Y termino. La ventaja del desposeído en el siglo XXI sobre el pordiosero del medievo es que cuenta ahora con la filosofía vital al alcance de cualquiera que entonces no contaba con el nihil obstat y por eso le estaba vetada en nombre de la maldita resignación religiosa. Esa que acaso insuflaba vida en los tiempos áticos o en la edad de oro cervantina. Y ello pese a que la filosofía ha desaparecido prácticamente de nuestras escuelas y universidades. Sin embargo, por todo esto mismo que digo, creo que está llamada a recuperarse espontáneamente como suplemento de valor incalculable de las exigencias institucionales de justicia social. Pues la filosofía puede suplir perfectamente a la Medicina y es el perfecto recurso para renunciar tanto en abstracto como en concreto al consumo, a los bancos, al coche, al televisor, a la internet, al lujo y a lo superfluo. Incluso nos permitirá mejor burlarnos de la insaciable voracidad del rico, del consumidor compulsivo, del ambicioso patológico y de los ansiosos de la Bolsa y del Ibex35...
Amortizar o anular el deseo en línea con la filosofía budista, considerar que el deleite de lo poseído y el ansia de acumular bienes y dinero es enfermizo; tener presente que lo que das al pobre no es parte de tus bienes, sino que le pertenece porque lo que nos ha sido dado para el uso de todos tú te lo apropias... son pautas que pueden configurar un patrimonio personal que, como la libertad íntima -ésa que se tiene aun en prisión-, nadie nos puede arrebatar. Pero es que, por si fuera poca su utilidad, puede llegar a ser una bomba de relojería sin agresividad ni daño material capaz de desmantelar un sistema abominable que lleva camino de destruir el planeta a corto plazo pero que también en el sentido opuesto puede extirpar sobre la tierra la enfermedad de la ambición.
Sí, la filosofía -¡quién lo diría!- puede destruir ideologías fábricadas minuciosamente para mejor depredar, para establecer abismos entre poseedores y desposeídos y potenciar su goce por contraste entre la imposibilidad de acceder al disfrute por parte de los más y la conciencia redoblada de disfrutar de lo que estos no pueden alcanzar. A nada conduce desear lo inasequible, y menos dejarse consumir por el deseo. Si tenemos en reserva este recurso, tengamos por seguro que los ricos incluso nos envidiarán e irán comprendiendo que no vale la pena perder la salud por conservar o acrecentar lo poseído, y que la vida sobre el planeta pide a gritos no ya la austeridad que cansinamente se cita, sino la renuncia responsable y la indiferencia lúcida a todo lo que no es indispensable.
El mundo y las sociedades hegemónicas occidentales especialmente han de cambiar, están cambiando. Es difícil ahora comprender (por la razón señalada al principio de que estamos atrapados en nuestra época y que quienes tratan de salirse de ella y de su trampa lo pagan a menudo con la salud mental y en otro tiempo hasta con la muerte) los beneficios del cambio. Pero también estos son tiempos de inflexión en los que está cada vez más extendida la idea de que con sólo elevar la conciencia un peldaño más, habrá de producirse una honda transformación. Y de ella no surgirá el superhombre nietzscheano, de ella y del ser humano corriente nacerá otro nuevo más cercano a la divinidad... Confiemos en que el descubrimiento de la filosofía como opuesta a la economía se produzca antes de que el rico y la sociedad en general se den cuenta de que después de haber contaminado el último mar, pescado el último pez y haber cortado el último árbol, el dinero no se come...