Ya Venezuela en unión de otros países está en camino de recuperar el
proyecto originario de esta América. Al calor de las ideas bolivarianas, tal
como la entendemos en función de la historia real, lo mismo que a la luz de
los principios internaciones, el hecho de que un país lleve todo tipo de
relación con la hermana Republica de Cuba, como con cualquier otro país, no
es sino un acto de soberanía libre con sentido universalista, que no implica
adhesión política, pero si voluntad revolucionaria social. Bolívar no se
habría abstenido de llevar relaciones con ningún Estado, ni habría delegado
tácitamente la representación de nuestras patrias, ante esa u otra nación.
Si las relaciones de Venezuela y Cuba han tomado mayor intensidad, así lo
han determinado sus pueblos, las circunstancias objetivas cuyos resortes
tanto en Cuba como en nuestro país nos hace independientes y respetables y
le hemos demostrado al mundo por encima del imperio que somos dueños de
nuestros destinos, que podemos dirigir nuestras economías para beneficio del
Sur, Centro y el Caribe de este continente. Que somos libres y que
llevaremos nuestra revolución a todos los pueblos, pues no respondemos a los
intereses de Washington, de Japón, de China, de Rusia o de la Unión Europea,
no, sino a las de la patria de Bolívar y Martí.
Históricamente está escrito que en este tercer milenio el imperio de Norte
América será sepultado por los pueblos de América Latina y el Caribe. Pero
antes también tenemos la obligación histórica de señalar; porque ese
imperio se apoderó de nuestras naciones. No ha habido para el imperio de
Estado Unidos limitaciones materiales, tiene en sus manos el fuego atómico y
en sus alforjas la opulencia miserable financiera. Y muchos Homeros nacidos
en nuestras naciones, no han hecho otra cosa que cantar sus glorias y muchos
poetas también, que como los de la edad media, no han hecho otra cosa que
recorrer sus caminos elevando en prosas y versos la hazaña de su poderío.
Este es un imperio que nos ha invadido por las buenas y por las malas, hoy
tiene laboratorios, bases militares, donde el hombre logró, por fin, hacer
de la naturaleza su instrumento. No hay universidades que puedan eclipsar a
las suyas frente a las cuales habrían palidecido de envidia los más
avanzados filósofos. Los arsenales norteamericanos convierten en miserable
partida de asaltantes a aquellos ejércitos de un gángster tan temido como
fue Adolfo Hitler. Sus fábricas no dejan ver el cielo por el techo de humo
con que enrarecen los horizontes del mundo. En ese imperio todo es colosal,
hasta su violencia domestica, los fraudes que perpetran sus banqueros, los
terremotos, huracanes, algunos de los cuales han sido lo más siniestros de
toda la historia. Es verdad que este imperio no se puede comparar con sus
antecesores.
Roma levantó en la antigüedad un tinglado formidable, pero, poco audaz, no
bien habían regresado las legiones de la conquista de las Galias, mordió la
disensión en la clase dirigente hasta astillarla con el rayo de la guerra
civil. Al imperio de Carlos V le ocurrió algo peor. Los conquistadores de
América, medio siglo después, estaban convertidos en roñosos burócratas o en
aristócratas innatos. Nada más despreciable que la España del siglo XVII,
escenario de reyes carnudos, de integrantes de corte y de latifundistas
embrutecidos. El imperio británico persistió por más tiempo, como si las
maldiciones fueran permanentes, pero asilándose, casi, del mundo, Inglaterra
y sus dominios, fueron, hasta 1939, como asteroides que no pertenecían a
nuestro planeta en lo que sus historiadores llaman el esplendido
aislamiento. El imperio estadounidense tiene rasgos muy diferentes de todo
cuanto haya construido el orgullo humano, su sociedad es ante todo un
conjunto obsedido por la idea de justificarse a sí misma, de vivir conforme
a un código ideológico. Los primeros peregrinos en la América del Norte eran
calvinos ingleses en quienes había plasmado la ideología capitalista como
mensaje, compromiso y tarea. Históricamente el capitalismo, como proyecto de
dominación, habría sido imposible sin las posiciones teóricas de Calvino, el
“Maître Calvin” el que convirtió a Ginebra en un faro cuya luz llegó hasta
las islas británicas. Esto lo comprueba la experiencia Yanqui donde sus
colonos erigen una sociedad a imagen y semejanza de la predica calvinista,
con la cual alcanzan jerarquía mundial. Los norteamericanos no conviven con
nadie en aquella comarca porque se sienten predestinados, como prescribe el
maestro francés, a implantar un orden basado en el trabajo esclarecido donde
el éxito sea la medida del esfuerzo individual. (Continuará…)