La preocupación por el país no es privilegio de los burócratas, ex burócratas, empresarios y diputados de la derecha; es libre y democrática por méritos propios, por eso les voy a echar un cuento sin moraleja sobre el fin de esta revolución.
Vamos a suponer que estamos todavía en tiempos de Chávez, el comandante postrado, enfermo de muerte. "Una vez quiso Chávez hacer una revolución socialista, pacífica, retando a la empresa privada a moderarse y cambiar sus motivaciones materiales por otras más espirituales y sociales. Entonces, el capitalismo estaba instalado en las almas de todos los venezolanos. Ya, cercana la muerte, el presidente elaboró un plan político muy exhaustivo para tomar el camino definitivo hacia el cambio de la sociedad. Pero después de su muerte solo unos pocos quisieron hacer las cosas según su mandato, motivados por un sentimiento novedoso y liberador, de ponerse a trabajar al servicio de los más necesitados y de toda la sociedad; nada común entre los venezolanos.
Sin embargo, esta gente entusiasmada nunca imaginó que en el gobierno había un obrero que saboteaba una válvula de una refinería y cobra en dólares… un médico del ministerio porque vendía medicinas extraídas de las farmacias populares… un mecánico del metro birlaba repuestos de escaleras eléctricas… una secretaria ofrecía información de su jefa al enemigo… un contador maquillaba cifras por unos dólares… un administrador despojaba las utilidades de sus obreros… un bedel substraía el jabón el desinfectante y el papel tualé… un director desviaba las partidas para ayudas sociales a su cuenta personal… otro director se asignaba viáticos superiores a su sueldo en dólares y falsificaba los soportes junto a su novia que era su secretaria… un tesorero cobraba un porcentaje por aprobar presupuestos inflados… que un contralor había hecho una fortuna por "hacerse el loco"… un gobernador transaba en dólares la asignación directa de una compra millonaria de autobuses… que un ministro cobraba por la asignación de dólares preferenciales a empresas de maletín… otro ministro publicaba en la editorial de su despacho los garabatos que hacía en su agenda disimulando en los consejos de ministros… un diputado pasaba raqueta por no investigar casos de delitos contra la cosa pública… otro por no denunciar los que ya estaban investigados… un vice ministro cobraba por certificar yacimientos de diamantes… otro por asignarlos directamente… un asesor cobraba por maquillar "de revolución" un gobierno capitalista y decadente… un magistrado se llenaba de dólares por encarar una conspiración política… muchos diputados cobraban sin trabajar, igual lo hacían muchas secretarias, muchos obreros, muchos choferes, guardaespaldas, asistentes, directores, jefes de departamentos, vicepresidentes… Se descubrió de repente que a lo interno del gobierno se practicaba con estricto rigor un perfecto liberalismo económico, pero de forma subterránea… …innegable óbice a la revolución socialista"…
Hay algo muy serio en todo esto, y es que en medio de este "desnalgue" administrativo que detallamos, de este anti gobierno que significa poder hacer todo lo que te permita la audacia y la inmoralidad, de actuar con desenfreno y sin control, sin guía política, sin saber cuál es la razón de ser de tu trabajo…, se debía guardar la compostura: dentro del gobierno estás obligado a usar el uniforme, si eres empleado usar traje y corbata, si eres secretaria vestir bien y decentemente, sacarse la gorra y dar los buenos días: es decir, mostrar "pública virtud"… Es este carácter, que algunos llaman –siendo injustos con la moral – como "doble moral", y que solo es "moralismo pequeñoburgués", está al fondo del problema de la revolución, del éxito o no de la revolución socialista, pregúntate tú ¿Con cuál clase social se puede identificar el empleado público?
Más tarde, cuando Chávez muere y el plan no funciona, o mejor dicho, desaparece. Otro jefe tomó su cargo y el nuevo ministro asesor lo convenció para que abandonara definitivamente el proyecto socialista y le susurró al oído –"Camarada, hay que ser prácticos, dejémosle esa vaina a los privados que saben hacer las cosas mejor que nosotros"… y fin.
