De «anacronismo de la guerra fría», como complaciente y condescendiente epíteto, escribió ante la muerte de Fidel un conocido articulista en la prensa española, pero Fidel no es ni fue pasado nunca y se puede hablar de Fidel sin hablar de la guerra fría, aunque no de la guerra fría sin hablar de Fidel.
Las mismas bombas que, según Fidel, mataban enfermos, hambrientos e ignorantes, pero no podían acabar con la enfermedad, con el hambre ni con la ignorancia, están al servicio de esa «puesta al día» de un mundo basado en lo superficial y en la imagen. No es casual que el uniforme verde olivo, sus trajes azules o su ropa de deporte de convaleciente tuviesen un ejército de opinadores entre la «intelligentsia» europea y estadounidense.
Pero Fidel no es el único «anacronismo» de este mundo actual. La religión, el papa Francisco, el comunismo, el chavismo, la militancia, las ideas… son anacrónicas en este mundo rebajado al esparcimiento, a hacer ejercicio, a estar cada día más jóvenes, a viajar y a estar «conectados».
Las sombras de la caverna de Platón hoy son digitales. Están en televisores, tabletas y móviles de última generación y alta definición. Nada ha cambiado la Humanidad en sus luchas y amenazas desde la antigua Grecia hasta hoy. Nunca tantos peligros acecharon a la dignidad y a la libertad humana. La grandeza de Fidel nace de su lucha y victoria contra todas esas amenazas.
A Fidel hay que sentirlo, hay que leerlo, hay que oírlo. Está en Haití, en Lima, en Caracas y en los barrios bogotanos, educando a los jóvenes saharauis gratuitamente en Cuba, pero sobre todo en Haití, siempre en Haití, por nada, porque sí, por revolucionario, por martiano.
Fidel es ese grano de maíz «anacrónico» en el que como decía Martí… cabe toda la gloria del mundo… que alimenta no sólo el cuerpo y nos obliga a seguir su camino de revolucionarios. ¡Venceremos!