El adulador de oficio y Mefistófeles

Frente a una autoridad uno queda inerme, suele suceder. Lo terrible es que a veces no sabemos exactamente cuándo nuestras atenciones y amabilidad hacia una "autoridad" no son rayanas en una lisonja exagerada. Hay en esto cierta perplejidad previa, la cual es superada al instante en que uno se convence que está frente a un auténtico jefe, ahí uno se calma, se está tranquilo. Pero comienza la angustia de no saber hasta dónde hemos llegado con nuestro respeto y obligaciones –"¿será que le ofrezco café?" "¿estará esperando a que le abra la puerta?", y entonces uno le abre la puerta y lo invita a tomarse un café. ¿En cuá caso uno es educado y dónde un arrastrado jalabolas? ¡Ese es nuestro dilema!

El sistema donde se mueve el adulador es fácil de elucidar desde fuera, desde arriba uno sabe que este señor David (por ponerle un nombre) es un lisonjero y un servil, pegado del jefe como una chinche, convencido de que es su asesor, secándole el sudor de la frente y arrimándole la silla. Sin embargo, cuando se nos acerca el jefe, ese mismo jefe, sin darnos cuenta comenzamos a ser nosotros mismos muy amables, y así, también sin darnos cuenta y sin una razón aparente, a hablar de los compañeros que llegaron tarde y los que se van temprano; de repente sentimos un llamado de conciencia y meditamos en lo que hacemos –"…pero es que la gente debe llegar temprano al trabajo ¿no es cierto?". Sin darnos cuenta comenzamos a relajarnos y dejamos que fluya también a nuestra aduladera servil, nos desgarramos el cuero por ser amables y hacer atenciones de más… ¡Coño, uno piensa, ¿Si tan solo hubiera un propósito superior en todo esto?! Porque un motivo debe haber, o siempre lo hay.

Pero, en términos generales, el motivo del adulador, como toda especie de bichos, es buscar reproducirse para conquistar espacios, como las chiripas. En general,… un adulador lo es de otro, y este de otro, y el otro del otro hasta llegar a Donald Trump.

Hay aduladores con serios propósitos, Gustavo Cisneros, por ejemplo: todo gran hipócrita es un lisonjero elevado, con propósitos velados; para otros es el servilismo. Uso el plural porque el otro, el servil, tiene un propósito fijo, y este es: que el mundo sea movido por la jaladera de bolas, que ésta sea universal, como el primer motor aristotélico, principio y fin de la humanidad. Sin embargo, Cisneros le jala bolas a Carlos Fuentes para que escriba su biografía (y éste a él para escribírsela, seguro), quizá para trascender en el tiempo de la mano del gran escritor mexicano, en otra escala moral distinta a la del frío capitalista; o a Nelson Rockefeller para tener poder en una parte importante del planeta; o a la reina Isabel de Inglaterra para bañarse de realeza; y así hasta llegar a un Chávez y a Maduro para intentar hacer grandes negocios que es hacia donde lo llevan sus verdaderas inclinaciones (ya sabemos que con maduro tuvo éxito). ¡Es otra cosa, es otro nivel! es el hipócrita el que te está adulando, no tu compañero de trabajo arrastradito, es una servidumbre, digamos, pero más pulcra, distanciada, calculada y racional…, que eso de olerle los peos al jefe.

Para muchos hay un efecto de embeleso en la autoridad, en sus símbolos y sus maneras. Por ejemplo, los uniformes de policía y militares, las batas de médicos, los trajes de seda y oscuros, los zapatos caros y, para los que saben de cosas raras, en las corbatas de seda. La autoridad se distingue, se huele, e inmediatamente se activa el modo de la cerviz humillada, y la palabra "señor" se nos escapa sin querer; y ahí comienza nuestra angustiosa persecución al jefe. Lo irracional captura nuestra alma. Un discurso de un director nos puede arrancar lágrimas de emoción, sin preocuparnos para nada en si tiene o no sentido lo que está diciendo; una inflexión, un giro en la voz nos produce escalofríos. Hitler, un buen ejemplo de esto, puso de moda ese modelo, admirable y asombroso, maravilloso y temible a la vez, como si estuviéramos ante una gran revelación espiritual; varias modulaciones y distintas intensidades ingeniosas de su voz para decir muchas estupideces de forma continuada, y sin darnos cuenta caemos hipnotizados como gallinas. En este caso el adulador queda encantado, como en la "ere" paralizada, está embelesado por el líder, o el jefe, cualquiera sea el caso.