Se trata de una historia, si no real, verdadera. Es un estado de cosas al cual nos hemos acostumbrados y del cual nadie saca conclusiones más allá del chisme de la ineficiencia, de la incapacidad, o del burócrata inútil, pícaro y ladrón, la corrupción, la traición y bla, y bla, y bla... sin embargo es un cuento que nos pertenece, solo que le falta los polos motivacionales que le dan sentido político, el qué motiva al individuo y qué motiva a la revolución social y socialista. Le falta describir la lucha disimulada que protagonizan dentro y fuera de nosotros, el cambio frente a la conservación del sistema (de nuestro sistema moral y del ambiente que lo sostiene); de estas contradicciones nunca se habla, es mejor negarlas y negárselas.
El primero es el de los individuos: ¿Por qué trabajan los obreros y empleados del Estado, los profesionales y demás burócratas y líderes? Ya sabemos que trabajan para el Estado y la mayoría, de forma consciente, solo para el gobierno, pero no sabemos qué los estimuló al trabajo, a ese trabajo, desde el punto de vista existencial, personal. Habría que saber si fueron cautivados por un líder, si quisieron cambiar el mundo, si fueron recomendados por su partido, para realizar en proyecto mucho más amplio y bello que el de sus propias vidas, las ganas de participar de algo o en algo más importante que lo personal (generalmente eso no se pregunta al emplear a los funcionarios menores, o simplemente es una formalidad en la cual nunca se les da créditos a las respuestas). O si desde un comienzo los estimuló el sueldo, los beneficios contractuales, ganarse un sueldo seguro y la oportunidad de hacer trampas con lo público y ascender socialmente sin correr muchos riesgos, "mirar hacia lo alto", "progresar en la vida" etc. (esto es más creíble) Normalmente en la administración pública nadie piensa en esto, se da por entendido que a todos nos motiva lo mismo a la hora de trabajar para el Estado; casi nadie habla de esa "motivación", solo sabe que debe ser la misma que la del compañero, para no entrar en detalles o conflictos políticos o morales, que de seguro los habría en abundancia.
Y al otro extremo está el plan, el del líder y la idea de la revolución socialista. Había una vez un plan político del gobierno (No de Estado, porque hablamos de una revolución) elaborado por Chávez, el cual consistía en cambiar la sociedad, por ejemplo, para desarrollar una producción agrícola administrada por el Estado, con tierras del Estado y trabajadores del Estado, al servicio de la sociedad, para garantizar la seguridad alimentaria de toda la sociedad, sin depender de los privados, etc., etc. (¿o sería de los "privadores"?)…
Pero el plan, o sea Chávez, pareciera que no calculó ni pensó en serio en los ejecutores, en los actores, en la calidad espiritual y moral de los hombres signados a hacer el trabajo del socialismo, llamados a poner en práctica el plan. Pues, sería por ese detalle que fracasaría el plan antes de que pudiera ser falsificado por el cinismo de algunos de inicuos colaboradores. Pareciera como si nadie les hubiera dicho nunca a esos actores que el verdadero terreno de lucha estaba en su propia vida, en su consciencia, que la verdadera guerra contra los terratenientes y el capitalismo se daba en el espíritu… O sea, que Chávez había arado en el mar como Bolívar (Y es que muy pocos recuerdan de cuando Chávez decía, como un viejo chocho, "¿Elías, y dónde está el socialismo en eso…?", que así interrogaba el comandante al ministro Jaua en público, solo para recordarle a todos cuál era el verdadero trabajo… Y sin embargo Chávez nunca imaginaría el tamaño del nido de los alacranes).
En una dirección va el estímulo existencial de estos trabajadores públicos, personalista y egoísta y marcadamente contradictorio, o sea, verdaderos pobres enfrentados a los otros pobres; y por el otro extremo anda el plan político del gobierno (que fue el plan y el sueño de Chávez) sin poder estimular nada y a nadie: el socialismo; "socializar las tierras y ponerlas a producir para satisfacer a la sociedad, a la parte más necesitada de ella, y etcétera": que a casi nadie, dentro del gobierno, le interesaba realmente. Y frente a los dos extremos –a estos dos universos inconexos, desvinculados o desconectados –, o más bien en todas parte, descansaba y sigue estando allí prevenida, la sociedad capitalista impoluta, vivita y coleando, fraccionada y fraccionadora, complacida, injusta, mercantilista, estimulando como un daimon el egoísmo a ultranza, las soluciones individuales, ¡invirtiendo en eso!, atizando una guerra encarnizada de "todos contra todos" para tratar de alcanzar un espejismo.
