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Salgo de madrugada junto con mi hijo Andrés a hacer la cola para llenar una bombona de gas. Tenemos que ir a ARSUGAS, un llenadero que queda a la salida de Mérida, a unos 15 kilómetros, vía a El Anís. A lo largo del trayecto vamos viendo, todavía en el alba, que ya hay centenares de carros en las distintas estaciones de servicio de gasolina (otro de los traumas de la guerra que nos hacen desde hace años).
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En el camino voy pensando que entre la intensificación de esta guerra económica volvemos al problema de la dificultad para encontrar efectivo. En muchos bancos no hay efectivo. Ayer fui al Banco de Venezuela, en el CC Milenio (Mérida), y la primera información que nos da el vigilante es que no ha llegado dinero y que es a riego de cada cual el que se ponga a hacer la cola, porque no se sabe si vendrán las fulanas remesas de cada día.
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Volviendo a lo del gas debo decir que estos llenaderos de gas (tomando en cuenta también en que se encuentra otro hacia la vía de La Azulita) sólo trabajan los días lunes miércoles y viernes. El que está en la vía hacia El Vigía, en una autopista donde los carros pasan a alta velocidad, la concentración de gente necesitada de gas es de unas cinco mil personas en estos días que se llenan bombonas. Se ven las largas filas de gente con sus bombonas pequeñas que dan vértigo, mujeres con sus niños en los brazos, a los ancianos y ancianas movilizando esas pesadas bombonas de la manera que pueden, muchas de ellas sin pedirle ayuda a nadie.
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Vi un caso asombroso de un señor de unos sesenta años al que le falta una pierna, que va poco a poco, colocando el muñón (aún vendado) sobre un huacal y él moviéndose con su bombona. Paso a paso mueve el huacal y paso a paso la bombona, y así se va desplazando sin pedir privilegios de ningún tipo por su condición especial. No solicita ayuda y nadie se atreve a ofrecérsela porque se ve que avanza callado, con dignidad y bastante seguridad en sí mismo. Me pregunto cómo podrá llegar a su casa una vez que le llenen esa bombona pequeña.
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El caso es que la gente como puede llega hasta estos llenaderos, pidiendo cola, en buseta, en moto, a pie, en bicicleta, en burro, con carruchas, recorriendo docenas de kilómetros, y luego una vez que sus bombonas son llenadas entonces emprenden el camino de regreso como puedan. Nadie llega a decir que esto es imposible y se queda en su casa esperando a que les resuelvan por vía de los milagros los problemas, porque realmente sabe que vivimos en una guerra.
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En este gran enjambre de gente movilizándose con todo tipo de bombonas, pequeñas, medianas y grandes, cada cual lleva sus avíos, y algunos están en estos llenaderos desde el día anterior. Y entonces ya, a las 9 de la mañana, comienzan a destapar sus viandas en las que llevan topochos, plátanos o cambures, arepas, arroz, caraotas, un pedazo de queso, alguna empanada,… otros el cafecito o un jugo. En todos los rostros uno puede ver que cada cual dice: "AQUÍ NADIE SE RINDE".
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Porque además, nadie se anda quejando, nadie maldice por lo que le está tocando pasar. Hay risas, jolgorios, chistes y bromas. Alguien toca un cuatro, otro vocea un verso, alguien forma un corro y echa cuentos. Vuelvo a recordar la época cuando en el 2002 la CTV, la Iglesia y Fedecámaras nos quitó las navidades de aquel diciembre, y cuántas gente vi jugando dominó mientras la cola avanzaba si es que llegaba a avanzar. Fue aquella primera batalla cuando desaparecieron los alimentos, el gas y la gasolina y fue la primera gran prueba de lucha y resistencia, que la gente pasaba varios días en las estaciones de servicio tratando de echarle gasolina a sus carros. Y no hubo hallacas ni pan de jamón, ni aquellas tortas llamadas selva negra, ni el dulce de lechosa. Nos quitaron las misas de aguinaldos, no se conseguían refrescos ni cervezas, y los que pudieron cocinar algo lo tuvieron que hacer con leña. Qué días, carajo, yo pasé el 24 de diciembre en la plaza Bolívar y recuerdo que allí hicimos un sancocho que a las doce de la noche nos supo a gloria.
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Y en estos llenaderos, se ven todas las clases sociales, porque por ahí andan también muchos escuálidos que no se dieron cuenta que fueron víctimas de lo que se llama el Síndrome Sansón: ellos que le causaron un daño espantoso a la economía nacional con las guarimbas y sabotajes en su monstruoso y criminal empeño por derrocar el gobierno del Presidente Maduro. Y ahí están algunos de ellos, madrugando y sufriendo las consecuencias de sus propias estupideces y maldades. Porque los chavistas ya están duchos en estos quehaceres de resistencia y de lucha y de victoria. Pero ellos, bien hecho, cargan con su terrible karma de culpa y de condenación, llevando el mismo palo por el que está pasando el pueblo. (Pero como dice el gran Mark Twian: es más fácil engañar a la gente que hacerle comprender que han sido engañadas… ).
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Después de dos horas de cola, llamaron a mi hijo, para que recogiera su bombona que ya había sido llenada. Es del tipo de las bombonas grandes que pesan más que un muerto. Y entre los dos, pujando más que un quebrado la llevamos hasta el carro. Y en la tolva se fue mi hijo sosteniéndola, y cuando llegamos a casa, fue como si hubiésemos ganado una gran batalla. La gente nos abrazaba feliz. Lo pudimos, lo pudimos, carajo, PERO NO PASARÁN LOS MALDITOS GRINGOS CON SUS SANCIONES Y AMENAZAS.
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De modo pues, que ya estamos curtidos en estos menesteres. No sabemos cuántas otras adversidades nos va a poner el imperio en el camino, que hemos vivido y estamos vivido toda clase de grandes dolores y conmociones, con canallas apostados en cada punto vital de la patria como caimán en boca de caño: destruyendo los hospitales, quitándonos la electricidad y el internet, secuestrándonos las medicinas y la comida. ¡PERO NO PODRÁN! FUIMOS INVENCIBLES CON BOLÍVAR Y CHÁVEZ Y LO SEREMOS TAMBIÉN CON EL PRESIDENTE MADURO, CARAJO!