El triunfo del mal sobre el bien

La historia es inexorable, pero no la escrita en los libros, ni la filmada en las cintas de Hollywood, ni tampoco la narrada por la tv, esta, en su mayoría, es algo ficticio, producto de la imaginación de algunos que intentaron e intentan mostrar un mundo inexistente, un mundo inventado a conveniencia de unos pocos. La vida de los seres humanos, a través de todas las épocas y en toda la geografía es el enfrentamiento de los contrarios: del todo y la nada, de la luz y la oscuridad, de la verdad y la mentira, de la hipocresía y la sinceridad, de la paz y la guerra, de la riqueza y la pobreza…del bien y el mal. Me voy a detener en estos últimos: el bien y el mal.

No me cabe duda, tal como lo he afirmado en artículos anteriores, el mundo lo diseñaron lo malos y por eso, desde que apareció el llamado ser racional, el mal ha dominado sobre la Tierra. Pero el mal no es una abstracción, el mal está representado en la Tierra por algo o por alguien. En un principio, debo afirmar, aunque pareciera una blasfemia, el mejor representante del mal es dios, ese dios creado por los poderosos para subyugar y castigar a miles de millones se seres humanos.

El dios inventado por los acaudalados, supuestamente es omnipotente, es decir es un ser que ejerce un poder con supremacía absoluta. Lamentablemente existe un vacío de poder, dado que aquella deidad permite que la barbarie haya reinado, en la mayor parte del planeta, por una eternidad y su jurisdicción nunca se manifiesta. Ese dios, aparentemente omnisciente que todo lo sabe y todo lo ve, parece ignorar todo lo que está ocurriendo debajo de su reino. Además, se hace el loco y permite las injusticias e inmensas desigualdades entre los seres humanos. Y en lo relativo a su omnipresencia, pareciera que envió un suplente hacia todos los rincones del planeta y estos no le informan de lo ocurrido debajo del manto celestial. Juzgo que los atributos de dios fue un invento de sus creadores para mantener asustados a sus acólitos, quienes desconocen la efectividad del "gran poder de dios".

Ese dios, a través de los voceros de las diferentes religiones, profetas y sacerdotes, inventó lo del "reino de Dios", es decir estableció en el cielo un modelo de gobierno y lo trasladó a la Tierra, es decir, el gobierno monárquico que por miles de años sojuzgó a millones de seres humanos. Ese dios amparó a una serie de hidalgos sinvergüenzas quienes crearon un sinnúmero de religiones, con algo en común: utilizaron a los pobres para sacarle la limosna para que los sacerdotes y pastores pudieran vivir sin trabajar. Logrando así unificar un sector de los terrícolas alrededor de la pobreza: los pobres católicos, judíos, musulmanes, budistas, evangélicos, taoístas, hinduistas, entre tantas masas de pobres practicantes de los diversos cultos, así mismo, los amenaza con una vida eterna, con el alma atormentada por los ardores del infierno.

Pero el mal no solo lo representa únicamente dios, el mal también lo subroga los gobiernos que avasallan, que mantienen a un sector de los seres humanos en una eterna desesperación: sin agua potable, trabajo, educción, salud y sin una vivienda que los acobije, mucho menos con posibilidades de recreación. En este caso, la prensa comprometida, las corporaciones televisivas y cinematográficas, la maas media, las firmas tecnológicas de la comunicación son los agentes del mal. Son los encargados de difundir la imagen de un mundo que pertenece solamente al sector más favorecido de la sociedad, quienes gozan de los privilegios otorgados por el dinero. Es decir el usufructo proveniente del trabajo de los mineros quienes dejan parte de su vida en las vetas situadas en las profundidades de las entrañas de la tierra; los trabajadores de las industrias con salarios de hambre que no les alcanza para cubrir las necesidades básicas, ni la de él y ni la de su familia; del campesino obligado a arduas faenas en enormes extensiones agrícolas infectadas con pesticidas que atentan contra su salud; buhoneros que vagan por las calles de diferentes ciudades vendiendo algún producto para poder subsistir; entre tantas de las iniquidades frecuentes en cualquier lugar del planeta.

