Hay miles, cientos de miles diría yo, de «nostálgicos» de esa Venezuela en la que era más barato ir a comprar fuera que en el propio país. A veces leo a esa gente que desde Miami, New York o cualquier sitio de Europa, con su relato de restaurantes, comidas abundantes, carros, viajes... añoran una Venezuela que no era ninguna Venezuela, sino su vida particular, a costa de cientos de miles que jamás pisaron ni pisarían esos centros comerciales miameros, (o pisarían los venezolanos sólo para ver) ni esos restaurantes franceses caraqueños, ni esos viajes «culturales» por Europa o ese fin de semana en Curaçao.
¿Desapareció ese país? Afortunadamente sí. Es verdad que no hay tanto restaurante ni tanta seguridad. También es verdad que hay escasez... pero hay otras cosas que no había antes. Todos esos desharrapados que eran pobres «porque querían... porque tenían el rancho en la cabeza» hoy son ciudadanos de pleno derecho, cuentan para su gobierno, reclaman y piden... se les escucha aunque no siempre se les cumpla, están en la calle y no son un adorno... son ciudadanos, porque ser venezolano no es ser cliente de un restaurante o de un centro comercial o de una línea aérea, es tener obligaciones y después de éstas... derechos.
Exigir al gobierno bolivariano lo que nunca se le pidió a los de la IV República es hacer una pequeña trampa. Aquí, en la Venezuela Saudita, también se mataba gente por unos zapatos y se hacía cola para recoger la cesta de sardinas, espaguetis y maíz cocido que daba el gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Me asqueaba esa Venezuela de telenovela, de decorado de cartón piedra y malos actores. El mayor «problema» era saber si Miss Venezuela sería elegida Miss Mundo o Miss Universo o elegir restaurante en Las Mercedes.
Esa Venezuela se fue «p’al carajo» y no me canso de agradecerlo al propio pueblo venezolano, que efectivamente tenía un rancho en la cabeza... pero dentro lo tenía bien amueblado de ideas para decir ¡Basta!