendo: “Marx se equivocó al pronosticar que la sociedad acentuaría la polarización entre explotados y explotadores; pues las capas medias se amplían y se consolidan, adquiriendo, además, un papel decisivo que desplaza el papel protagónico que se le asignaba a la clase obrera”. “La sociedad tiende a disminuir los espantosos niveles de explotación y desigualdad a través de la reorientación en bienestar social del ingreso recaudado por los impuestos ”.
Sin duda, el trabajo de Piketty tiene el mérito de demostrar, en términos de cifras y teorías explicativas, el proceso del que todos somos testigos: El enriquecimiento descomunal de los más ricos y el dramático empobrecimiento, no sólo de los más pobres, sino del resto de la sociedad, incluida una proletarización progresiva de las capas medias. Sin proponérselo, exalta el extraordinario aporte que significó para la revolución mundial, quienes mantuvieron la esperanza y la lucha por el socialismo, como la sostenida por nuestro Hugo Chávez, cuando cundía el derrotismo en la izquierda y la desesperanza en el pueblo.
¿Reforma o Revolución?
Las medidas que propone Piketty son inviables para el capitalismo: Establecer políticas que le pongan límites al capital, hagan menos ofensiva y despiadada la renta de los capitalistas y permitan una redistribución que asuma las necesidades sociales, educativas y sanitarias de las mayorías.
Piketty propone obligar, a través de una profunda reforma de los sistemas fiscales, a que los que más reciben en el reparto de la riqueza nacional paguen más impuestos a través de cuya recaudación el Estado puede financiar ambiciosos programas sociales y, sobre todo, programas educativos que cualifiquen a los sectores menos favorecidos.
El problema es que el sistema capitalista está estructurado de manera tal que son los mismos privilegiados quienes toman las decisiones. Solo el pueblo organizado en reales estructuras de poder político puede darle la vuelta a la tortilla: O nos calamos la desigualdad o hacemos la Revolución.