La prueba de que el filósofo Epicuro tenía toda la razón que jamás ha perdido al desaconsejar a sus discípulos de la Academía la política -¡lejos de la política!, les decía- son muchas situaciones que vive, unas veces, y presencia otras el ciudadano común casi a diario. Pues si pudiera ser cierto que la política es el único modo de evitar la guerra, la forma de entenderla con su intransigencia y sus prejuicios y luego practicarla muchos políticos, es justo la causa de la guerra en ocasiones.
En la política doméstica se multiplican los ejemplos, aunque en parte es cierto que la tensión que generan con sus soflamas los políticos que se creen en posesión exclusiva de la verdad -como los dogmáticos en materia de moral y de trascendencia-, si no llegan a encender a militares extremistas, puede tener el efecto contrario y amortiguar la tensión en los cuarteles. Pues al fin y al cabo las claves de las guerras en todas las naciones las tienen quienes manejan las armas para mantener el orden pública y la defensa nacional. En teoría la defensa nacional, pues no pocas veces esas mismas armas se vuelven contra los propios compatriotas en guerra civil...
En la política doméstica, decía, los ejemplos no ya de comportamientos indeseables sino también los de cerrazón u obstinación de políticos que hacen pensar al adversario que su intención incluye la amenaza, esto es, llevar las discrepancias tan lejos que las hostilidades verbales se conviertan en guerra, son ya en España habituales, y desde hace al menos veinte años también en Venezuela. Pero es que en la crisis de Venezuela, generada por los disconformes con el resultado de las elecciones de mayo de 2018 celebradas con la asistencia de cuantos observadores internacionales lo desearon, pero también crisis inducida por el país imperial que a su vez arrastra a gran parte de los europeos de occidente, obedece a un solo motivo: apropiarse a cualquier precio de las reservas de petróleo y demás riquezas del país: la cantinela de infinidad de guerras y de los pretextos que preceden a la causa de fondo en casi todas las invasiones de un país por otro. Y ese motivo, en tiempos tan lúcidos y trasparentes informativamente hablando como los que vivimos, de acuerdo a la lógica más elemental, debieraneutralizar, anular, todos los demás -que las elecciones estuvieran manipuladas, que el presidente de Venezuela es un dictador, que el país ha empobrecido...-, que responden exclusivamente a la idea de servir de escusa o de tapadera del motivo principal. Por eso Epicuro detestaba la política. Por eso la detesto yo. Porque no sólo la política es un vivero de contradicciones, de falsías y de maquinaciones entre quienes la ejercen, es que contamina el razonar del ciudadano que acaba no viendo lo obvio y perdiendo el natural sentido de las cosas, el manejo ordinario del lenguaje y la construcción de la lógica formal.
Van a por el petróleo, y quienes controlan alimentos, medicamentos y recursos para las necesidades básicas, desde hace al menos veinte años vienen minando el sustrato social para que fracase la política socializante. Y la mejor manera de lograrlo es desestabilizar a fondo la vida de un país que, por culpa de artificios ajenos a esa otra politica que trata de zafarse de la neoliberal, nunca acaba de vivir en paz.
En los países con solera democrática suficiente, principalmente europeos, todo esto que acabo de decir sobre la politica y la lógica tiene también aplicación. Pero ninguno de ellos ha tenido como contraste una guerra civil, un dictador durante cuatro décadas y un poder religioso de la influencia que sigue teniendo en España. Y eso marca unas descomunales diferencias. Por eso las élites económicas y sociales, también las élites políticas de una izquierda cada día más nominal, se aferran a un concepto de España dictatorial o antediluviano, sin salirse ni una micra del carril...