El mal está representado por gobernantes imperiales, en principio, de Europa como España, Reino Unido, Portugal, Holanda, Bélgica, Francia, Rusia, Austria, Italia, entre otros, quienes fueron responsables de la conquistas y colonización de América, África, Asia y Australia trayendo como consecuencia la esclavitud; la rapacería de la materia prima de aquellos continentes; el racismo; la propagación de epidemias; la imposición, en los antiguos protectorados, de formas de gobiernos contrarios a la naturaleza; la aniquilación de culturas completas y lo peor, en la actualidad, la presencia de otros males: guerras civiles y el terrorismo en los vetustas colonias. Al grupo anterior hay que incorporar a los gobiernos de EEUU que por más de un siglo perpetuó y perpetúa los mismos siniestros procedimientos de las viejas monarquías imperiales.

Aún, en el siglo en cierne, el mal continua triunfante y hace gala de su malignidad. El mal está representado por las grandes corporaciones transnacionales presentes en todas partes del planeta, por eso de la globalización. Los socios y los ejecutivos de estas empresas han consentido la convivencia de dos modelos, el capitalismo y el socialismo. Con la salvedad de que las ganancias va a parar manos de los poderosos y la pobreza socializada, a manos de los excluidos. El triunfo del mal se nota en todas los sectores del globo, en las empresas con presencia en diversas regiones en las llamada maquilas, donde los obreros y obreras ganas sueldo de miseria que no les alcanza ni para comer.

El mal sigue campante y se nota en las continuas guerras imparables y bloqueos económicos que se suceden en diversos sectores del orbe. Como siempre, esta maldad está personificada por los gobernantes de EEUU y sus países aleados de la UE que han hecho de la guerra una forma de enriquecerse. Indudablemente, quien fabrica armas necesitan guerras para vender sus artilugios mortales y de seguro, siempre habrá una justificación. Bien sea en nombre de la democracia, de la libertad, por la supuesta la violación de los derechos humanos, la mentira por el uso de armas de destrucción masiva o químicas por culpa de un estado insumiso, por suponer un país como un peligro para las democracias occidentales, etc.

El mal está presente en el planeta, hace vida en diversas naciones de nuestra geografía. Es tal la representación de la maldad que ya los terrícolas no saben diferenciar entre el bien y el mal. Creen que el bien es el simbolizado en las películas, en los canales de la televisión, en las noticias trasmitidas por la tv y la radio, en los sermones arengados en los púlpitos de las iglesias, en las informaciones de las redes sociales, entre otros. No advierten que tales no son más que empresas con grandes intereses económicos, seducidas por la ganancias y para esto es necesario mantener a los pueblos embrutecidos para poderlos esquilmar. Este mal logró entremezclar en un polvo inmundo frío, la ignominia con la gloria y las virtudes con los vicios.

Hoy Venezuela, tal como en el siglo XIX, el bien representado por Simón, el mal por Fernando VII y las monarquías europeas, mantiene una lucha contra el mal encarnado en este caso por las avaras corporaciones, por los gobiernos neoliberales de América, Europa y Australia. Todos estos personificados por seres repugnantes como Donald Trump, Luis Almagro, Michael Bachelet, Iván Duque, Lenin Moreno, Sebastián Piñera, Jair Bolsonaro, Emmanuel Macron, el mequetrefe Juan Gauidó, entre tantos bichos y bichas cuyo único interés es robarse las riquezas de nuestra patria. El mal esta coaligado para arremeter contra nuestra patria. El pueblo venezolano, personificación del bien, sin distinción de color, religión, militancia partidista, profesión u oficio, sexo, todos, absolutamente todos deben unirse para enfrentar el mal, la bestia nauseabunda que pretende engullirnos. Me permito copiar un verso del teatro "El príncipe de Viana" de la reconocida dramaturga cubana Gertrudis de Avellaneda (1814-1873): "Caigan en buen hora, señor, nuestras cabezas;/ ¡más no con ellas se hundirá la patria!/ Hoy la hollaréis en nuestro polvo frío/ y más tremenda se alzará mañana/ con el riego de sangre, vengadores/ brotando por doquier de sus entrañas". Lee que algo queda.

 

 

 



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Enoc Sánchez


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