Cómo se hace un rico

Libérame, querido lector, de fijar la cantidad de dinero o de riqueza que ha de tener alguien para ser calificado co­mo rico. Porque además de ser esto de esas cosas que, co­mo tan­tas otras, es relativo habida cuenta que una persona puede te­ner mucho y parecerle poco, y otra tener poco y pa­recerle mucho, no creo que haya reparo en llamar ri­queza a todo lo que, según la época, excede de lo indispen­sable y llamar in­dispensable a todo lo que aparte de ser necesario para subsis­tir tiene más o menos asegu­rado en su vida la inmensa mayoría de esa sociedad con­creta. En tiempos anteriores a la Revolución Industrial se consideraban ricos los dueños de grandes extensiones de tierra pro­ductivas. Luego, pa­saría a dominar la escena el dinero, aun­que, la posesión de tierras fértiles sigue siendo hoy día fuente de riquezas.

Por otra parte todo se complica si pensamos que ser rico, ser millonario, tener un millón de euros, es sinónimo de feli­cidad, cuando en la mayoría de los casos, desde un punto de vista psicológico, quien tiene mucho dinero suele vivir soli­viantado, necesitar permanentemente acre­centarlo, llamar pérdidas al tener menos beneficio, y hacer en todo momento patente su riqueza. Por el contrario, ser feliz y vivir despre­ocupado es mucho más sencillo para quien dispone de lo sufi­ciente. Como vivo yo, por ejem­plo...

Yo vivo en una casa barata comprada hace 30 años en un pueblo entonces inhóspito y lejos de Madrid, con 100 me­tros de tierra que convertí enseguida en huerto y jardín sin preten­siones. Política, social y antropológicamente yo no pido ni a la sociedad ni a los gobiernos para todo el mundo otra cosa que no sea la posibilidad de vivir al me­nos como vivo yo. Tengo 80 años y puedo certificar que no sólo no he deseado nunca la riqueza, es que la he evitado en cuantas oca­siones se me ha ofrecido la posibilidad de por lo menos tantearla... Sólo añadir a este respecto, que a las personas de mi edad nos suele ser indiferente que no sea compartida nuestra idea y nos resulta despreciable toda discrepancia, lo que pretenda enmendar la plana, co­rregirnos, perseguirnos o agredirnos siquiera sea moral­mente. Esta actitud es el prin­cipal privilegio del provecto y de la edad. Allá cada cual...

Esta introducción al meollo de lo escrito a continuación no tiene otro propósito que advertir a tantos ambiciosos en ex­ceso, que la ambición que consume a menudo sus vi­das suele ser también fuente de desgracia. Y que perse­guir la ri­queza es el menos apasionante de los modos de vi­vir. Los proverbios, refranes y sentencias acerca de la ri­queza y de los ricos, del lujo y del deseo que no sea razonable son tantos, que confío que al no en­umerarlos yo aquí, se moles­ten los curiosos en buscarlos hoy fácilmente en la Inter­net...

Sea como fuere y haciendo abstracción de todos estos deta­lles relativos al rico y la riqueza, podemos distinguir cuatro clases de ricos: los ricos por herencia, los ricos por suerte, los ricos por trabajo y los ricos por causas que nada tienen que ver ni con el derecho sucesorio, ni con la suerte ni con el es­fuerzo. De estas cuatro clases de ricos sólo hay una especial­mente respetable, la clase de los que se han en­riquecido poco a poco con los años por medio del aho­rro, la paciencia y las privaciones. Ricos, estos, por otra parte, que dejando a un lado su mérito nunca han llegado a ser demasiado ricos. Las otras tres clases son gradual­mente detestables. Los primeros son quienes labran su ri­queza en el abuso, en el expolio, en la trampa, en la estafa, en el robo o la rapiña y no pocas ve­ces en el crimen. Los se­gundos, quienes se enriquecen de la noche a la mañana especulando. La menos reprensible de las tres, siendo asi­mismo repulsiva, es la de los ricos herederos que no dan una utilidad social al dinero o la riqueza reci­bida. Porque entiendo que aunque la herencia es una institu­ción clave del mercantilismo de siempre, tampoco es mere­cida salvo en reducida proporción. La mayor parte del patri­monio debe pasar al estado y a la sociedad. La única riqueza que puede justificarse socialmente es la mencionada lograda por el esfuerzo personal y por el ahorro.

