Una noche, estaba ciertamente soñando, vieron mis ojos dormidos la calavera de Marx untada de tierra y las cenizas de Engels mojadas con agua de mar, parecían dos seres vivos cuyas barbas hablaban como sabiendo que no era un silencio abstracto de tiempo abstracto. Los miré con la sorpresa de quien sabe que no tiene posibilidad alguna de escapar al cerco de balas certeras del conocimiento verdadero. Estaban los libros con sus páginas abiertas como emanando luces sus conceptos cargados de verdades. Era como si una de sus voces, fuera las dos voces al mismo tiempo. Nunca antes ni ahora ha habido una armonía de conocimientos tan semejantes como los de Marx y Engels.
Asombrado y casi mudo escuché lo que con una coherencia y sencillez me decían Marx y Engels a través de cualquiera de sus voces. Era como una especie de vuelta al mundo de un viento que muchos nos habían dicho se había extinguido la mitad en una fosa de cementerio y la otra en un pedazo de mar.
“Pareciera que todo nuestro estudio, nuestra investigación, nuestra reflexión y meditación, nuestros descubrimientos, nuestras luchas y experiencias, hubiesen perdido el norte en la conciencia del proletariado, de que nada cuanto creímos fue creído por otros, que nada de lo que expusimos como doctrina fue asimilado y asumido por otros, que ninguna bandera se ha levantado sobre la esencia de nuestro pensamiento, que nada del futuro que propusimos ha sido tomado como cierto por otros salvo por pocos…”, dijeron.
-¿Por qué dicen eso, maestros? –les pregunté-
“Quisiéramos que nos expliquen, a más de siglo y medio de haberse hecho público <El Manifiesto Comunista> y, luego, de haberse publicado tantos textos de lo que se ha conocido como <Marxismo>, se siga dudando, preguntando, investigando: ¿qué es el socialismo? ¿No les basta ya más de veinte siglos dedicándose los filósofos a interpretar el mundo de diversos modos, cuando de lo que se trata es de transformarlo? ¿Qué nos importa que el capitalismo crea que va a ser eterno, si de lo que se trata es de estar dispuestos los esclavos hacerse libres? ¿Qué nos importa que unos sostengan que el socialismo es beta, otros lo llamen alfa, algunos le digan gamma, si la única libertad que emancipa al hombre y la mujer de todo vestigio de explotación y opresión es la propiedad social sobre todos los medios de producción, y los bienes sean producto y no mercancías? ¿Por qué en una definición que no podrá ser modificada jamás en su esencia se le busquen nuevas explicaciones de duda en formas de su fracaso y no en el contenido que continúa sin ser adulterado?...”
-Tienen razón, maestros, tienen razón –les dije-
“La razón no es suficiente. ¿Dónde están esas fuerzas que llevan por dentro en su entraña la creación de ese nuevo mundo posible que es el socialismo? No puede ser ese mundo que vive sobre nuestra calavera y nuestra ceniza más atroz en el pasado que en el presente. ¿En quién cree el proletariado? ¿Acaso se ha convencido que tiene fronteras? ¿Han revisado tanto nuestra teoría que decidieron execrarnos como pensamiento revolucionario? ¿Será que un solo termidor triunfante, en nuestro nombre y en nuestro perjuicio, sea suficiente como para juzgarnos y condenarnos al peor de los olvidos? ¿Se sigue persistiendo en el cuento ese de que sí es posible construir el socialismo en un solo o pocos países mientras continúe vivito y coleando y dominando el mundo el capitalismo? ¿No bastan ya las experiencias fallidas?...”
-Tienen razón, maestros, tienen razón –les dije-
“Es lo único que se le viene a la mente decir <Tienen razón, maestros, tienen razón>. De mucho ha servido la razón al capitalismo para tratar de eternizarse en el dominio del mundo bajo sus designios de explotación y opresión de clase y del hombre por el hombre. ¿Qué tienen que perder los esclavos en la conquista de su liberación? Justamente lo que los esclaviza: las cadenas que los oprimen. ¿Qué quieren los pueblos, bajo el yugo del capitalismo, de nosotros si no tienen voluntad de creer en que le hemos definido la sociedad más inmediata de su futuro: el socialismo? ¿Será que nos reprochan por no haber hecho un recetario infalible e inmutable y divino de cómo construir esa nueva sociedad? ¿Acaso mucho no contribuimos con las experiencias asimiladas de la Comuna de París en 1871, de la revolución de llamado año loco –el de 1848-, y que expusimos para conocimiento de todos los que han sobrevivido a nuestra muerte? ¿Acaso podría creerse que las circunstancias concretas de tiempo y espacio son exactamente semejantes o iguales en todos los momentos y lugares? ¿Cómo pedirle a un cirujano, por ejemplo, que diga antes de realizar la cesárea todos y cada uno de los pasos que va a dar en la operación quirúrgica si el hospital no dispone de la tecnología para garantizar ciento por ciento el éxito inmediato, si se han robado los bisturí, si la mesa de operación se le han roto dos patas entrando la paciente, si los tipos de sangre de los donantes no coinciden con la de la paciente, si la enfermera no se presenta por causa mayor, si se produce un apagón en plena operación por efecto de un rayo que cae en la estación de servicio eléctrico, es decir, cuando todo lo necesario no se tiene a la mano y en óptima condición de prestar el servicio? No podíamos ser adivinos porque la historia no marcha de acuerdo a nuestras voluntades, sino por factores que le determinan su curso y que escapan a nuestras manos y deseos. Podemos, sí, prevenir en cosas de principios esenciales, pero es la práctica quien conforma el criterio de la verdad. Nosotros dijimos que la propiedad social debe sustituir a la propiedad privada sobre los medios de producción, de que el Estado se extinguirá con la desaparición de las clases para que la sociedad sea socialista propiamente dicha, pero de allí a que debimos decir paso a paso cómo hacer realidad eso, no está dado al ser humano por muy genio o sabio que se le considere…
-Tienen razón, maestros, tienen razón –les dije-
“Mejor váyase con su razón al carajo, y si no creen en nuestros conceptos científicos que identifican toda una época histórica o un modo de producción específico, mejor déjennos dormir en la paz eterna del sepulcro, y olvídense para siempre de nosotros. Hagan entonces su propia concepción materialista de la historia, que ésta se encargará de absolvernos”.
-Tienen razón, maestros, tienen razón –me quedé pensando-
Cuando desperté observé que los libros estaban cerrados. Fue entonces el momento en que reaccioné y me pregunté: ¿Qué importa que los filósofos, los políticos, los historiadores, los sociólogos, los moralistas, los teólogos, los economistas, sigan con sus guevonadas de andar reinterpretando el mundo de diversos modos para explicarnos su concepción del socialismo, si hace más de siglo y medio Marx y Engels lo definieron científicamente y no puede ser de otra manera. De lo que se trata es armarnos de marxismo para luchar y vencer al capitalismo si queremos transformarlo, y punto.
Definitivamente el mundo lo transforman los ‘locos’, porque no tienen tiempo para eso de andar reinterpretando el mundo de varios modos.