El 4 de Diciembre de 2005, con las elecciones legislativas, se abrió en Venezuela una nueva forma de hacer política parlamentaria, llevando la Asamblea al pueblo, en lo que se ha llamado el parlamentarismo de calle, que no sólo forma parte del proceso revolucionario como factor de consulta, sino como elemento obligatorio en la toma de decisiones, baluarte de la nueva democracia revolucionaria dentro de la máxima “todo el poder para el pueblo”.
Durante la cuarta República, con la llamada democracia representativa, el voto fue la única forma de participación que el pueblo tuvo para ejercer su derecho, sabemos y el pueblo lo ha comprendido, que el poder decisorio fue siempre de la oligarquía y de los demás factores de poder, que gobernaban para favorecer los intereses de una minoría en detrimento de la mayoría.
Llamada representativa, la democracia, haciendo honor a ese precepto, sólo permitía al pueblo elegir a sus gobernantes, pero no participaba en la toma de decisiones ni elegía a sus representantes en las comunidades, ni fungía como contralor del manejo de los dineros públicos, por lo cual su participación era simbólica. Esto ha cambiado y el pueblo en los consejos comunales, en las contralorías sociales, mesas de agua, etc., participa directamente en la planificación de su futuro y en el manejo idóneo de sus recursos, dando forma al poder popular.
Pero aún tropezamos con viejas prácticas enquistadas dentro del proceso, como la corrupción, el burocratismo y el clientelismo, este último la más firme expresión del puntofijismo y la democracia representativa, manipuladora a conveniencia de las decisiones del pueblo en las organizaciones populares que luchan por erigirse en los verdaderos protagonistas y conductores de la nueva República. Algunos revolucionarios se escudan en estas viejas prácticas, bien por comodidad, por intereses personales o bien por querer seguir ejerciendo de tutores del colectivo, pues no han entendido que la verticalidad del poder cambió y ahora se fundamenta desde las bases y ellos, los dirigentes, sólo están para vigilar que el proceso se cumpla y no para fijar directrices. Sea por un motivo u otro, deja bien claro que más que revolucionarios son reformistas, usurpadores de los destinos del pueblo, pero este, a medida que asume definitivamente su protagonismo, los irá dejando en el camino, apartándolos y colocándolos en su verdadero lugar, al otro lado de la barricada, en la contrarrevolución. La inercia del proceso los llevará irremediablemente a esa posición.
Ese contrarrevolucionario es peor que el que enfrenta al gobierno por simple oposición o ideología, este contrarrevolucionario se esconde detrás de su verborrea revolucionaria y con su oportunismo y conveniencia, sabotea todo lo conducente a capacitar al pueblo para que asuma y protagonice la gobernanza de la República, retrasando el proceso.
El avance ideológico, la misión conciencia, junto a la situación irreversible de una nueva sociedad dispuesta a luchar por su futuro y el de sus hijos, construyendo un mundo mejor para ellos, irá apartando a esa clase minoritaria que todavía vive al calor del parasitismo político.
Después del 3 de Diciembre, con la consolidación de la revolución, refrendada en las urnas, seguiremos profundizando y consolidando el poder popular, la democracia revolucionaria y la conciencia ideológica, cada uno desde su trinchera natural y su accionar participativo, limpiando lo que obstaculiza y tergiversa el proceso revolucionario, combatiendo el egoísmo, el individualismo y la corrupción y el burocratismo, vicios del capitalismo, heredados de la IV República. Siempre con mucho amor, sentimiento que nos motiva y alienta en esta batalla.