Otra especie es eso de ser más papista que el papa, es un clásico. El fiscal Tarek, por ejemplo; es más madurista que maduro, ¡eso es impresionante!, hay que verlo en acción, se parece a Hendrik Höfgen el poeta actor de Istsván Szabó en su película Mephisto. Maduro señala en televisión algunos de sus enemigos y casi que al unísono aparecen acusados de alguna vaina por el fiscal. Su eficiencia precede los deseos y pensamientos del presidente por unos segundos (Aquí entre nos, no hay que confiar mucho en los poetas; cuando se les promete un ministerio con suficiente poder para aplastar otras almas son los mejores aduladores y verdaderos Tartufos, ¡guillo!; ganan poder pero pierden el poder de acceder al alma de las personas, como Andrés Eloy Blanco…, pero eso es otra cosa). De poeta defensor de los derechos humanos y un indefenso diputado, acoquinado por la masa fascista de Chao o el Cafetal, no recuerdo, pasó a ser el poeta basilisco que, como Mefistófeles, o más bien, como Pinochet, ha pretendido también matar a sus enemigos con la mirada (por eso al general se lo veía siempre con lentes oscuros); ahora tiene la tarea de "representar" la parte más oscura y piche del presidente, y lo hace con gusto, en nombre de la ley, ya que se olvidó de los derechos humanos, de la poesía y sus verdades. A este adulador también lo motiva algo, pero menos contundente que el dinero y el poder que le vienen de ñapa; lo mueve algún chantaje tácito, una complicidad oculta, que todos niegan (¡no sería complicidad!), tanto el jefe como el subordinado. Escondida, ¡cierto!, ¡pero está ahí!, ¡se la puede ver en su cara sudorosa o exageradamente maquillada, como para la comedia!

Así como Tarek hay otros aduladores parecidos reptando de ministerio en ministerio vigilantes como la Hidra. El Aissami, por ejemplo, que no mata con la mirada, pero también es un ser endemoniado, sin embargo más desconfiado y mucho más eficiente a la hora de sacar a sus enemigos de esta historia. Los dos Tarek pertenecen a esta clase de aduladores que se mantienen en el poder (del gobierno) gracias a sus servicios de limpieza, de hacer el trabajo sucio por sus jefes.

Luego están los amigos íntimos, que son muchos. El jefe se va envolviendo de amigos de confianza por todos lados. Estos, con la excusa de la amistad, son capaces de justificar lo injustificable, como los abogados, apelando a los argumentos más insólitos. Si el jefe no firma la nómina y no paga a tiempo, sus amigos brincan para señalar al mensajero de incompetente. Si el presidente promete jamás volver a imprimir dinero inorgánico pero lo hace, sus amigos esparcen el rumor de que ya están presos los culpables, con pruebas en la mano. Si aparece muerto un preso en un tribunal en custodia de la policía de seguido salta otro amigo diciendo que el tipo tenía nervios y que por eso se quitó la vida. Si un oficial mata su mujer a golpes sale el allegado a su familia a desmentir falsos rumores, declarando que el horrible suceso se debió a un lamentable accidente con la puerta batiente de la cocina que estaba descontrolada... Los amigos allegados son lo más útiles y mejor recompensados dentro de las castas más baja de los aduladores de oficio, casi siempre son abogados o periodistas, sicólogos o médicos psiquiatras. En el fondo también quisieran ser retribuidos de la misma manera por sus jefes, a la hora de que se metan en un peo similar, sin embargo casi siempre no es así, la lealtad tiene para ellos una sola dirección y es hacia el jefe.

Y por último está aquel que le suplica a Trump que lo deje que le explique. A él le parece perfecto este sistema, que, como los funiculares, uno detrás del otro, nos puede llevar a lo más alto cuando, así que ¿para qué cambiarlo?



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Marcos Luna

Dibujante, ex militante de izquierda, ahora chavista

 marcosluna1818@gmail.com

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