En su obra «Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias», Zygmunt Bauman deja reflejada las vicisitudes, muchas veces angustiantes y llenas de incertidumbre que colman la realidad del mundo contemporáneo, con particular interés en lo que concierne a las necesidades y las preocupaciones económicas de la mayoría de las personas. Según sus observaciones, “las causas de la exclusión pueden ser distintas, pero, para quienes la padecen, los resultados vienen a ser los mismos. Enfrentados a la amedrentadora tarea de procurarse los medios de subsistencia biológica, al tiempo que despojados de la confianza en sí mismos y de la autoestima, necesarias para mantener su supervivencia social, no tienen motivo alguno para contemplar y saborear las sutiles distinciones entre sufrimiento intencionado y miseria por defecto. Bien cabe disculparlos por sentirse rechazados, por su cólera y su indignación, por respirar venganza y por su afán de revancha; aun habiendo aprendido la inutilidad de la resistencia y habiéndose rendido ante el veredicto de su propia inferioridad, apenas podrían hallar un modo de transmutar todos esos sentimientos en acción efectiva".
Muchos quizás secunden el pesimismo que se extraería de tal aseveración; sin embargo, hay que precisar (sobre todo, frente a algunos escépticos), que semejante realidad comienza a hacerse patética y habitual en una gran parte del planeta, con cierta unanimidad en la resistencia mostrada por los diversos pueblos que lo habitan ante lo que consideran, no sin razón, el despojo y la violación de sus derechos fundamentales -en su doble condición de seres humanos y ciudadanos- a manos de aquellos que controlan el engranaje capitalista global. En dirección contraria, casi todos los gobiernos se muestran dispuestos a promocionar e implementar toda ley e iniciativa que sea requerida para abrir las economías de sus naciones al capital transnacional, sin que existan regulaciones de por medio, a fin de atraer a inversionistas extranjeros y garantizarles que ninguna cosa amenazará sus aspiraciones de obtener grandes ganancias.
En el caso concreto de Venezuela, enfrentando semejante eventualidad, cada revolucionario y chavista debiera interrogarse a sí mismo respecto a cuál es su papel y en qué medida está contribuyendo efectivamente con hacer realidad el Proyecto de la Revolución Bolivariana; no únicamente en el aspecto político sino también en lo que se relaciona a lo cultural, lo social y lo económico. Entre otras, preguntarse: ¿Por qué asciende o es promovido a cargos de dirección o de confianza? ¿Porque posee una mayor capacidad, un mayor compromiso o una mayor formación que otros con iguales oportunidades? Si la respuesta es positiva, entonces ¿por qué sus acciones no reflejan algo de esto, es decir, por qué éstas no trascienden lo habitualmente hecho y aceptado, convirtiéndose cada una en una cotidianidad revolucionaria permanente? A todo ello hay que agregarle la ética como ingrediente básico ineludible, entendiendo que ella marcará y evidenciará una diferencia abismal en relación con el comportamiento observado entre aquellos que gobiernan y dirigen a los sectores populares, apegados como están a la usanza tradicional y jerárquica, sin atreverse a modificar de raíz las relaciones de poder que caracterizan desde hace siglos al sistema burgués representativo.
El momento histórico actual exige que se abandonen los esquemas políticos representativos del puntofijismo y, en su lugar, propiciar y acompañar las diversas iniciativas autogestionarias que pueda adelantar el poder popular, ejerciendo su autonomía en un ciento por ciento.-