Pero aun hay otro factor que influye decisivamente en la con­formación del rico cuya ambición no frenan ni el legisla­dor ni sus leyes haciéndose con ello cómplices direc­tos del rico. Pues si la ley hereditaria fuese mucho más severa impo­sitivamente hablando con el causa­habiente, y si el rico por esa u otras vías cumpliese escru­pulosamente con la ley fiscal (o ésta se hiciese cumplir); ley ésta que se supone ideada para una mejor distribución de la riqueza, el enriqueci­miento desmesurado que empo­brece a la sociedad tampoco en este caso sería tan sencillo como ha sido y es. En cuanto a la otra manera de hacerse rico, la conseguida por la inge­niería financiera, por el re­curso de llevar el dinero a un pa­raíso fiscal o por la globali­zación del comercio indiscrimi­nado en unos casos pero controlado férreamente para el pro­vecho de unos cuantos en otros, han convertido al sistema ca­pitalista en un mecanismo minador de las conquistas socia­les alcanza­das con sangre y fuego a lo largo de la histo­ria humana, y en un aparato triturador de los recursos de la naturaleza y por consiguiente destructivo del planeta.

En todas partes el fenómeno es el mismo, pero en unas so­ciedades más que en otras. Lo que sí es común es la des­apa­ri­ción virtual del rico por ahorro. Las ocasiones del enri­queci­miento fácil, por un lado, la impaciencia que es se­ñora de la psique de la sociedad, la inestabilidad del tra­bajo y lo in­cierto del dinero regular hacen imposible, muy difícil y casi patético el intento de hacerse rico por ahorro. En este tiempo sobrenadan el rico explotador y el rico espe­culador, ambos fabvorecidos por el fisco, por el fraude fiscal, por el amiguismo político o del otro y por las mil modalidades del engaño y de la estafa. La recalifica­ción del suelo en los países donde todavía queda suelo para construir y todas las argu­cias propias de la ingeniería financiera cierran el círculo de los abusos a escala planeta­ria que configuran el tipo detesta­ble del rico contemporá­neo...

No es de muy general conocimiento que no sólo la propie­dad privada de los bienes no estrictamente persona­les es re­chazada por Marx, Proudhon, Engels, Gramsci, Mao y tantos otros colectivistas o no, socialistas o no, y que todo ellos la se­ñalan como origen y causa de los males de la so­ciedad, pues tanto el legislador como los jueces que mane­jan sus le­yes dan a la propiedad privada tanto o más valor que a la pro­pia vida humana. No sólo ellos la re­pudian. También los padres de la Iglesia califican lo "mío" y "tuyo" de palabras fu­nestas y la propiedad pri­vada de usurpación y robo; que han condenado la propie­dad por­que, según el derecho natu­ral y divino, la tierra es común a todos los hombres y, por con­siguiente, produce sus fru­tos para el uso general de to­dos; que han enseñado que sólo la codicia, fruto del pecado original, invoca los dere­chos de posesión y ha creado la pro­piedad privada; que han sido lo bastante humanos y enemi­gos del mercanti­lismo para considerar toda actividad econó­mica en gene­ral como un peligro para la salvación del alma, es decir, para la humanidad.

Pero tranquilicémonos. Os aseguro que el rico vive sin so­siego. Y el rico en exceso es un ser humano desgra­ciado que ignora el significado de este epigrama del poeta de la anti­gua Roma, Marco Valerio Marcial:

La buena vida es, para mí,

Dejar volar lo que se fue

Saber sembrar la mejor vid,

Dar amistad sin ofender,

Sin más gobierno que el del alma,

Con la mente limpia y siempre en calma,

Sabiduría y simplicidad,

Saber dormir sin ansiedad,

La mente en calma



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1357 veces.



Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

Visite el perfil de Jaime Richart para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Jaime Richart

Jaime Richart

Más artículos de este autor