De antemano ofrezco disculpas por volver sobre un asunto que, cada vez, me resulta menos agradable de abordar; pero que debo retomar para responder los ardidos comentarios que he recibido por la via 2.0. Esta vez, a falta de piezas de Lego y plastilinas technicolor, se echará mano de algunos pasajes literarios que se articulan para ilustrar el tema del madurismo como delirio conceptual y como estafa ideológica del oportunismo.
En primer término, y para apoyar el argumento que será expuesto, traeremos de la filosofía Zen una máxima que nos plantea que; "En el cielo no hay distinciones entre este y oeste, son las personas quienes crean esas distinciones en su mente y luego piensan que son verdad". Ese saber se hace propicio para recordar que el deseo de representar la realidad con absoluta precisión, ha sido una de las obsesiones más antiguas del pensamiento humano y que esa búsqueda sigue marcando el debate filosófico sobre la relación del hecho con su representación, del significante con el significado.
Existen situaciones concretas en las que las versiones de lo real producen comportamientos obsesivos en el sujeto que las construye. En esos casos, el apego por la representación genera en el individuo una sensación de verdad tan profundamente estructurada, que el creador asume su obra como un entidad viva; tan perfecta, que es capaz de desplazar a la realidad en su percepción sobre lo que es verdadero, o no y les sucede que, si la realidad no se comporta según sus prejuicios, entonces se acusa a la realidad de estar equivocada. Son procesos de disonancia cognitiva que van desarrollando una metamorfización libidinal del deseo sobre su objeto de realización, un golpe de estado al fenómeno en favor de su interpretación.
En consonancia con ello, llegamos a una segunda vía para entrarle al tema. Es una versión libre del antiguo relato griego sobre Pigmalión. En esta versión, Pigmalión es un rey que cultivaba el arte de la escultura y su esposa está gravemente enferma. Para evadir la tristeza que le causa convalecencia de su amada, Pigmalión se propone perpetuar la belleza de la joven, haciendo un estatua de ella; una obra que recogiera toda la sutileza, la vivacidad y la tersura de la mujer que le inspiró las pasiones más elevadas.
Pasaron varias lunas llenas; la joven esposa se agravaba de su enfermedad, mientras que Pigmalión se obsesionaba por capturar la esencia de su amada en la superficie del mármol rígido y frío. Con el paso de los días, Pigmalión iba conquistando niveles más altos de perfección en su obra, pero en esa misma medida su esposa entraba en una progresiva gravedad que se hacía irreversible y de la cual no se volvería a recuperar. Al final del relato, la estatua resultó tan sublime, tan perfecta, que podía apreciarse en ella la mirada, el aliento y el calor de la joven esposa; el artista se embelesó tanto por su trabajo que terminó perdidamente enamorado de la estatua y la esposa murió sin que Pigmalión lo notase.
Llegamos al tercer recurso que apoya el argumento a exponer. Se trata de un cuento de Jorge Luis Borges llamado "Del rigor de la ciencia"; allí se cuenta la historia de un imperio en el cual "el Arte de la Cartografía logró tal Perfección" que "los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él". Luego y con el paso del tiempo, las nuevas generaciones llegaron a la certeza de lo inutil que era aquel mapa y "lo entregaron a las inclemencias del Sol y los inviernos". Así, el mapa quedó hecho jirones y el territorio siguió modificándose, caótica, hermosa y constantemente.
Como se dijo arriba; en esa tensión entre el mapa y el territorio, entre el cielo y los puntos cardinales, entre la esposa y la estatua; hay quienes apuestan en favor de sus imaginaciones, abandonando la esencialidad del fenómeno como lo hizo pigmalión con su amada. Es bueno aclarar que en este mundo lleno de incertidumbres, el mapa funciona porque hace manejables las rasgos más marcados del territorio y tiene el mérito de simplificar la realidad, pero el mapa no es lo real, el concepto no es la cosa, el prejuicio no es el fenómeno, ni la estatua es la esposa.
Sostenemos que el ser (como esencia, como asunto ontológico) no es una formación estática, sino una actividad irrefrenable, vertiginosa y caótica; un proceso constante de producción de sí mismo; el ser es un verbo conjugado en gerundio y es lo más parecido al fluir que le da sentido al rio de Heraclito. Todo se mueve, todo muta y el chavismo no esta exento de esa determinación; congelarlo, detenerlo en el gélido aliento de los prejuicios y los delirios de Pigmalión, implicaría decretar la muerte, por estancamiento, de uno de los fenómenos sociales más importantes de nuestramérica (¿Será esa la intención?).
Por eso, ya nadie discute la existencia del madurismo; al ser un significado sin significante, un mapa sin territorio, un norte sin cielo; ese concepto no funciona, no explica, no sirve sino para segmentar desde la soberbia. El madurismo está superado en el debate político, porque no logra posicionarse como una cosa posible y su uso se reduce a ciertos círculos masturbatorios, en los que funciona más como contraseña de filiación tribal, que como herramienta para el abordaje de la "Real Politik".
Al chavismo le podemos aplicar todos las fórmulas y matrices que generen los laboratorios de guerra sucia, para reducirlo a cualquier cliché, pero no se va a dejar; porque su esencia no se produce en las solitarias elucubraciones del resentimiento y el revanchismo. El chavismo que realmente existe no se limita a las cuatro esquinas de Miraflores, ni a las ineficiencias de un ministerio determinado; pero esa realidad, esa piel colectiva y palpitante, nunca será percibida por la mirada del pigmalión enamorado de un madurismo que se inventó, para interpretar el calor de un territorio que desconoce.
El chavismo es devenir puro y va expresándose como la comunidad afectiva percibida por Schemmel, pero también como la maquinaria electoral tan odiada por los operadores del imperio y por los fascistas de todo pelaje. El chavismo deviene múltiple y despliega sus atributos en el comunero preocupado porque le niegan la semilla, en los jovenes que conquistan un nuevo espacio para el encuentro, en la señora que madruga para distribuir las cajas de CLAP, en las chamas de la Livia Gouverner y en las mujeres de El Maizal.
Por su inutilidad, el madurismo lleva la sentencia de aquel mapa imperial y terminará en el olvido bajo "las inclemencias del Sol y los inviernos"; mientras que el chavismo al igual que el territorio del cuento, seguirá mutando, transformando su esencia y expresándose en los distintos atributos de su potencia. Solo Pigmalión, enamorado del madurismo que se inventó, se embelesa hasta el paroxismo ante la piedra y trata de convencernos de que su prejuicio respira.
No se niegan los aportes hechos desde la militancia platonista, ni las magníficas metáforas que la tristeza rescata de entre los escombros de la guerra fría, pero debemos también defender la belleza única, e irrepetible, de los procesos que hemos estado construyendo; eso no debe ser reducido al dibujito tragicómico que emerge por entre los miedos de quienes aún no logran comprender la potencia de nuestro proyecto sociohistorico.
A la pandilla platónica le toca la tarea de repensar sus prejuicios de otra manera; desde nuevos horizontes conceptuales que apuesten por una realidad que respira, que siente hambre, que baila sola y se toma dos shoots de cocuy, que combate, y que se expresa como piel del poder constituyente, pero que siempre es real; real como el cielo del cuento Zen; real como la joven esposa del relato griego, real como el pueblo que vibra cada dia, luchando contra el imperio más asesino de la historia y construyendo referencias para el mundo que está por nacer de este intermezzo gramsciano.