Se produjo, ya está consumado, lo que al país tuvo en ascuas durante casi tres meses. No solo por el evento en sí, la elección Constituyente, sino por todo aquello que sectores de la oposición ejecutaron para que eso no fuese exitoso. Ya eso, como se dice coloquialmente, es "clavo pasao". La oposición dijo lo que tenía que decir, salvo que los números del CNE hubiesen sido diferentes. Hasta el obispo, una "como" sorpresa para nosotros, Mario Moronta, sentenció sobre lo que dijo el ente electoral y lo dijo por cierto haciendo uso una expresión más que peyorativa, muy coloquial, "ni ellos mismos creen en esas cifras". No sé en qué se fundamenta, porque ya dijimos una vez refiriéndonos al Cardenal Urosa Sabino, no creemos tenga aquel "tercer Ojo" que Lampson Rampa atribuyó a los Lama tibetanos. Por lo demás, revela que el alto prelado católico, como ciudadano, pero más como lo primero, ha hecho una muy mala lectura del actual coyuntura venezolana.
Lo recomendable a todos, de un bando u otro, es leer con pertinencia lo acontecido. Pues los triunfos y las derrotas dejan lecturas, mensajes que si no leemos o lo hacemos inadecuadamente, hasta con arrogancia y atribuyéndoles rasgos que no tienen, se corre el riesgo de perderse y hacer lo que no se debe.
La derrota, por muy espantosa que sea, sirve para aprender de los errores cometidos y hasta de los aciertos del adversario. Nadie, por muy lerdo que sea, es propenso a meter los pies más de una vez en el mismo hueco, porque "guerra avisada no mata soldados".
Todo acontecimiento debe ser revisado, haya resultado exitoso o no. De las victorias, pero también de los fracasos, si se les pesa y evalúa adecuadamente, se sacan nuevas experiencias e invalorables conocimientos. Se puede llegar a la sabiduría, no por haber acertado siempre, sino pese haberse equivocado, descubrir más tarde, las razones de las derrotas. Se puede haber triunfado, pero por soberbia, el triunfador cree encontrar sólo en "la grandeza de sí mismo" el resultado de las cosas y no llega a la sabiduría y al comprender. Las grandes victorias de mañana pueden haberse tejido a partir de los errores de ayer.
Eso ha hecho, aprender de los errores, el sabio viejo que allí vez con paso inseguro y lento. Su bastón, tiene la rara virtud de detectar las irregularidades del camino, apoyarle y hasta indicarle la parte más segura y transitable. No para evadir los riesgos a toda costa, sino llegar cuando es apropiado y seguro sin padecer innecesarios sobresaltos. No se llega a tiempo, ni siquiera se llega, por poner empeño en hacerlo sin afrontar con pertinencia las dificultades, sinuosidades de la vía, el pedrero regado en el camino y hasta los asaltantes que acechan en cada rincón de éste.
Aureliano Buendía, estuvo en unas cuantas decenas de combates, casi todos perdidos pero, alcanzó una rica experiencia y la seguridad que, valorando su origen e intereses, siempre luchó del lado equivocado.
Sería maravilloso y digno que muchos tuviesen el valor de escribir sus memorias, no sólo para resaltar aciertos y los detalles alrededor de estos, sino en lo que se equivocaron para que, si se es una referencia importante, evitar a quienes le siguen persistan en hacer lo mismo. Como los errores se suelen callar, por aquello de no dañar la imagen referente, muchos, más de los que uno cree, les toman como aciertos y pertinentes para, si no hacer traslados, "útiles" para orientar sus acciones.
Lo de ocultar los errores en la historia no sólo es una práctica habitual de quienes les cometen, cuando se ha tratado de personajes importantes – en caso contrario, los errores cometidos ni siquiera se registran en sentido alguno – sino que alguno de sus seguidores, suelen cometer los mismos hasta de manera consciente para probar fidelidad, que la mayoría de las veces nadie les impone y ni siquiera pide, como demostración que son más papistas que el Papa. También porque empeñados están que aquello no fue error; era la salida pertinente, la tomada por los compañeros venerados; decir lo contrario es debilitar sus figuras, darle la razón al enemigo y estar a punto de saltar la talanquera.
Si la cosa no funciona, entonces optamos por creer que la realidad que hemos abordado con ese criterio es deforme, porque no reacciona como habíamos esperado. ¡Abajo entonces la realidad! ¡Viva el modelo, con todos sus defectos, que ensayaron aquellos compañeros aunque no hayan tenido éxito! ¡Inmolémonos atacando a la realidad como no se debe y si se "opone lucharemos contra ella"!
La cosa es peor si detectamos que aquellos compañeros se equivocaron. Está bien que usemos experiencias pasadas como aportes que sirvan para acercarnos a los problemas y orientaciones para resolverlos. Pero ellas deben incluir aciertos y errores.
Entonces se dice, en el año tal, en circunstancias parecidas a estas, que casi nunca, por no decir nunca, lo son por razones elementales, aquellos compañeros hicieron esto. Hasta acuden ante determinados personajes, hasta fuera del país, para que nos proporcionen la interpretación adecuada de lo que frente a nosotros acontece, dándole aquellos casi el rango de hadas madrinas. Como se tiene una visión global de aquel proceso tomado de referente, se ignoran los detalles y que aún en aquel momento, lo hecho fue un error, se le valoriza de manera contraria y como ejemplo para nuestro proceder.
Si quienes se equivocan, al mismo tiempo que resaltan sus aciertos, hiciesen honor a la condición propia de los combatientes perspicaces, se autocriticasen en ambas direcciones, denunciando también sus equivocaciones y mostrasen su expreso interés en enmendarlas, muchas discusiones y separaciones nos ahorraríamos.
Lo que ahora acontece tiene mucho que ver con los errores del pasado. El discurso de ahora no elide el pasado y por supuesto experiencias de las luchas anteriores. Cada combatiente tiene una experiencia, ha escuchado a otros contar las suyas en privado, son muchas historias, dignas de ser contadas y que uno quisiera oír, pero es importante que las procesemos como debe ser e incorporemos al arsenal para los nuevos combates. Ojalá todos pudiésemos tener acceso a la información que cada quien tiene para convencernos que, hacer de la sociedad el espacio que anhelamos generosamente, no es como preparar un plato, ni simple cosa de soplar y hacer botellas. Y que no hay botellas con genios adentro que esperan por darnos los consabidos "tres deseos".
Hay muchos personajes que tendrían que escribir acerca de lo que no deberíamos hacer. Eso sería de inmensa utilidad. Sería una manera de socializar el conocimiento y hasta empoderar al pueblo. Aminoraríamos la molestosa cosecha de monaguillos, caletreros, dogmáticos, que tapizan el piso e inducen a muchos resbalones.