Quien degrada se degrada. Si quieres esclavizar a una población tienes que desvalorizarla y desvalorizarte. Sus cuerpos han de ser sacrificables, como ha dicho Diego Sequera.
Tenemos un ejemplo a mano: las guarimbas. Son despóticas, violentas, criminales, aviesas, alevosas, engañosas y desprecian a todo el mundo porque son terroristas, empezando por su propia dirigencia, a la que no importa exponer su flanco más asqueroso. Siempre conviene evitar a quien no tiene amor propio.
No hace falta envilecerse para oponerse a un gobierno. Más bien hay ejemplos de dignidad: Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Antonio Pinto Salinas, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali… Hasta que Rómulo Betancourt se envileció con partido y todo.
No tengo una visión mística de la vida y no pretendo por tanto que todos seamos santos, pero es que hay demasiada gente degradándose de modos que no sé cómo nombrar. Gente que no era santa, pero que fue valiosa y decente. Entiendo y respeto a quien se opone a este y a cualquier gobierno, incluso a quien no le gusta el proyecto bolivariano; lo que no entiendo y menos respeto es a la gente que se degrada de ese modo que no sé mentar. La gente de izquierda que ha saltado la talanquera, por ejemplo. ¡Cómo sufre! Está casi todo el tiempo justificándose porque lo único que hizo que valió la pena pasó cuando fue de izquierda. Porque confundieron conversión con envilecimiento.
Les vale lo que dijo Sartre del torturador: no se propone que su víctima confiese nada sino primordialmente que lo acompañe en su envilecimiento. Cabrujas me contó una vez que oyó a Pedro Estrada decir que era de izquierda. No me extrañaría que haya sido de izquierda alguna vez. No, no es obligatorio ser de izquierda para ser decente, pero creo que voy dejando clara la idea.
Una cantante entrañable hizo su fortuna cantando a Fidel y al Che, saltó la talanquera y ahora no es nada. Por ejemplo. El sociólogo del matero, hombre culto, inteligente, valioso, me consta, pero que fue lanzado al basurero hasta por el banco que lo compró. Se volvió nadie, se volvió nada, se secó. No dan ganas ni de brindarles un café. No los nombro porque los respeto más que ellos a sí mismos. Me daría pena que me vieran con ellos. Sí, es triste.