La pregunta que uno se debe hacer es esta ¿Por qué un plan político tan bien intencionado, junto a sus autores y ejecutores, resulta tan frágil y fracasa tan fácilmente frente al capitalismo, aun teniéndose el control del gobierno? No se trata de que Chávez no lo supiera y no se lo preguntara –de hecho en su plan llamó a todos a ir en contra de la lógica del capital, vencer su espiritualidad, es decir, acabar con su "deus machina", su razón de ser–. El problema es que Chávez nunca se imaginó hasta dónde podía llegar la lógica del capital en el espíritu de sus colaboradores; nunca hubiera calculado lo rápido que sería ese fracaso con Maduro, Jaua, Aristóbulo, Jorge Rodríguez, Diosdado, etc. al lado, y después Maduro al mando del gobierno; un gobierno de obreros, empleados, burócratas de todos los niveles, infectados con mentalidad pequeñoburguesa (mientras el resto del pueblo trabajador y el pueblo desvalido quedaba expuesto a la peste, desamparado del líder, del estímulo y el ejemplo moral).
Las motivaciones personales y existenciales de los trabajadores no coincidieron con las motivaciones políticas del plan socialista del gobierno (o de Chávez), mínimo iban en direcciones opuestas. Los trabajadores no terminaron de comprender que su salvación, desde el punto de vista personal, dentro de una sociedad tan injusta y competitiva, solo era posible si se sanaba la sociedad, si se la curaba del egoísmo y los privilegios, de la disputa con el vecino por cosas materiales o fútiles, de las aspiraciones pequeñoburguesas (que no es cualquier cosa como veneno moral). Porque este empleado público no cuenta con una conciencia clara de pertenecer a una clase social –si es a la de los trabajadores manuales, intelectuales, pequeños propietarios o en vías de serlo – y como consecuencia de esta carencia, tampoco contaban con una conciencia revolucionaria del deber sociedad –lo que hubiese impedido que Maduro hiciera desastres en el gobierno, con las reservas, con las empresas socialistas, con el arco minero, con PDVSA, etc. etc. etc. – y no solo conciencia de deberse a uno mismo y a las ilusiones siempre vanas de ascender socialmente. Después de Chávez, el gobierno mostró no tener ni pizca de esa consciencia de nada, vive su capitalismo a gusto; ni siquiera está disociado, más bien se siente feliz por las conquistas a título personal.
Pareciera que solo Chávez, quien hizo y pensó el plan, sabía realmente lo que hacía y por qué lo hacía, pero murió y con él la conciencia del deber social del líder, modelo para los demás. Y, por supuesto, que nadie entendió o aprendió a vivir otra cosa distinta que aprovechase de la situación de manera individual mientras se podía. Nadie en el gobierno, o que estuvo en él, ni fuera del gobierno, pudo decir o explicar con claridad política porque fracasó el plan de Chávez, más allá de la pedantería y bolsería de los economista culpando al socialismo, o al burocratismo o a la corrupción, nadie ha podido explicar por qué ahora fracasa la revolución, y no lo hacen porque la mayoría de los llamados líderes protagonistas estuvieron motivados desde el principio por la revolución socialista, como sí por el poder. En su mayoría solo los alentó su ambición, egoísmo, personalismo, vanidad, mezquindades enanas, ascender socialmente como buenos pequeñoburgueses. ¡El capitalismo les ganó la batalla y la guerra!
Es la historia cotidiana de las fuerzas sociales encontradas, de la lucha de clases. Esta lucha no es abstracta, es muy concreta, y como revolucionarios que queremos ser, debemos saber que la llevamos dentro, está tanto dentro como fuera de nosotros. Tampoco se trata de una lucha contra fulano o zutano, no es en contra de Maduro y los otros representantes ocasionales del capitalismo; los factores ideológicos que nos gobiernan van más allá de un simple individuo y sus mañas, si no es Maduro el que afloja y pifia es otro; se trata del capitalismo, su lógica, su espíritu; son modos y maneras de ser y pensar encarnados literalmente en nuestros cuerpos, una peste que forma parte de la psicología de masas, está en nosotros y en toda la sociedad; es la ganancia como valor, es la voluntad de ignorancia, la voluntad de mediocridad, es un cansancio del alma que solo el ejercicio diario, el trabajo diario, el estudio y la conciencia clara de lo que se es y se está haciendo pueden vencer…, vencer al hábito de ir con la corriente, como zombis, al miedo al cambio; controlar los vicios, superar la flojera espiritual del pequeñoburgués que llevamos dentro.
Marcos Luna 19/05/2019