La gracia de los "ismos" radica en que pueden usarse para exponer muchas cosas, lo malo es que no pueden usarse para describir cualquier cosa; menos aún cuando se habla desde la rigurosidad que debería tener un discurso político-filosófico. Como es sabido, el sufijo "ismo" puede usarse para denotar la esencia de las distintas corrientes científicas, oficios, o incluso disciplinas deportivas y en la filosofía política un "ismo" implica la adhesión a una doctrina, o remite a una escuela de pensamiento determinada.
Así, cuando hablamos de Chávismo nos referimos a un planteamiento filosófico que conlleva consecuentemente a la construcción de la democracia participativa en la Venezuela del siglo 21. El chavismo condensa, en su despliegue, la herencia de todas las luchas populares que le anteceden en la historia humana y proyecta un futuro que involucra el combate contra toda forma de opresión hegemónica. Pero no sucede lo mismo cuando se habla del vacío epistemológico que presenta la palabra Madurismo, concepto que ha estado siendo usado de manera enfermiza para referir despectivamente a las políticas del gobierno de Nicolás Maduro.
El mote de "madurista" nace como una estrategia imperial de segmentación, diseñada para operativizar aquella máxima romana que dice "Divide y Venceras" y aplicarla al chavismo de manera sistemática. Por ello se sostiene que el madurismo no existe como cosa política, ni como asunto filosófico, pero sí como discurso mediático, o como fantasmagoría producida para consolar eróticas tristes. En el supuesto negado de que existiese tal cachivache, debe dársele el tratamiento de una matriz mediática diseñada para manipular incautos, nada más.
Concretamente, el madurismo opéra como un componente ideológico de la crisis inducida que hoy nos determina, lanzado desde los laboratorios de propaganda imperial para socavar las bases revolucionarias y aislar a la dirigencia chavista; pero luego se convierte en un concepto esgrimido por los sectores claudicantes, a partir de la acción de (uno, o dos) voceros que logran incrustar el término en el discurso oportunista.
Resulta muy curiosa la operación de transposición psicológica que realiza el oportunismo al apropiarse de ese concepto y usarlo con el mismo propósito de segmentar pero, en este caso, deviene en una estafa que presenta a los chavistas como maduristas y al oportunismo como chavistas reales, originarios, críticos, o cualquier otro adjetivo que les dé la gana de usar. Ellos se venden como los gurús químicamente puros de la revolución, los maestros ascendidos del socialismo, los tacamajaca del proletariado, ellos son los "que frao"; pero son tan falsos que necesitan un adjetivo para sostener su chavismo y es porque la camisa chavista, por si sola, les queda enorme.
Entonces, el Madurismo es un chantajito dirigido contra nuestras filas y se le aplica despectivamente a quienes no se suman al ataque histerico contra el gobierno revolucionario, a quienes no desgastan su vida en la triste tarea de chillar desconsoladamente por los errores cometidos; a quienes no dramatizan los defectos del proceso; y tambien al contrario, si mantienes en alto el legado del comandante, si participas en espacios de busqueda de soluciones a la crisis, si asumes criticamente tu militancia bolivariana, antimperialista, socialista y feminista; entonces eres acusado de madurista!.
Es fácil deducir que el madurismo no existe, más aún cuando el mismo Nicolás Maduro ha negado el establecimiento de esa formación fantasmática y sabiendo que hasta ahora no hemos visto a nadie que se asuma afirmativamente como madurista. Entonces, ese empeño obsesivo de atacar al madurismo se percibe como un ataque ciego contra la nada; es una vaina de locos.
Pero el oportunismo sabe que, además de articularse como una comunidad afectiva, el chavismo es también la primera fuerza político-electoral de este país y que atacarlo de frente conllevaría a un fracaso de proporciones cósmicas; por eso resulta más fácil creer en la existencia de un madurismo imaginario y lanzarse contra él, que plantearse una pelea contra un chavismo realmente existente y perderla.
Por eso, los claudicantes se resisten a asumir su lugar en el antichavismo; en ese pataleo se hicieron antimaduristas, como último recurso discursivo de autoafirmación, antes de pasarse las filas de la oposición. En ese sentido (y haciendo un ejercicio retórico de contrapropaganda) si hubiera que ponerle una etiqueta a estas formas de oportunismo no va a ser la de chavistas adjetivados, sino la de antimaduristas.
