Los peligros de la moderación

El oportunismo juega a la moderación. Es su terreno. Es el espacio para aprovechar en su provecho la incertidumbre y la vacilación que genera en algunos el ataque despiadado del imperialismo y su capacidad para sobornar y hacer daño.

La irrupción de los mediadores

La acción política cotidiana refleja el proceso real de contradicciones generadas por la crisis del capitalismo. Cuando se hace severa –como ocurre por estos días- la tensión de las contradicciones entre el imperialismo y los pueblos que luchan por conquistar mayor soberanía y relaciones más justas entre las naciones, irrumpen también proposiciones que pretenden, antes que resolver las contradicciones, hacerlas más llevaderas. Surgen los negociadores, los expertos en el acuerdo, los predicadores de la moderación, de la sutileza del lenguaje y del apaciguamiento de los gestos.

Desde consideraciones económicas sobre la necesidad de inversión extranjera, del acceso al mercado internacional y la estabilidad de la moneda hasta criterios políticos como el aislamiento diplomático, los organismos supranacionales y sus sanciones y el consenso de los dirigentes.

Todo esto, no como realidad que hay que considerar al momento de diseñar la estrategia para alcanzar los objetivos nacionales sino como barreras disuasivas que obligan a la renuncia de esos objetivos. Es el momento en que la cobardía se arropa de prudencia, en que los oportunistas juegan a ganador y en que los artistas del camuflaje y el eufemismo plantean morigerar las palabras, supuestamente diciendo las mismas cosas con expresiones diferentes: Donde se decía revolución, dígase reforma; donde se decía lucha de clases, dígase problemas sociales y donde se decía imperialismo y apátridas aliados criollos dígase, de ahora en adelante, polos de desarrollo y adversarios políticos.

Algunos creen ingenuamente que es posible engañar al imperialismo y sus secuaces con palabras edulcoradas y buenas formas como si los grandes capitales no tuviesen perfectamente claros sus intereses. Otros, los más, los que pretenden engañar al pueblo, apuestan a la negociación y a la ventaja en aras de la sobrevivencia personal en nuevas situaciones.

Una de las enseñanzas clave que tenemos que aprender los revolucionarios del liderazgo de Chávez es a llamar las cosas por su nombre. Con toda claridad dijo: Explotadores, masas excluidas y sin voz, Revolución, imperialismo, socialismo.  Tal práctica en la comunicación ganó la comprensión y el apoyo del pueblo e hizo posible emprender los primeros pasos hacia otro mundo posible. Tal lección deben también aprenderla los revolucionarios que en Europa y otras partes del mundo aspiran a resolver sus crisis particulares a favor de la Revolución.

En Venezuela aún está fresca el triste desenlace de la vía masista al socialismo: La renuncia al lenguaje radical, a expresar con precisión los conflictos reales y fundamentales de la sociedad, se tradujo en renuncia a la revolución. Adoptar posturas conciliadoras y moderadas terminó por moderar, en el sentido de amoldar, la acción política en función de fortalecer el sistema de dominación y explotación de los poderosos sobre el pueblo.

El falso punto medio

En términos personales, a los ojos del sentido común, la moderación es un valor deseable. Evitar los excesos y procurar el equilibrio es objetivo que tiende a asumir la gente sensata. Los griegos enfatizaron en eso desde sus primeros filósofos. Cleóbulo de Lindos lo dijo con toda claridad: “La moderación es lo mejor”.  Quilón lo expresó negando los extremos: “Nada en exceso”.  Pero fue quizás Aristóteles quien lo sistematizó en categorías definitorias en la política, en la ética y hasta en la concepción de la belleza y las artes: El equilibrio de las formas de gobierno, el justo punto medio del comportamiento correcto, el equilibrio de las proporciones y las formas, etc.

Pero, cuando la noción de equilibrio o punto medio desciende de las consideraciones téoricas abstractas al plano de la política, las cosas se complican y las decisiones no lucen tan claras.

Y es precisamente con Aristóteles donde se muestra las limitaciones y las manipulaciones del uso de la moderación por el poder. Pretender como mejor forma de gobierno no la democracia (el poder de todos) ni la monarquía (el poder de uno) sino la aristocracia (el poder de algunos), lo que podría entenderse como el punto medio de los dos extremos, es la justificación del poder de las minorías.

Pero he aquí que la democracia no es un extremo sino el derecho a decidir del pueblo.  Aun si queremos ser fieles a las enseñanzas griegas sobre este asunto, un elemento clave es definir con precisión los extremos. No tiene sentido definir un programa político en un punto medio de una línea continua. Más bien se trata de dar respuesta a las exigencias de un sistema económico-social en función de las necesidades y de los derechos de las mayorías.

La raíz es el centro

La Revolución Bolivariana se ha mantenido, se mantiene y se mantendrá en la medida en que sea fiel al pueblo. Y la manera de serlo es interpretando los fenómenos reales, los intereses en juego y decidiendo claramente a favor de las grandes mayorías. El imperialismo no pretende la negociación sino la entrega. El capitalismo quiere preservarse en sus intereses y, para lograrlo, por exigencias de su propia dinámica irracional, arrebata, dilapida y destruye los recursos naturales de los pueblos y crea pobreza.

La Revolución no es un obsesión de fanáticos. Por el contrario, es la solución racional, democrática y necesaria a los grandes problemas económicos, sociales y culturales de los pueblos. Es la posibilidad de sobrevivencia de nuestra especie.



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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

 rhbolivar@gmail.com

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