Ciudadanos o proletarios

Las palabras pueden servir para aclarar la realidad o para oscurecerla. Cuando los burgueses revolucionarios franceses apelaban a los “ciudadanos”, ocultaban el hecho de que esa ciudadanía no era toda igual, y que estaba dividida en clases con intereses dispares y hasta contradictorios. Para los burgueses, todos los “ciudadanos” tenemos los mismos intereses generales, que vienen a ser -¡oh, casualidad!- los intereses de la burguesía. Una limpiadora de habitaciones es tan “ciudadana” como el más rico banquero. Todos somos iguales aunque, claro, unos más iguales que otros.

Cuando un político burgués se refiere al pueblo, siempre utiliza el término “ciudadanos”, como si todavía estuviéramos en la época de la revolución francesa, hace más de dos siglos. Esconde, de esta manera, que ni todos tenemos la misma situación social, ni los mismos derechos, ni los mismos intereses. Y por eso pueden presentar a los representantes de la oligarquía capitalista como si fueran representantes de todos los “ciudadanos”, de todo el pueblo. Lógico, ya que lo que trata es de evitar un cambio sustancial en el statu quo. ¿Cuántas obreras, cuántos trabajadores hay en el parlamento español? ¿Y en los autonómicos? ¿Y en las listas electorales?

Pero aquel que quiera cambiar el estado de cosas, debe discernir la realidad con precisión. Debe entender la división social en clases, debe apostar por la clase con más capacidad para producir los cambios. Y debe emplear el lenguaje con precisión científica. No sólo para ser pedagógico, sino para entender él mismo la realidad en la que opera. Por eso mismo, Marx, que llamaba no sólo a interpretar la realidad sino a transformarla, empleaba el término proletarios para referirse a los asalariados modernos, a quienes nos vemos obligados a vender nuestro trabajo y hasta nuestra salud para poder sobrevivir.

Y también por eso, a los politicastros burgueses, representen directamente a la oligarquía capitalista o formen parte de la más modesta burguesía burocrática, términos como proletariado o clase obrera no les hacen maldita gracia. Son muy “revolucionarios”, muy crudos. E impiden seguir pintando el mundo de color rosa. Prefieren “ciudadanos”, “clase media” y eufemismos similares, como si viviéramos doscientos años atrás en la Historia.

Basta con escucharlos un poco para reconocerles el cloquío. O sea.



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Teodoro Santana Hernández


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