De una sociedad de idiotas a una sociedad de ciudadanos

Necesidad de la política

Los griegos denominaban idiotas a los habitantes de la ciudad que, dedicados a sus asuntos privados, no ejercían sus derechos políticos de participar y decidir sobre las cuestiones de la ciudad-Estado. De acuerdo a esta definición, en la sociedad de la democracia representativa, hay más idiotas que ciudadanos: Un pequeño grupo propone políticas, impulsa acciones específicas, promueven candidatos o ellos mismos son candidatos, y la gran mayoría de la población, a regañadientes, en el mejor de los casos, acude a votar los días de elecciones.
¿Por qué esto es así? Hay variedad de explicaciones: La minoría política, al venderse a sí misma como representación de la voluntad y la acción del pueblo, de manera activa mantiene alejada a la gente de los escenarios de toma de decisiones y de discusión política. No soportarían a un pueblo que además de elegirlos, discuta, cuestione y decida sobre asuntos relacionados con el poder que ellos entienden de su exclusiva competencia. Es el discurso que pide el voto para defender los derechos, alcanzar las reivindicaciones o, sencillamente, ejercer el gobierno a nombre del pueblo. Tal situación es además reforzada deliberadamente con una progresiva especialización de la actividad política.
La Revolución Bolivariana de Venezuela impulsa una nueva concepción concepción de la política y, consecuentemente, una nueva práctica política que hace de la participación el centro de gravedad de la vida ciudadana y da un sentido enriquecedor a la práctica política individual y colectiva.

Se trata de reivindicar la política no sobre la base de la prédica de sus virtudes sino a partir de una comprensión de las raíces de su desprestigio actual. Al deterioro evidente generado por la práctica corrupta de algunos políticos y su manifiesta incapacidad en cuestiones de Estado, hay que agregar la campaña deliberada y persistente de quienes están interesados en sembrar confusión para que la gente deje en sus manos el ejercicio real del poder.

¿Cúales son las razones por las que la política devino en actividad censurable? Un largo etcétera de desaciertos y desvíos: La conducta de los políticos en el poder; la ausencia de propuestas viables; la restricción de la práctica política a los políticos o a los politólogos; esto es, la política como profesión en detrimento de la política como voluntad y hacer colectivo.

Mención aparte merece el divorcio entre la política y la vida personal. Expresiones: "Si no trabajo, no como"; "La gente honesta no se dedica a la política"; "Los políticos no hacen nada. Sólo se dedican a hablar y hablar" ¿Pueden hacer otra cosa? ¿Su función de ganar voluntades para la transformación o el impulso de proyectos colectivos no descansan, al fin y al cabo, en la palabra?

A ojo de buen cubero, el primer obstáculo con que se consigue la reivindicación de la política es la gran masa de militantes del apoliticismo. En ella se distingue una parte que entiende que la política no tiene que ver con su vida y, la otra, aún admitiendo lo contrario, está persuadida de que no puede hacer nada para influir sobre ella.

¿Cómo darle concreción a una participación política que logre cambiar la situación de simples espectadores a la condición de sujetos que influyen, en alguna medida, en los acontecimientos y procesos que se están dando actualmente en el país? La salida a los problemas de nuestro país es básicamente de orden político y el interés es contribuir a la construcción de la mejor salida. Hay serios diagnósticos a los problemas básicos de educación, vivienda, salud, justicia, economía, etc., y proposiciones diseñadas para la solución de cada uno de esos problemas, por un lado; pero, ¿hay la voluntad y el interés de implementar las salidas propuestas? ¿Existe la organización política, más allá de la gestión de gobierno, capaz de impulsarlas y defenderlas? ¿Es factible el desarrollo de un programa político de cambio?

Inevitablemente revisamos las experiencias revolucionarias venezolanas anteriores al surgimiento de la Revolución Bolivariana, las circunstancias en que se dieron y el escasísimo efecto que tuvieron sobre la sociedad venezolana, no digamos ya en términos globales, sino incluso en los limitados espacios en que fueron impulsadas. Mucho más dramático resulta evaluar gran parte de la generación de dirigentes que actualmente están ubicados en puestos claves de la sociedad y del gobierno venezolano. Si el desarrollo de los procesos dependiera exclusivamente de su dirección, el panorama resultaría francamente desolador. Sobre todo al contrastar los grandes y gravísimos problemas del país con la capacidad real para resolverlos. Siente uno que hay una agudización de los problemas, por una parte, y confusión y escuálido desarrollo de las fuerzas transformadoras, por la otra. En estas últimas campea el fraccionamiento, el personalismo, la ausencia de programas y -en no poquísimos casos- la más rotunda ignorancia de los mecanismos básicos que impulsarían la realización de una política revolucionaria.

Afortunadamente se han puesto en marcha también procesos de democratización afianzados en la participación directa de la gente y hay una generalización de la práctica política que conduce a la aparición de un nuevo ciudadano más conciente y más dispuesto a ejercer directamente el poder. Más gente involucrada en los procesos de toma de decisión y en el control social de las ejecutorias, favorecen el surgimiento de instancias organizativas más complejas de la práctica política y, a su vez, más efectivas.

En ese sentido la proposición de Chávez del partido único de los revolucionarios es un buen comienzo porque parte del reconocimiento de hechos fundamentales que son un antídoto contra el sectarismo: No existe actualmente el partido de la revolución venezolana; los revolucionarios militan en los diferentes partidos del bloque del cambio y, una gran cantidad, hace su trabajo político fuera de esos partidos; la agrupación de los revolucionarios en una misma estructura organizativa pasa, no sólo por la voluntad de unidad, sino también por la delimitación y profundización de las coincidencias.

Todo este proceso está acicateado por la presencia de un enemigo que no da tregua y que recurre a todos sus aliados y a todos sus recursos para hostigar, bloquear y practicar todo tipo de sabotaje a la Revolución Bolivariana de Venezuela.

Es el tiempo de la política. El tiempo de la buena política: La política del pueblo, del ciudadano común convertido en sujeto de la Revolución.

rhbolivar@gmail.com


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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

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