Por otro lado ese antimadurismo emerge con una falla de origen; a falta de propuestas y planteamientos propios, se desgastan en ataques contra la base chavista tildandonos de focas, sinverguenzas, "tapacagadas" y tarados; nos acusan de ser incapaces de generar miradas críticas y vierten su odio contra esa gente a la que deberían conquistar afirmativamente; deberían ser más propositivos, afectar con pasiones alegres y apelar menos al revanchismo, a la venganza y al odio que les constituye y les enferma; deberían lanzarse contra esa fuerza que nos bloquea, que nos asedia y que quema gente; no contra un enemigo imaginario que solo existe en el lado oscuro de su psique.
Insistimos en sostener que el antimadurismo no pasa de ser un recurso retórico; porque del lado de la revolución hemos sabido sintetizar en un concepto, todas estas manifestaciones de oportunismo, vacilaciones, entreguismo, cobardía y adiposidad ideológica, desde hace bastantes años les llamamos "Escuálidos" y creo que con las acciones y ataques del oportunismo en los últimos tiempos, ese concepto se ha enriquecido de manera abrumadora.
Estamos en otro año electoral y el oportunismo va a disfrazarse de chavista para estafar al electorado, ganar algunos puestos en el parlamento y desde allí avanzar en sus intenciones de acabar con el modelo democratico bolivariano, para luego ofrendar ese "triunfo" ante el altar del amo imperial. El oportunismo va a cabalgar sobre el descontento que anida en las masas, un descontento legítimo, producto de esta crisis que cada vez se avizora más profunda, más intensa y más cruel.
Sabemos que usan la imagen del comandante eterno para confundir y ganar adeptos; que actúan como operadores durmientes a lo interno del movimiento popular, que infiltran nuestras iniciativas para luego negociar con el enemigo histórico esa fuerza usurpada y aún así pretenden que les llamenos chavistas; ¿a ellos, a los cuadros de avanzada en los planes del pentágono y del supremacismo yanki?... "Ta bien pué"!.
¿Como llamar Chávistas a quienes lo fueron (a regañadientes) mientras el dólar estaba barato, el petróleo caro y ellos estaban cómodamente apoltronados en un cargo público?. Yo no podría hacerle eso a mi comandante; sería una grosería relacionarles con su legado antiimperialista, con sus ideas de avanzada y con sus gestos de profundo amor por el pueblo.
Esto no se trata de quien se tomó más fotos con Chávez, ni de quién era el más amigo del comandante, se trata de quienes mantienen viva la llama de su legado y de quienes han dado la pelea por hacer avanzar el proceso revolucionario que él arrancó. ¿Le tienen arrechera a Nicolás Maduro?, fino!, debatan con él, hagan propuestas más radicales y más revolucionarias que las que hace él. ¿No les gusta el Mazo de Diosdado?,cambien el canal. ¿No les gusta que Delcy se coma un perro caliente?, presionen F5 en la computadora; pero no ande inventando enemigos imaginarios.
Aquí todo el mundo está arrecho por esta crisis, aquí todo el mundo se indigna todos los días ante tanta loquetera. Mi estomago tambien se revuelve ante tanta corrupción e ineficiencia; pero no todo el mundo anda lloriqueando porque no aguanta esta pela que, además, estaba sentenciada desde los primeros días de la revolución. Por otra parte, no negamos la cuota de protagonismo que tienen los "matavotos" de siempre en la arquitectura de esta crisis; esos funcionarios, líderes partidistas y jefes de organismos que no han querido estar a la altura del conflicto; que hoy juegan un papel de QuintaColumnas y que se sumarán al equipo de los oportunistas (y antimaduristas) desde el mismísimo momento en que salgan de sus puestos (¿apostamos?).
En suma; el madurismo es una acto de fé que, al igual que sucede con los espantos, los aparecidos y las ensoñaciones paranoides, solo existe en las mentes de quienes creen en su existencia. Para quienes militamos en las filas de la revolución solo existe el Chavismo sin adjetivos y con sus propias potencias; con sus imperfecciones, con sus múltiples aciertos y con su capacidad de autocriticarse para corregir. Entonces, a diferencia de lo que plantea el oportunismo, el gobierno de Nicolás Maduro es el gobierno que nos dimos quienes militamos en el chavismo y desde ese origen, soberano y combativo, es un gobierno profunda y consecuentemente Chavista.