Las semanas previas a las elecciones del poder legislativo de diciembre de 2015 fijé postura sobre la debacle de la política pública y creí innecesario aportar elementos adicionales; no obstante, el curso de los acontecimientos me lleva a generar un escrito más.
En los años 70, 80 y 90 del siglo XX viví, como muchos de los miembros del actual equipo de gobierno, lo que fue nuestra indignación por la decadencia y deterioro del modelo político imperante. En esos tiempos no sólo nos sumamos a los grupos de jóvenes que protestaron en las calles, acompañamos el secuestro de camiones, preparación de bombas molotov y hasta vimos, como justa expresión de la protesta, cómo se pegaba candela a una estación de servicio -inmensa locura-, pero acción válida desde nuestra verdad: la lucha por la reivindicación de nuestro pueblo, mancillado por las cúpulas corruptas de entonces.
Nunca, los que nos reunimos por largas horas a soñar con una nueva Venezuela, creímos que realmente, algún día, íbamos a tener la oportunidad de asumir tan magna labor; desde la imaginación todo es fácil, se crea y se destruye sin consecuencia alguna. Pero el día llegó -no viene al caso juzgar cómo; es tema a tratar, pero no en este escrito-, lo único que deseo decir al respecto es que debimos ser fieles a un concepto común en nuestros espacios de encuentro: JAMAS DEBEMOS APOYAR UNA BOTA MILITAR PARA LIDERAR UN PROYECTO POLITICO.
El abordaje de la construcción de una nueva Venezuela, incluyente, bajo un modelo político que tenga al ser vivo y al ambiente como elementos centrales de su gestión nos desbordó, y ¿saben qué?: no por no tener la capacidad para gestionar proyectos; lo que realmente llevó este sueño al vergonzoso fracaso fue la conducta corrupta y degradante de un buen número de sus dirigentes; vinimos a acabar la fiesta y algunos se quedaron bailando, y, de qué manera. Es la corrupción el verdugo del Proyecto Bolivariano; todos nuestros males derivan de ella.
En este contexto, los hoy jóvenes que toman la calle y expresan su descontento, su indignación ante una realidad desbordante: inflación (=corrupción), inseguridad (=corrupción), desabastecimiento de todo tipo (=corrupción), inexistencia de independencia de poderes (=corrupción); la misma verdad que, en su momento nos asistió en la protesta, les asiste a ellos y están en su legítimo derecho de expresarse.
Hay una terrible diferencia entre lo ocurrido a finales del siglo XX y lo que hoy acontece en Venezuela; la irresponsabilidad política de los personeros del gobierno, los actuales, quienes actúan como si la historia comenzara y terminara con ellos. Los de ayer supieron preservarse y hoy renacen de las cenizas de nuestro rotundo fracaso.
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