Cuando me presenté en aquella vieja casa, en la calle Garcés de Punto Fijo, con un gallo rojo y las siglas PCV en su fachada, miles de páginas habían pasado ante mis ojos. Leí, escudriñé, me hice preguntas. A lo que sumé mi asistencia a foros, conferencias, conversas públicas y encuentros privados con militantes de organizaciones de izquierda. Venía también de las lecturas de la Biblia y mi adolescente enamoramiento de una Hija de María, organización conservadora en la iglesia católica, hasta que un terrible y perverso mensaje anticomunista de un Catecismo que un cura me pidió llevar a las escuelas me hizo dar un giro. Acababa de leer “El Manifiesto Comunista” de Carlos Marx y Federico Engels. Así que la frase “la religión es el opio del pueblo” pasó en un santiamén de la teoría a la práctica. Lancé el Catecismo a la basura y mi novia me mandó para el carajo.
Me gustaba la música de Alí Primera, y el cantor era comunista; leía poesía, y Pablo Neruda era comunista; la primera novela “seria” que leí fue “Casas muertas” de Miguel Otero Silva, que era comunista. Eso me llevó a la casa del PCV.
“Este es el partido de la clase obrera”, me dijo un camarada, Roger Cuauro, al recibirme. La definición escuchada, ya no leída, me pareció de pinga; aunque yo no era obrero, al contrario, iniciaba mi carrera universitaria en Administración, que era precisamente para envainar obreros. Pero la primera tarea que me propuse fue llevar a un amigo, Joel Galicia, albañil de oficio, o sea, un obrero de cabeza a los pies, a inscribirse en la Juventud Comunista. Lo logré y me sentí a la altura de sentarme al lado de Gustavo Machado y Jesús Faría.
En el Partido Comunista de Venezuela consolidé mi formación, profundicé mis lecturas y empecé a hacer mis primeros intentos de escritura. No puedo olvidar las enseñanzas, los regaños y el aliciente de Eduardo Gallegos Mancera, que para la época era el Secretario de relaciones Internacionales del PCV y de quien siempre diré con orgullo que “me graduó de escritor”. Por supuesto, en el campo literario, también conté con las lecciones de Héctor Mujica, quien fue Premio Nacional de Literatura. Sin obviar a Luis Navarrete Orta, Jesús Sanoja Hernández y Federico Álvarez. Inolvidables las conversaciones con Gustavo Machado, María León, Pedro Ortega Díaz, Jerónimo Carrera, Olga Luzardo, Cruz Villegas, Radamés Larrazábal, Pedro Gutiérrez, Noel Sirit y tantos otros.
Formación, disciplina, lecturas y más lecturas, organización y verticalidad. Eso recibí en el PCV que llega a 86 años de lucha por el socialismo; de lucha clasista, que es lo esencial, pues define quién es quién en esta sociedad.
Hoy, desde mi condición de militante del PSUV, votó dentro del chavismo con la tarjeta del Gallo Rojo y mantengo una profunda de amistad solidaria con el PCV. Comprendo y acompaño su postura de negarse a participar en el proceso de renovación de militantes y partidos políticos ordenado por el CNE, aunque eso le cueste la ilegalización; pues esta renovación se hace sobre la base de un artículo betancourista, usado en otras oportunidades para perseguir a la militancia comunista.
Decisión difícil para na organización de 86 años y que acompaña con firmeza y lealtad al proceso bolivariano.