El inminente proceso electoral del próximo 15 de octubre de 2017 deja sentir aires de fracaso, tanto para el chavismo como para la oposición. Ambos bandos se auto atribuyen la victoria masiva, totalitaria y redonda de más de veinte gobernaciones; y hasta estiran la cuerda y argumentan que serán 23 ó 24. Eso lo pongo en duda. Lo de caída y mesa limpia, como se dice en el argot del jugador, no es posible en nuestro escenario político nacional.
Si el chavismo está herido por sus defectos y errores, la oposición sangra por la herida dada su torpeza, su fascismo, su criminalidad y su violencia anti nacionalista. Los bárbaros no tienen la garantía absoluta de una victoria completa después de quemar seres vivos, venezolanos humildes y dolidos, dolientes y nuestros, sólo porque se maquillen de demócratas ante lo que ellos etiquetan de "régimen".
Pero los chavistas no las tienen todas a favor, porque el pillaje que han creado en las distintas dependencias y centros de poder, les etiqueta de ineficientes y mentirosos. Si bien el Estado venezolano ha llevado la ayuda social a niveles jamás alcanzados por los gobiernos de otrora, aquellos del puntofijismo, la gente suele agarrar y no agradecer, y peor aún, hacerse los indiferentes después de coger lo suyo. En mi caso personal, jamás pude obtener una aire acondicionado a través del llamado Cambiazo de Corpoelec y tengo más de tres años sudando la gota gorda en mi casa, noche y día, porque el gobierno revolucionario no me ha contado a mí para ningún beneficio de los ofertados durante estos 18 años (excepto el CLAP), pero estoy entre los camaradas del voto fiel, aunque de jure tenga que votar con la nariz tapada para no oler el popó del tarjetón electoral.
Hay algunos estados que suponen verdaderas tribunas para el fracaso chavista y para el fracaso opositor. No los voy a mencionar para no caer en provocaciones ni en conjeturas. Los tengo muy claros, en parte porque he viajado y pernoctado en esos estados, y conozco sus realidades inmediatas, he hablado con su gente sencilla sin ningún discurso político y he sentido sus verdades. Es decir, tengo una visión imparcial ante ese asunto. También porque los candidatos propuestos desde ambos bandos dan dolor de tripas. Para una muestra triste, el estado Anzoátegui.
Al fracaso opositor y al fracaso chavista en las gobernaciones sumaremos el fracaso nuestro, la impotencia y la resignación. Gobernadores que no serán la garantía del bien común, que no supondrán beneficios reales, por ejemplo, para la vialidad urbana y extraurbana, ni para la seguridad alimentaria, ni para la seguridad pública. Burócratas de pacotilla entrelazados a mafias de empresas, de importadores, de contratistas, de jerarcas corruptos para llenarse los bolsillos, sin importarles el estómago menguado de los más humildes.
Gobernadores sin ningún sentido del compromiso con el trabajador, con el emprendedor, con el joven y con la señora que vive el día a día de la tristeza y el hambre. Gobernadores miserables que apuntan sus flechas hacia el lucro y la comodidad, y no hacia donde sufre un niño, un hombre y una mujer dentro de un hogar sometido a la más dura de las necesidades materiales, por ejemplo, por la falta de medicinas, alimentos, gas y dinero para subsistir. Gobernadores ricos ante gente pobre. Esa es la realidad. Esa es la derrota nuestra. Al menos, esa será mía, esté donde esté. Como un venezolano más que admite con sinceridad su propio desamparo.
Ya veremos los resultados el 16 de octubre y sumaremos una página más a las tristezas y las derrotas. Sin dudas.
